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Sobre el futuro de la filosofía en "Futuro Abierto" (RNE)


¡Otra vez en la radio! Esta vez, con filósofos de verdad para hablar sobre el futuro de la filosofía. Ha sido en RNE, en el programa Futuro Abierto. ¡Gracias! Me lo pasé en grande.

Aquí está el enlace para escuchar el programa. Una hora de debate muy interesante.

Sigue su curso



La vida sigue su curso y la Historia torcida de la Filosofía ha abandonado las mesas de novedades y ha saltado a los anaqueles. Es decir, sigue su ciclo de vida, el que sigue cualquier libro. Tengo que felicitarme por el tiempo que ha permanecido en las mesas (más de dos meses) y por el recibimiento que ha tenido. Ahora sólo cabe desear que las ventas se alarguen y que cuando aparezca el segundo volumen, antes del verano, puedan encontrarse los dos hermanitos de nuevo en la mesa, tan felices de haberse conocido.

El coronel Chabert y otros relatos



La colección Penguin Clásicos publica cuatro relatos de Honoré de Balzac estupendamente traducidos por Mercedes López-Ballesteros. Son, en orden de aparición, El coronel Chabert, El verdugo, El Elixir de larga vida y La obra maestra desconocida.

Creo que no hace falta que hable de Balzac, porque es uno de los grandes narradores del siglo XIX. Siempre es un placer meter las narices en los clásicos y si uno de ellos es El coronel Chabert, razón de más. Es uno de mis relatos favoritos acerca de la época napoleónica (aunque todo sucede durante la Restauración) y lo es también si consideramos su retrato de la naturaleza humana, algo a lo que Balzac dedicó muchas atenciones.

Los otros tres relatos no los había leído antes y son más (perdón por la manera de decirlo)... más tremendistas, melodramáticos, al estilo romántico. El que más me ha impresionado ha sido El verdugo, pero no quiere decir que sea el mejor, ni el peor, sino que es una cuestión de gusto y circunstancias, porque los otros dos no desmerecen en absoluto.

Siempre se agradece una buena lectura y esta, sin duda, lo es.

La Guerra de los Mundos



He disfrutado estos días de la (re)lectura de La Guerra de los Mundos, de H.G. Wells. Por cierto, que siempre me había preguntado qué se ocultaba detrás de H.G. y ahora sé que Wells se llamaba Herbert George (o Heriberto Jorge, como se decía antes). La publicación que he tenido en mis manos es la editada por Libros del Zorro Rojo, ilustrada (maravillosamente) por Alvim Corrêa, un dibujante brasileño que trazó a lápiz y carboncillo, en 1906, las mejores imágenes de los marcianos de Wells que conozco. ¡Bravo!

Uno de los marcianos de Corrêa, masacrando a la población.

Si no han leído La Guerra de los Mundos, léanla. Sí, las películas están muy bien, pero si se ponen en la piel de un lector británico de los primeros años del siglo XX, el libro está mejor. Escrita antes de la Gran Guerra, queriendo o sin querer, nos presenta el panorama de la devastación bélica sobre la población civil, el terror, el pánico, la huída de las zonas de guerra, el hambre, los refugiados, la destrucción aleatoria de personas y propiedades, los usos militares de los gases venenosos (¡bien pronto iban a ser conocidos!)... Hasta podría decirse que nos plantea la deshumanización de la tecnología, marcianos mediante, y el extremo de violencia que puede generar, que denuncia la hipocresía victoriana, el colonialismo, el militarismo... ¡Qué sé yo! Todo eso y más. ¡Piensen que está escrita en 1898! La gente se movía a caballo y no existían ni la radio ni los aeroplanos, y los marcianos ya tenían algo así como un rayo láser (el Rayo Ardiente) y un agente químico mortífero (el Humo Negro). Tremendo.

Aunque es una obra menor (vamos, que no es Shakespeare, ni falta que le hace), es una gran obra y no puede negarse su sitio en el cánon de los libros que, a poco que se pueda, hay que leer. Porque es buena, caramba, y porque da mucho en que pensar. Además, uno se lo pasa en grande con las angustias del protagonista y sus aventuras. Es, en fin, uno de esos libros que nos recuerdan qué bueno es leer.

