Lamento recordar, y cómo lamento recordarlo, que estos días un niño de Olot se juega su vida en una unidad de cuidados intensivos del Hospital de la Vall d'Hebron de Barcelona porque sus padres se negaron a vacunarlo. ¡Ojalá pueda salir de ésta! Ojalá, pobrecito, que no tiene culpa de nada.
Pero si sale bien de ésta no será gracias a sus padres ni a sus estúpidas prácticas y creencias. Se ha convertido en el primer caso de difteria en España en veintitantos años y muestra el gravísimo riesgo que supone dejarse llevar por las modas de lo alternativo, lo natural, lo que predican monjas chifladas, curanderos homeópatas, sinvergüenzas sin escrúpulos y analfabetos funcionales.
Perdonen que no emplee palabras más duras y me quede con éstas, por miedo a ofender a quien merece ser ofendido, autocensurándome tontamente. Pero, insisto, esa gente que predica contra las vacunas, mata. Mata personas, mata niños, pone en grave peligro la salud de la población, no hay más verdad que ésta. Mata. No puede hablar de asesinato, porque no mata queriendo (se supone), pero ¿por qué no de homicidio, o de intento de homicidio? Esos tipos que andan por ahí predicando en los medios qué malas que son las vacunas, merecerían ser llevados ante un tribunal, juzgados, condenados... y vacunados. Lamentablemente, no existe vacuna contra la estupidez y la maldad, así que los estúpidos y malvados tendrían que ser eficazmente aislados. Tal pienso, tal digo. ¿Acaso no llevan a juicio a gente por difamar? Pues, con más razón en este caso, porque difamar no mata, pero poner en riesgo la salud pública, sí.
Hace unos meses, tuvieron que cerrar el parque de atracciones que Disney tiene en París porque se propagó el sarrampión. Eso disparó muchas alarmas y el caso saltó a la prensa, pero no lo suficiente. La moda contra las vacunas, que carece de todo fundamento científico, que es ética y políticamente reprobable, ha conseguido que se incremente el número de afectados por enfermedades que estaban prácticamente erradicadas en Europa y los EE.UU. (y por contagio, se han incrementado en el Tercer Mundo). Y aunque parezca mentira, un sarrampión puede ser muy peligroso. También, una poliomelitis. O la difteria. Puede matar.
Así que, señor antivacunas, si usted quiere poner en riesgo su vida, no nos joda a los demás y mátese usted solo, háganos el favor. Procúrese un suicidio homeopático, con sobredosis de bolitas de sacarosa, por ejemplo, que quizá y con un poco de suerte se ahogue con un atasco de dulces y nos libre del peligro que usted supone.
Si no se vacuna, quizá no enferme. Quizá, sí. Como vive en un país rico que disfruta de un sistema sanitario aceptable, podría curarse y pasar la enfermedad sin sufrir demasiado; pero ¿sabe qué? Que gracias a usted la enfermedad será transmitida a otras personas. Algunas serán más débiles y sufrirán los efectos de su imbecilidad. Podrían quedar afectadas de por vida, si no pierden ésta antes. Otras personas, compatriotas de usted, o quizá de otro país, serán contagiados por su culpa. Esas personas, quizá no estén cubiertas por un sistema sanitario como el nuestro y al no disponer de los medios que usted tiene a su alcance, quién sabe cómo sufrirán la enfermedad, quién sabe si alguna de ellas incluso morirá. Qué valiente negarse a ser vacunado cuando tiene los riesgos cubiertos, qué heroísmo, y qué poca conciencia tiene usted.
¡No esgrima su derecho sobre si vacuna o no vacuna a sus niños! ¡No sea imbécil! El derecho de vacunación no es de usted, es del niño, y ojalá el Estado obligue a que se garantice y se ejerza siempre ese derecho. Es más, ojalá se le considere a usted culpable de algo gordo si se niega a vacunarlo, y de algo más gordo si, por culpa de esa estupidez antivacunera, su hijo enferma o contagia a los demás de una enfermedad que podría haberse evitado. ¿No existe en alguna parte el delito de poner en riesgo la salud pública? Sé que esta opinión no la comparte todo el mundo, pero es la que defiendo, qué le vamos a hacer.
Ahora, que venga la monja a hablarme de la vacuna de la difteria. No sé cómo la dejan salir del convento, la verdad. Por higiene y salud pública, que la clausuren, y con ella, a los demás que defienden que vacunar es malo. Por imbéciles. Pero antes, que los vacunen, a todos.
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