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Mierda, méritos y honores


Una vez me dijeron que el prestigio de un premio responde al prestigio de los premiados. Así, el Nobel de Física tiene más prestigio que el Nobel de la Paz, por poner un ejemplo, porque algunos de los que se llevaron el Nobel de la Paz a casa son (o fueron) unos pájaros de mucho cuidado. Lástima, porque también dan el premio a algunos que lo merecen. Aunque el de Física también tiene sus defectos; Einstein no fue premiado por su Teoría de la Relatividad, sino por su descripción del efecto fotoeléctrico. 

En mi casa, hay premios buenos, malos y regulares. Tenemos, por ejemplo, el premio Creu de Sant Jordi (o Cruz de San Jorge), que otorga la Generalidad de Cataluña a personas y entidades sociales que por sus méritos, hayan prestado servicios destacados a Cataluña en la defensa de su identidad, o, más generalmente, en el plano cívico y cultural (sic). 

Qué identidad es ésa es algo que no está del todo claro, porque no se define objetivamente y todos sabemos que la identidad corresponde a las personas, a no ser que uno crea en el Volkgeist (el Espíritu del Pueblo) y esas tonterías. A efectos prácticos, eso de la defensa de su identidad es un cheque en blanco para premiar a los que te hacen tilín o te pasan un 3% de comisión. En cuanto a lo de más generalmente... sólo resta señalar que es el resultado de una pésima redacción, y además ya me dirán cómo se defiende la identidad de un ente abstracto (porque no hablamos de geografía, sino de metafísica) en el plano cívico y cultural. En fin...

Por eso pasa lo que pasa. Desde 1981 se han premiado a gentes que han hecho mucho por los catalanes, sea mediante su pensamiento, palabra u obra (incluso, por omisión), pero también más de uno que ha hecho mucho daño a esos mismos catalanes, fastidiando el valor del premio. Cada año se conceden docenas (en plural) de estas cruces y es sabido que algunas veces se ha intentado condecorar a uno que ya lo estaba. Muchos (pero muchos) empresarios amigos están premiados, que todo queda en casa. A modo de ejemplo, prácticamente todo el consejo de administración de Banca Catalana está premiado por los gobiernos de Pujol, pero el de Montilla, en represalia, otorgó la condecoración a los fiscales Mena y Villarejo, que merecieron el galardón por intentar limpiar de sinvergüenzas el país, aunque no pudieron enchironar a los antes mencionados. Etcétera.

Como dijo Quim Monzó en La Vanguardia, la Creu de Sant Jordi está más desvalorizada que la rupia indonesia (aunque no sé si la rupia está desvalorizada o no). En otras palabras, lamentablemente, nadie se la toma en serio. Más prestigio tiene la Medalla de Oro de la Generalidad de Cataluña, de rango superior y otorgada con más cuidado, que merece un respeto, por ahora. Aunque, eso sí, algún premiado... Dársela a Pujol... ¡Pero eso pasa en todas las familias! En fin. En cuanto a la Medalla de Honor del Parlamento de Cataluña, junto con personas merecedoras de grandes honores hay racistas convencidos y confesos (Barrera), futbolistas (Guardiola), etcétera, que desvirtúan un poco la galería de los premiados, que se desvía de la excelencia para inclinarse hacia la efímera fama de un señor de provincias, a falta de nada mejor.

El caganer tradicional, un campesino catalán.

Pero hay un honor, un grandísimo honor, que no depende de los poderes públicos. No directamente, quiero decir, porque algo pintan en todo esto. No premia sino la fama y lo otorgan extraoficialmente los artesanos que fabrican las figuritas del pesebre. Por ejemplo, los de caganer.com (que fabrica los caganers que ilustran este artículo).

Elemental, querido Watson.

El pesebre es una tradición italiana que inició Francisco de Asís, que se instaló con fuerza en Nápoles y que fue importada desde ahí, arraigándose en Cataluña allá por el siglo XVIII, siglo más o menos. El pesebre catalán, sin embargo, tiene una figurita singular y propia, el caganer (cagón), que responde a una tradición escatológica y humorística, considerada irreverente a poco que uno abandone el país y penetre en Europa. 

Yes, we can (shit?)

Desde hace unos años (tampoco tantos) el caganer ha dejado de ser el campesino con barretina (gorro frigio) para ser un personaje famoso. Cada año, sin saber muy bien cómo, se han puesto a la venta nuevos cagones, con excepcional puntería. Este año, por ejemplo, merecen un especial lugar entre los cagones figuras de la política internacional, como Clinton (Hillary), Trump o la señora Merkel; futbolistas y grandes defraudadores del fisco (Messi), políticos con flequillo (Puigdemont), que se suman a Darth Vader (figura paterna por excelencia), Obama (Nobel de la Paz, por cierto), el papa Francisco (un carca de buen rollo), Dalí (un bromista muy serio), Bob Esponja (personaje ilustre del postmodernismo), etcétera. 

Es un premio muy popular, en el mejor sentido del término. Todos saben el porqué del premio y cada uno decide si el cagón de turno es un simpático homenaje a un tipo que se lo merece o una burla inmisericorde hacia un tipo que la está cagando. ¿Quién ha dicho que no tenemos derecho a elegir?

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