Sólo solo o solo sólo, según se mire


Estos días estoy trabajando en la edición del segundo volumen de mi Historia torcida de la Filosofía y la correctora me ha llamado la atención sobre las tildes en el adverbio sólo y los pronombres demostrativos, como éste, ése o aquél. Yo protesto, me quejo... pero me quedo solo y sólo me resta obedecer.

Aunque algunos académicos de la RAE y muchos polemistas ponen el grito en el cielo, la Academia resolvió hace ya unos años suprimir esas tildes. Sus razones son poderosas y mi correctora lleva razón, pero yo me resisto con uñas y dientes y cuando escribo para mí no me dejo una tilde. ¿Por qué razón? Sinceramente, por una razón muy egoísta, porque me gustan esas tildes, sólo porque me gusta verlas ahí puestas, porque no me siento tan solo con ellas cerquita. Cuando las borro, las añoro, inmediatamente.

Sobre la Declaración Individual de Independencia y otros palabros


No pasa un día sin que inventen algo nuevo. En política, por ejemplo. Aunque luego resulte que algunas de estas novedades son tan viejas como el hambre.

El señor Puigdemont oteando por si ve la preindependencia.
Detrás, muy negra, la postautonomía.

El otro día, por ejemplo, el señor Puigdemont, presidente de rebote de la Generalidad de Cataluña, habló de sus cosas ante un público entregado, en el teatro Romea (que no Romeva) de Barcelona. Traduzco su tesis, literalmente: Este proceso de la postautonomía a la preindependencia es un proceso que hace todo el mundo en su intimidad. Literal.

La tesis es asombrosa, en sí misma. Un análisis semántico del proceso descrito va del futuro al pasado, en sentido contrario al del orden natural de las cosas. Porque la postautonomía es lo que viene después de la autonomía, que es lo que tenemos ahora, y la preindependencia es lo que hay antes de un futuro (hipotético, como todos), la independencia, y eso que hay antes de ese futuro es lo que tenemos ahora, ¿no? No sé si me explico. Piensen y ya me dirán.

Aunque quizá me equivoque de medio a medio e interprete erróneamente la tesis del discurso. Fíjense. Este proceso [...] es un proceso que hace todo el mundo en su intimidad. Quizá se refiera no a la organización política del Estado, como cree todo el mundo, sino a la descripción de una evolución psicológica que empuja a todos y cada uno de nosotros (íntimamente, a solas) a dejar atrás nuestra autonomía personal antes de haber logrado ser independiente como persona. 

Lacan, omnipresente en el discurso procesista.
Véanlo intentando comprender lo que acaba de decir.

Me recuerda, por la manera de decir las cosas, a ese postmodernismo lacaniano que nunca sabes muy bien si te engaña o te está tomando el pelo. Porque ¿realmente todos y cada uno de nosotros quiere... no sólo quiere, sino que ejecuta (aunque sin decírselo a nadie), una pérdida de su autonomía personal antes de conseguir dejar de ser dependiente (de los demás, se supone)? Pero ¿qué c... quiere decir esto? No entiendo nada.

Uno se pregunta si, como Lacan y tantos otros, se oye cuando habla, y después de preguntarse eso, se pregunta si cree en lo que dice o no cree, sin saber cuál de las dos respuestas es más preocupante, si una o la otra. Eso, hablando de psicología. Si resulta que el discurso iba de política, entonces es puro delirio y la preocupación, mayor.

Lo que quedó impreso en los periódicos es que, valiéndose de este subterfugio psicológico que he dicho, queda desvelado el método de obtención de la independencia de Cataluña tanto tiempo discutido. Será, atención, mediante la Declaración Individual de Independencia de todos y cada uno de los catalanes. Como lo oyen, tal cual. 

El plan es perversamente simple e inesperado. Dado que todo el mundo está haciendo el proceso de la postautonomía a la preindependencia en la intimidad... ¿Todo el mundo? ¿Yo también? ¡No interrumpamos el discurso! Dado que todo el mundo hace eso, decíamos, todos y cada uno de los catalanes, víctimas de ese proceso, sin que haya otro remedio, empujados a ello por el destino, las circunstancias o qué sé yo, haremos una declaración individual de independencia. Ni unilateral ni pactada ni negociada ni razonada ni conseguida por la fuerza de la razón o de las armas ni nada de eso. Individual. Yo mismo mismamente dejo de ser autónomo y me declaro independiente... ¡Toma! Pero yo y nadie más que yo, y porque yo quiero.

