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La Santa Sandalia y otros recuerdos de la Virgen


La arqueta de Santa María de las Avellanas.

Hace un año, el Departamento de Cultura de la Generalidad de Cataluña pujó en una subasta para conseguir hacerse con una arqueta tardomedieval. Se trata de una caja ricamente decorada, con la forma de un pequeño arcón, con escenas amatorias. Entiéndase bien, amatorias, que no eróticas. Es decir, de amor cortés: un trovador que canta a su amada bajo el balcón, a la luz de la luna, por ejemplo. Lo que pase después del recital es harina de otro costal. Solían regalarlas los novios a las novias el día de su boda y servían para que ellas guardaran la dote en su interior. Eran, pues, un objeto propio de familias acomodadas, en su mayoría nobles.

La arqueta en cuestión es de madera policromada y tiene un forro interior de tela azul con estrellitas blancas, como tantos otros forros de la época. La arqueta fue donada a la Iglesia en el lejano siglo XV. Eso solía ser habitual y muchas de estas arquetas acabaron donadas a tal o cual parroquia para que guardaran en ellas la reliquia de algún santo. De ahí el interés de la arqueta de la que estamos hablando, de la reliquia que guardó durante siglos.

Unos expertos afirman que la arqueta es el producto de una escuela de artesanos italianos. Otros, de aquí, dicen que no, que los artesanos eran de Barcelona. Sean de aquí o de allá, la arqueta es un objeto de diseño de la época. La fabricaron a principios del siglo XV. 

La Generalidad de Cataluña pagó por ella 10.994 euros y la guarda en el Museo de Lleida. Tuvo una oportunidad de conseguirla y la aprovechó, porque el precio conseguido fue un buen precio. 

A los que no podemos gastar mucho en caprichos, nos parecerá caro, que son casi once mil euros por una pieza de anticuario, pero piensen en cuánto nos costó a todos enviar a una directora adjunta de la Oficina de Antifraude de Cataluña a la China, para que diera una conferencia de quince minutos (15) en inglés, que leyó con claras muestras de no saber inglés (incluso, de no saber leer) y que nos podríamos haber ahorrado todos perfectamente, sin menoscabo para nadie y preservando el buen nombre de nuestras instituciones, que después de ésa quedó tocado. Entre nosotros, prefiero que se gasten el dinero en una arqueta, aunque con el asunto de la China había para más de una.

En fin, que la arqueta despertó el interés de la Generalidad de Cataluña, ¿y saben por qué? Porque, atención, no cabe ninguna duda de que esa arqueta fue la que preservó la Santa Sandalia de Bellpuig. ¡Ahí queda eso!

El monasterio de Santa Maria (de Bellpuig) de les Avellanes.
Hoy, seminario y noviciado de los hermanos maristas.

En 1166, se fundó una comunidad de monjes de la regla de San Agustín con la ayuda financiera del conde de Urgel Ermengol VII. Ese mismo año, con el patrocinio económico de Guillem d'Anglesola y un abad de Casadieu, Occitania, otra comunidad se estableció en Bellpuig, Lérida. Ambas comunidades se fusionaron al morir el abad occitano, en 1180, y con la protección del conde de Urgel se convirtieron en grandes propietarios. La orden de Bellpuig se extendió y llegó a tener propiedades incluso en Mallorca, haciendo gala del voto de pobreza que siempre los distinguió.

Suerte hubo que entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, los abades del monasterio dedicaran sus esfuerzos a recopilar, copiar, clasificar y conservar los manuscritos relacionados con la historia del monasterio. Gracias a eso, no se perdieron. Porque la orden abandonó el monasterio en 1835, siendo sustituida por el Cister, que descuidó los papeles. Un banquero, Agustí Santesmasses, adquirió el monasterio a finales de siglo. En 1894, vendió los sarcófagos de los condes de Urgel Ermengol VII y Dolça, su mujer, a un museo de Nueva York. Perpetrado el saqueo, el monasterio regresó a la Iglesia y hoy es seminario y noviciado de los hermanos maristas, que han abierto, además, un negocio de hostelería en sus instalaciones.

Los sarcófagos vendidos a un museo de Nueva York en 1894.
Ermengol VII, conde de Urgel, ahí lo tienen, fue el que trajo la Santa Sandalia.
La había conseguido saqueando Constantinopla, en las Cruzadas.

Antes de todo eso, en 1204, el monasterio recibió un presente del conde de Urgel. Por lo visto, el tal Ermengol había estado en el saqueo de Constantinopla, haciendo de cruzado, y regresó con (atención) las sandalias de la Virgen María bajo el brazo. Cercano el fin de sus días y buscando aliviar sus penas en el Purgatorio, cedió la reliquia al convento. ¡Menuda reliquia! ¡Las sandalias de la Virgen! Eso dicen los monjes del siglo XIII.

Sin embargo, los monjes del siglo XV dicen que las sandalias de la Virgen llegaron al monasterio como presente de otro conde de Urgel, Pere, y su mujer, Margarida de Montferrat (que hoy sería Montserrat). Quizá el primer presente fuera sólo en usufructo, qué sé yo. La cuestión es que la Santa Sandalia (ahora sólo se menciona una, no el par) fue a parar entonces a la arqueta que el año pasado compró la Generalidad de Cataluña, y de ahí su importancia.

La relación entre la Santa Sandalia y la arqueta está documentada y se sabe que permaneció en el monasterio hasta la desamortización de Mendizábal. Entonces, un obispo ordenó llevarla al Seminario de la Seu d'Urgell y ahí estaba cuando estalló la Guerra Civil, cuando lo saquearon. De la arqueta tenemos noticia, pero de la Santa Sandalia no se ha vuelto a saber. ¿Existe todavía? ¿La conserva alguien en su poder? Eso quieren creer algunos.

