Cuentan de Nietzsche que detrás de esos furiosos bigotes habitaba un personaje tímido y afable, de trato y conversación amable. Quién iba a imaginar que ese personaje decía de sí mismo ¡Yo soy dinamita! y luego aseguraba que tiene que filosofarse a martillazos.
Un día, en un hotelito de montaña, donde solía refugiarse, entabló conversación con dos dignas abuelitas. Fue a buscarlo un amigo y viéndolo en franca conversación con ellas, tuvo miedo, porque las conocía. Eran dos personitas devotas, muy religiosas, conservadoras en extremo, y conociendo a Friedrich... ¡a saber qué les estaría diciendo!
Quiso evitar una catástrofe, pero no le hizo falta. En la conversación, las mujercitas preguntaron a Nietzsche y éste les explicó que era filósofo. No pudieron resistir la tentación: le preguntaron en qué consistía su filosofía. El bigotudo sonrió. Señoras, dijo, valoro tanto su amistad que les ahorraré un escándalo. Tomaron la ocurrencia por chiste y el agua no llegó al río.
Creo que pocas veces habló más en serio, dijo su amigo, recordando la escena.
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