Rousseau escribió sobre el contrato social, aunque no fue el primero.
La idea es rescindir individualmente ese contrato y ver qué pasa.

No es que uno deje de ser autónomo y se apunte de nuevo al paro, sino que, simplemente, a poco que uno puede valerse por sí mismo, le hace un feo a la sociedad y declara solemne e individualmente que el contrato social que le servía para relacionarse con los demás se lo pasa por el forro, y que no se siente obligado a cumplirlo, obedecerlo o respetarlo, en ninguno de sus aspectos. Sólo si le viene en gana cumplirá con la familia, pero ni a eso se verá obligado. Si una sola persona decide algo así, el asunto no pasa de chifladura, pero si todas (como se afirma) se proclaman ajenas al contrato social...

Fotograma de la película El señor de las moscas.
El libro es mejor y explica qué pasa cuando se retorna al estado salvaje.

Esto es filosofía clásica y el hombre ajeno a un contrato social es, por definición, un salvaje, dicho sin ánimo de ofender, sino limitándonos a una descripción unánimemente aceptada. Aristóteles, de hecho, dice que el hombre ajeno a un contrato social no es ni siquiera hombre, quede dicho, pero no me atrevo a decir tanto. En cualquier caso, ya que promovemos el estado salvaje de los catalanes, ¿qué estado salvaje será ése?

Hay que escoger entre Rousseau y Hobbes. Rousseau sostenía la teoría del buen salvaje y Hobbes, todo lo contrario, que el hombre sólo es bueno cuando vive sometido al orden social. La experiencia nos demuestra que el hombre es más bien cabrón y que las tesis de Rousseau sirven maravillosamente bien a las tiranías (y las de Hobbes, ya puestos), por lo que tenemos que deducir que el discurso del señor Puigdemont propone una inmersión en el caos y la violencia que tan bien describió Hobbes, propone un dejar atrás la civilización y plantarnos en un lugar donde cada uno mira por sí y no pierde ni un ápice de su tiempo en mirar por los demás, donde la autoridad (cualquier autoridad) desaparecerá de la faz de nuestras comarcas, que serán regidas, a partir de ese momento, por la ley del más fuerte, del que tenga menos escrúpulos y más cartuchos en su escopeta. 

Ésta es la imagen que resultará de la Declaración Individual de Independencia.
La que dicen que resultará. Y yo voy y me la creo.

Una versión más light de esta idea, la que creo políticamente más próxima al ideario del señor Puigdemont, es la que se ha dado a llamar anarcoliberalismo o quizá un neoliberlismo extremo, donde se propone la máxima reducción (incluso la desaparición) del aparato del Estado, creándose una sociedad dominada por los más ricos y sustentada por una legión de pobres y desesperados personajes desprovistos de derechos sociales. ¿Va por ahí? ¡Espero que no! Aunque a neoliberales nadie gana a los antiguos convergentes. 

Quizá fuera más adecuado modificar el contrato social que hemos firmado al nacer y hacer lo posible por mejorarlo y hacerlo más justo. Uno podría, por ejemplo, ponerse en la piel del más débil o desfavorecido y preguntarse qué podría hacerse para que tuviera las mismas oportunidades en esta vida que otro que tuvo más suerte al nacer. Es la tesis contraria (absolutamente contraria) a la del señor Puigdemont, que propugna, en su versión radical o en su versión light, una anarquía donde los que nacieron con suerte se rifarán a los que nacieron en un mal día. Si me dan a escoger, prefiero quedarme como estoy.

Además, el desmenuzamiento hasta la desaparición del contrato social que se propone podría dar pie a un nuevo contrato social... no previsto. Porque después del caos, cualquier cosa. Si dentro de un orden vamos como vamos, imagínense después de ese período de desobediencia generalizada. Ahí lo dejo.

Yo, qué quieren que les diga, contemplo esta tontería como quien observa un naufragio agarrado a una balsa improvisada. Cuando toda esperanza de sensatez está perdida, más vale disfrutar del espectáculo que nos ofrece tanta memez. Mientras procuro mantenerme a flote en el mar de la estulticia, me río de tanta tontería y me pasmo de que tanta gente se la tome en serio.

