Chirimía desactivada (por el momento).
Apunte gráfico del autor, in situ.
Es costumbre de los indígenas suburenses presumir de muy alta estima por un instrumento de fama universal y antigua, que ya venía descrito por Cervantes y que entonó las primeras notas de la follia española, que luego servirían de luz a la ciencia harmónica de Juan Sebastián Bach y proporcionarían ciencia al arte musical.
Hablo, naturalmente, de la chirimía, que los naturales del lugar llaman gralla y alaban por encima de cualquier otro instrumento. De hecho, podrán distinguir a un indígena de rancio abolengo de uno sobrevenido cuando lo vean con los ojos llenos de lágrimas ante un toque de chirimía de particular belleza, o arrugando las narices ante los sones de una gaita, que los antropólogos, en absoluto inocentes, insisten en considerar oriunda de la comarca. Los amantes de la chirimía, vengándose de los antropólogos, con razón, han bautizado a la gaita con una expresión catalana que, traducida literalmente, dice saco de gemidos. Muy gráfico, el nombre.
La chirimía, sin embargo, se las trae. Aunque su importancia en la historia de la música es innegable (pues, como ya he dicho, en el siglo XV, en Portugal, inició la que sería la base de la harmonía musical moderna), los músicos han hecho lo posible para hacerla desaparecer de la escena musical culta... y popular. Desaparecieron las chirimías y no se quedaron en las páginas del Quijote porque los folcloristas peninsulares insistieron e insisten en soplarlas aquí y allá, y como habían sido expulsadas de las orquestas, se quedaron en las calles y hoy en día, apenas en las fiestas patronales, donde la gente las soporta con estoicismo. Que no hay que confundir lo folclórico (un rollo) con lo popular.
Pero esto, chist, no lo repitan en voz alta. Semejantes afirmaciones o sospechas pueden provocar graves incidentes identitarios. La chirimía es sagrada, no se hable más, y si suena desgarrando tímpanos, toca llorar de emoción y guardar silencio ante la ejecución (nunca mejor dicha, refiriéndose al martirio).
Con todo, cuando una chirimía desafina, desafina. Se dice que lo único más desagradable que una chirimía es una chirimía desafinada y esta vez, doy fe, he podido comprobarlo. Un baile (que no señalaré) desfilaba por las calles acompañado de chirimías, dulzainas y tamboriles, pero más eran las chirimías, más desafinaba el personal. El resultado final, indescriptible. Fíjense que hasta un indígena de sangre pura, de ésas que se remontan a los tiempos de Matusalén, exclamó qué es eso, qué horror y cosas semejantes. Para decir eso de una chirimía, muy gordo tendría que haber sido.
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