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¿Cuándo visitarán una librería?


En campaña electoral se suman muchas bajezas y mentiras y se producen espectáculos bochornosos y vergonzantes. Uno de ellos fue la emisión del partido de fútbol de España contra Turquía en un mitín de Ciudadanos, cerca del Arco del Triunfo, en Barcelona. 

El espectáculo al que me refiero.
No los verás en un museo, no.

La génesis de este acto tiene unos orígenes igualmente bochornosos y vergonzantes. El Ayuntamiento de Barcelona no autorizó la instalación de una o varias pantallas gigantes para que el público pudiera seguir las patadas al balón desde la calle y hacer el burro, como suele hacer en estos casos. El porqué oficial era uno y todos sabemos que el porqué era otro.

Aquí, apretando, a ver si sale.

Yo hubiera prohibido lo mismo por razones estéticas (por tanto, éticas), como prohibiría todos esos desfiles triunfales en los que un equipo de fútbol (Barça, Madrid, tanto me da) pasea exhibiendo una copa y una curda como un piano ante el común, para solaz y ejemplo de criaturas, ocupando calles, plazas y avenidas. Pero las razones de los munícipes eran otras y tenían que ver con la sensibilidad nacional, que es una manera muy elegante de decir gilipollez. En ésas, Ciudadanos metió un gol al Ayuntamiento de Barcelona por la escuadra, para decirles aquello de ¿no querías caldo? ¡Dos tazas!

Así es. Como estamos en campaña electoral, montaron un mitín y a eso no puede negarse el Ayuntamiento. Así que ocuparon la avenida Lluís Companys, ese tramo del final del paseo de Sant Joan que da al parque de la Ciudadela. El acto consistió, principalmente, en levantar una pantalla gigante para seguir el partido de fútbol entre hispanos y turcomanos y hacer el cretino delante de las cámaras de los reporteros gráficos. Todos disfrazados con la camiseta de la roja y haciendo el energúmeno (actuando) como el que más. Y banderas, muchas banderas. Unas mil personas berreando a cada patada de sus balompédicos héroes. Admirable.

En Barcelona sabemos mucho de agasajar al poder fútbol mediante.

Mezclar el espectáculo con la política es tan viejo como la política, que no deja de ser un espectáculo. En Roma, los candidatos pagaban juegos de gladiadores y en la Edad Media se seguían las ejecuciones cuando convenía entretener al personal. En época reciente, el fútbol se ha convertido en el opio del pueblo y si todos esos energúmenos que agitan las banderas en un estadio las agitaran defendiendo los derechos sociales que nos están arrebatando (los que ocupan el palco presidencial, precisamente), otro gallo cantaría. 

Pero las banderas así agitadas y exaltadas sirven de cortina, para ocultar las trapacerías de algunos; de venda, para tapar los ojos del público; y de mortaja, para enterrar los derechos que tanto costó conseguir y que tan fácil nos arrebatan. Ya lo dijo Engels, y no pienso repetirlo aquí, que me canso: el nacionalismo es una trampa.

Contemplar ese arrebato nacional (ergo, gilipollesco) en el Arco del Triunfo, trufado hasta las orejas de populismo de arrabal, me produjo asco, tal cual, y ahí lo dejo. 

No es la única obscenidad futbolera-nacional que hemos sufrido.

Pero no ha sido la primera vez ni será la última que siento ese malestar en las tripas. En el campo del Barça se producen cosas parecidas demasiadas veces. Es una herencia querida y buscada. Ya en tiempos de Franco metimos un gol a la pérfida Albión, cuando nos dolía Gibraltar. Siempre es lo mismo.

Por eso, con cierta desazón en el cuerpo y desánimo en el espíritu, me pregunto cuándo los señores candidatos visitarán una librería y se dejarán ver leyendo y escogiendo libros, por ejemplo, y no haciendo el paripé haciéndolo ver.

Obama comprando libros para promocionar el pequeño comercio.
¿Se imaginan así a uno de los nuestros?

Recuerdo cuando el presidente Obama, de los EE.UU., apareció en una librería de Washington, D.C., acompañado por sus hijas, para escoger y comprar algunos libros para él y para ellas. ¡¡¡En una librería...!!! No fue la primera vez, ni sería la última. Era un acto político, además, pues el presidente no sólo iba a por libros, sino que hacía publicidad de un mensaje de su gobierno. Pero todavía recuerdo la consternación que produjo la noticia en los tertulianos españoles. Eran incapaces de digerir esa imagen. ¡Dios mío! ¿Qué hace un político en una librería? Pero nadie se pregunta qué hace Rajoy, Puigdemont o el tonto de turno en un partido de fútbol.

Hasta que no se resuelva esta cuestión, estamos vendidos.

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