Una vidente estafa ¿y las demás no?


La estafafora, disfrazada para hacer el numerito de sacarnos los cuartos.
La han pillado cuando su ambición ha roto el saco... y los límites de la decencia.

Estos días es noticia que una señora que dice ser vidente y cuatro de sus colaboradores levantaron 300.000 euros a una mujer de 77 años que padecía un transtorno de la personalidad. La señora en cuestión, Pepita Vilallonga, sometió a la víctima a diversas sesiones donde se procedió a hacerle encantamientos, embrujos y cosas por el estilo, que le costaron un ojo de la cara. Alguna de estas sesiones costó a la víctima miles de euros y en un pispás los estafafores (Pepita y sus secuaces) se habían llevado todos los ahorros de la víctima. 

Tan lamentable suceso es noticia en muchos periódicos por varias razones. Primero, porque 300.000 euros son muchos euros y la estafa fue de campeonato. Segundo, y no menos importante, porque la tal Pepita se ha labrado su fama de vidente, maga y sacaperras en esos programas de televisión donde echan las cartas en directo y uno llama a teléfonos de pago para que le engañen a conciencia. En tercer lugar, aunque se dice poco, hubo una situación de abuso de una persona incapacitada, lo que, para mí, es no grave, sino gravísimo.


Según el Código Penal (Ley Orgánica 10/1995, Art. 248, 1) Cometen estafa los que, con ánimo de lucro, utilizaren engaño bastante para producir error en otro, induciéndolo a realizar un acto de disposición en perjuicio propio o ajeno. No nos cabe duda que la mujer que, transtornada, acudió a Pepita fue engañada y timada y que perdió una fortuna creyendo que estaba siendo curada de sus males imaginarios (o reales). 


Pero tampoco me cabe duda que todos esos consultores astrológicos, videntes, echadores de carta y demás, todos ellos y cada uno, cometen también estafa. De menor cuantía, quizá, pero estafa a fin de cuentas. Ya sería hora de que la policía, de oficio, acusara a esta tropa de timo, engaño y estafa, de una maldita y puñetera vez. Siempre que pido esto me quedo solo, pero ¿por qué no?

Otro mecanismo es el que empleó un ciudadano británico ante los tribunales. Según la legislación europea, la prestación de un servicio también ha de estar garantizada y si el servicio es defectuoso, tiene que haber posibilidad de reclamar daños y perjuicios, o una devolución del importe pagado por dicho servicio. El tal ciudadano denunció a un vidente por no haber adivinado su futuro... y ganó el juicio. Es una idea que dejo sobre la mesa, por ver si alguno se anima.


La corrupción en los juzgados entre 2015 y 2016


El Consejo General del Poder Judicial ha publicado una estadística sobre los casos de malversación de fondos públicos, prevaricación, cohecho, tráfico de influencias y otras lindezas por el estilo que acaban todas en el mismo saco de la corrupción política en España. La estadística comprende todos los casos juzgados entre julio de 2015 y septiembre de 2016 y no tiene desperdicio.

Presuntos implicados.

La estadística incluye 155 casos en fase procesal entre abril de 2015 y octubre de 2016. Son 21 en Andalucía; 20 en la Comunidad Valenciana; 17 en Cataluña... En total, fueron procesadas 1.378 personas. En su mayoría, varones (1.060) y españoles (1.174). Que sólo una cuarta parte de los procesados sean mujeres (318) se explica no porque sean más honradas que los varones, sino porque (lamentablemente) la cuota de poder en la política sigue siendo mayoritariamente masculina.

De todas estas personas, 272 tendrán que explicarse ante la Audiencia Nacional y el resto, en los juzgados regionales (autonómicos): 303 en Cataluña, 153 en Andalucía, 145 en Madrid, etcétera. 

Durante el período analizado, los tribunales españoles dictaron 99 sentencias y 72 de éstas fueron condenatorias. Fueron condenadas 399 personas, pero sólo 82 personas fueron obligadas a cumplir la condena (alguna de las cuáles había sido condenada antes de 2015). A ojo, uno de cada cinco condenados fueron sujetos al régimen penitenciario.

