El espectáculo es tan cutre como se promete.
La política catalana se compara a veces con una montaña rusa, aunque quizá sería más oportuno compararla con el Túnel del Terror, esa atracción de feria surrealista en la que los pasajeros de la vagoneta van de susto en susto y al final vuelven al punto de partida, maltratados por el camino y habiendo pagado el viaje a ninguna parte. ¡Encima, les gusta! También se ha comparado con un souflé, que se hincha, se hincha, se hincha, y... oh... se pincha.
Contrariamente a lo que se cree, estas hélices sólo sirven para remover las aguas.
La comparación con el Titanic es de viejo cuño, pero sigue siendo válida. El navío insumergible que te llevará a la tierra prometida, decía la propaganda, un monumento a la vanidad de sus propietarios y pasajeros de primera, que resulta ser un trasto con malos remaches que se hunde en su viaje inaugural al chocar contra un iceberg, porque la compañía no le pagó unos prismáticos al vigía. ¿Y quién paga el pato? Los de siempre, los pasajeros de segunda y tercera clase. Los de primera se salvaron muchos, como ahora.
Reunión de Cocomocho y sus aliados.
La suma de la estulticia, la insensatez, la poca honestidad, la corrupción y la falta de gente preparada para las responsabilidades de un cargo público, que a falta de capacidad, inteligencia y narices echa mano del ruido cuando no hay nueces, a la que añadir una corte de correveidiles, pelotas, lameculos, voceros, mercenarios del verbo y aficionados a la mamandurria, que no dudan en echar mano de la caja pública y engañar al personal, da como resultado lo que da, y no puede pedirse que dé otra cosa.
Se ríen de nosotros, o nos reímos con ellos. No lo sé.
Es lo que hay, es así, y el público, en vez de preguntar por lo que interesa y poner los puntos sobre las íes, se distrae con tantos fuegos de artificio y vende muy baratos los derechos que con tanto esfuerzo conseguimos arañar a ésos que hoy se llenan la boca de patrias y las cuentas en Suiza, de pecunio. Así nos va.
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