También fue víctima de la Guerra Civil otra reliquia leridana interesantísima, el Santo Trapo, que era, ¡ojo!, ¡el pañal del Niño Jesús! Ahí hizo sus caquitas y sus pises, pero del Santo Trapo apenas queda un hilo en manos privadas. El resto... Adiós.

Reconstrucción actualizada de la Santa Sandalia.
Sólo tenemos de ella una somera descripción.

Aunque no existe ni fotografía ni dibujo de la Santa Sandalia, se describió como una chinela, con suela y empeine. Una zapatilla de andar por casa, vamos. Señalaban las crónicas que estaba como nueva. Quizá fuera nueva, ahora que pienso, porque el mercado de las reliquias tan pronto se animaron las Cruzadas provocó una gran demanda de objetos sagrados.

De ese período medieval surgen muchísimas reliquias relacionadas con la Virgen María. De hecho, se conocen no menos de nueve zapatos de la Virgen en Europa. ¡Nueve! La (desaparecida) Santa Sandalia no sería única, sino que compartiría zapatero con botines, chapines, chinelas, alpargatas, zapatos abotinados, zuecos... siempre a la moda (medieval) del momento. Si eso ha sobrevivido hasta ahora, ¿cuántos zapatos tendría la Virgen en vida? ¿Los guardaba todos? ¡Menudo armario! 


El Santo Cíngulo o Santo Cinturón de la Virgen María.
Arriba, la reliquia que conserva la Iglesia Ortodoxa, en su arqueta.
Abajo, la reliquia que conserva la Iglesia Católica, en una urna.

También se conservan otras piezas de ropa en los relicarios europeos. El Santo Cíngulo, por ejemplo, un cinturón de pelo de camello que se conserva en Prato, en la Toscana, que tejió a ella misma (dicen) y con el que ascendió al Cielo (pues, atención, ascendió en cuerpo y alma... y vestida). El cinturón regresó a la Tierra cuando Santo Tomás (el escéptico) fue llevado al Cielo para que viera a la Virgen, para que creyera de una vez que ella también había ascendido. Como Tomás era como era, siempre pidiendo pruebas, le pidió una pieza de ropa a la Virgen para que, a su vuelta, pudiera demostrar su viaje al Cielo y su presencia ahí arriba. La Virgen le entregó el Santo Cíngulo. Ahí lo tienen, que hizo el viaje de ida y vuelta, de la Tierra al Cielo y viceversa. Pero... ¿el Santo Cíngulo toscano es el bueno? En Grecia también tienen un Santo Cíngulo, pero ése es ortodoxo, y es veneradísimo. Quizá tuviera más de un cíngulo.

El velo de la Virgen María también da para muchas reliquias y trocitos del velo se veneran aquí y allá. A decir de algunos entendidos, es una de las reliquias más frecuentes en la cristiandad, junto con las astillas de la Santa Cruz. En Sevilla, una hermandad de nazarenos tiene un Santo Hilo (del Velo de la Virgen María). En San Pedro en el Vaticano hay más Santos Hilos. De hecho, se venera el Maphorion o Santo Velo (entero, enterito) en la catedral de Chartres, y no es el único. En Notre-Dame, París, dicen guardar la Santa Camisa, la que llevaba la Virgen cuando bajó el ángel del Cielo y le anunció que estaba embarazada. También hay un Santo Manto. Ya hemos hablado de su calzado... Un vestuario al completo.

Aunque la Virgen María ascendió en cuerpo y alma (y vestida) al Cielo, no fue toda ella. Se dejó trocitos aquí abajo. Pelos, por ejemplo. En Sangüesa se venera un Santo Pelo de la Virgen María y en el Vaticano, otro. 


La Santa Leche. 
Arriba, la de Murcia. Abajo, la de Oviedo.

En la catedral de Oviedo conservan la Santa Leche, afirmando ser leche de la Virgen María. Tal cual. ¡También en Murcia! Si sólo fuera eso... A unos pasos de la Iglesia de la Natividad, en Belén, está la llamada Gruta de la Leche, donde también conservan lo que dicen que es leche de la Virgen María, con la que amamantó a Jesús antes de partir hacia Egipto. Cuenta la leyenda que le dio tanta leche al Niño que una parte se derramó y ésa es la que se conserva en todas partes. He estado ahí, en la Gruta de la Leche, y dejando a un lado el asunto de la lactancia, es un sitio impresionante.

Me cuentan que se muestran o llegaron a mostrarse al público la lengua, el hígado y el corazón de la Virgen. ¡Por Dios...! Qué morbosa crueldad... La despedazaron. O alguien fue despedazado para alimentar el negocio de las reliquias. No hay más.

Finalmente, que yo sepa, existe lo menos un brazo de la Virgen María en un relicario que se conserva en los Museos de Florencia. Son (me parece) los huesos del antebrazo y alguno de la muñeca. Si el relicario contiene una reliqua auténtica, la Virgen ascendió manca al Cielo, porque se dejó el brazo abajo. Si no, algún artesano medieval tomó el pelo a los nobles toscanos, que pagaron una buena cantidad por el recuerdo. Lo segundo es lo más pausible, por si no caían en ello.

He visto ese brazo junto al himen intacto (sic) de Santa Úrsula, la oreja de Isaías, el profeta, la nariz de San No Sé Quién y qué sé yo. Una carnicería. Ha sido la única vez que me he mareado en un museo, contemplando el despiece del santoral y su reparto en urnas y vitrinas. Quedé impresionado.

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