En valores relativos, las Comunidades Autonómicas con más empleados públicos juzgados por corrupción son: Cantabria (17 cada 100.000 habitantes, 3 cada mil empleados públicos), Asturias (6,8 cada 100.000 habitantes, 1 cada mil empleados públicos), La Rioja (4,5 cada 100.000 habitantes, 0,9 cada mil empleados públicos) y Cataluña (4,2 cada 100.000 habitantes, 1 cada mil empleados públicos).

Comienza la edición del segundo volumen


Observen entre los filósofos algunos que aparecen en el segundo volumen.

A estas alturas no es ningún secreto que he escrito el primer volumen de la Historia torcida de la Filosofía y que queda pendiente un segundo volumen. 

Este fin de semana me han llegado las indicaciones de la editorial para corregir el texto de esta segunda parte y he comenzado inmediatamente las tareas de edición, que son, poco más o menos, las de limpiar, pulir y dar esplendor. Tengo mucho trabajo por delante, pero también una sonrisa en la cara. ¿No la ven?

Adelanto acontecimientos. La segunda parte de la Historia torcida de la Filosofía va de finales de la Edad Media hasta hoy mismo. Aparecerán personajes como Ockham, Descartes, Hume, Kant, Hegel, Nietzsche... y ninguno en sus cabales. ¡Ya verán ustedes!

Pero todavía falta para eso. ¡Paciencia! Estamos editando. A veces me resulta difícil explicar y dar a entender por qué el trabajo de edición es tan importante. El autor tiene que vérselas de nuevo con su texto y plantar cara a sus imperfecciones, que rara vez son pocas. Nadie escapa a un trabajo de edición, nadie. Desde mi punto de vista, es el momento más interesante del trabajo como escritor (y como editor, también). Es donde se nota si uno vale y donde tiene que dar lo mejor de sí. Además, es donde se contempla la luz al final del túnel, por vez primera y cada vez más cerca.

Empiezo la tarea con ganas, con ilusión, con mucho trabajo por delante y todo él bienvenido. Iremos informando.

La probabilidad 2 de la estupidez humana


El otro día leía un texto sobre la Guerra Fría y la pugna por la hegemonía en el Atlántico entre submarinos soviéticos y de la OTAN. Iba leyendo y leyendo y veía como unos y otros sacaban submarinos más grandes, más veloces, más silenciosos... y más mortíferos. Entre estos últimos, sin duda, los de la clase Barbel (SS-580), conocidos por la Marina (US Navy) como B-girls, o Muchachas B

El USS-580 en los astilleros.

Los Barbel fueron los últimos submarinos diésel-eléctricos de la US Navy, que se pasaría a los submarinos nucleares. Pero eran unas unidades modernísimas, que han inspirado el diseño de submarinos más modernos (nucleares o convencionales) tanto en los EE.UU. como en otras naciones aliadas. El diseño de las Muchachas B tuvo influencia incluso en el diseño de los submarinos de sus posibles enemigos, léase China.

Uno de esos submarinos, en dique seco.

Así, su configuración como submarino de ataque se convirtió en estándar y el diseño de la proa, la popa, la vela, etcétera, un modelo a imitar por todos los diseños posteriores. Fue, en verdad, revolucionario. En superficie, andaba a 12 nudos. Sumergido, podía alcanzar los 25 (durante 90 minutos, hasta agotar la batería) o pasarse más de cuatro días en navegación silenciosa.

Los tres submarinos de la clase Barbel fueron el USS Barbel (SS-580), USS Blueback (SS-581) y el USS Bonefish (SS-582). Los tres comenzaron a servir en la US Navy en 1959. Uno de ellos (el USS Blueback) sobrevive en un museo, en Portland, Oregon.

El último día del USS Barbel al servicio de la US Navy, en 1988.

Dejando a un lado la hidrodinámica de la nave, lo más revolucionario de su diseño fue el Centro de Mando (llamado entonces de Ataque), donde se habían centralizado todos los controles de la nave. Ahora es lo habitual (incluso en la marina mercante), pero entonces era una novedad absoluta. 

Y es aquí donde tropecé con la probabilidad 2.

Decía el libro que tenía entre manos que el centro de control de armas permitía el empleo del torpedo nuclear antisubmarino Mk 45 ASTOR, que tenía una probabilidad 2 de acabar con una amenaza submarina enemiga. ¿Qué era una probabilidad 2?

Por lo general, la probabilidad es un valor entre 0 y 1. 0 es una probabilidad nula; 1 significa que se acierta siempre (un 100%); una probabilidad 0,75, por ejemplo, que se acierta tres de cada cuatro veces (un 75%). Pero ¿una probabilidad de 2? ¿Un 200%?

Tuve que investigar. El Mk 45 ASTOR (i.e. Antisubmarine Torpedo) era un mal bicho. Fue diseñado entre 1957 y 1960 y fabricado por Westinghouse. Se fabricaron unos 600, entre 1963 y 1976. Tenía un calibre de 480 mm y un motor eléctrico que le permitía alcanzar un blanco a 8 km del submarino. Por el camino, se guiaba desde el submarino gracias a un cable que iba desenrollando a medida que se aproximaba a su blanco. No era rápido, pero no le hacía falta. En vez de una carga explosiva convencional, llevaba una carga nuclear W34 de 11 kilotones (equivalente a 11.000 toneladas de TNT). De ahí la probabilidad 2. Me explico.

Si el comandante de un submarino americano decidía eliminar a un submarino soviético enviándole un Mk 45 ASTOR, seguro que se lo cargaba, seguro seguro, sin duda. El petardo era tan gordo que incluso sin acercarse demasiado al enemigo lo echaba a pique. Probabilidad 1. Pero atención: si se hacía detonar el torpedo, seguro que el submarino americano que había disparado contra el submarino soviético también se iba a pique con toda la tripulación. Probabilidad, otra vez, 1. El radio destructivo de la explosión de la W34 ¡era superior al alcance del torpedo! De ahí la probabilidad 2, 1 por el submarino amigo y 1 por el enemigo. Brillante. Estúpido.

En la película, se miente con bellaquería cuando se asegura que quien dispara permanecerá a salvo.

Naturalmente, el torpedo no hacía demasiada gracia a los tripulantes de submarinos de la US Navy y los diseñadores de torpedos tuvieron que ingeniárselas para diseñar el Mk 48, que hoy es un estándar y que lleva cabezas convencionales, nucleares o lo que sea que lleven los torpedos hoy en día. Sin saber qué hacer con él, los americanos quitaron las cabezas nucleares de los torpedos Mk 45 fabricados hasta la fecha, las rellenaron de los explosivos de toda la vida, dieron una nueva mano de pintura a los torpedos y pusieron a la venta entre sus aliados el modelo Mk 45 Modelo 1, llamado cínicamente Freedom Torpedo, porque la estratagema les liberó de tener que utilizarlo ellos.

Los últimos días de Napoleón



Walter Scott fue uno de los padres de la novela histórica, pero también un notable ensayista. En ese oficio dedicó su atención al hombre que había puesto patas arriba la historia de Europa, dejando una huella tras de sí de la que muy pocos personajes historicos pueden presumir. Me refiero, naturalmente, a Napoleón Bonaparte. 

De La vida de Napoleón Bonaparte a este librito, que contiene tres documentos muy interesantes. Se titula Los últimos días de Napoleón y sigue titulándose (aunque no quepa en la cubierta, pero sí en la portada) Retrato imparcial del Emperador, su enfermedad y muerte, su testamento. Fue editado en Valencia en la primera mitad del siglo XIX y Guadarramistas Editorial ha vuelto a publicar el texto, provocándome un grandísimo placer como curioso y como lector. ¡Bravo!

Las tres partes del libro son: un retrato psicológico de Napoleón y el relato de sus últimos días en Santa Helena; la copia de su testamento (que dictó Napoleón, no Walter Scott); y una condena del affaire del duque de Enghien, que fue capturado por los franceses en un país neutral, llevado a Francia, juzgado sumariamente y fusilado en 1804. Un asunto muy feo.

Hay que añadir (y Walter Scott lo menciona) que cuando escribió este texto vivían muchos en Europa que habían servido al Emperador, que habían sido sus víctimas, que habían luchado contra él, que lo habían conocido... y que tenían, en suma, una opinión formada sobre él forjada con la memoria y la experiencia de sus propias vidas. Esto, a mi entender y visto hoy en día, aporta más interés al retrato que se hace de Napoleón, y más mérito. Porque Scott, aunque se deja llevar por sus propios sentimientos y opiniones (quién no), procede a analizar a Napoleón con la mayor objetividad posible y reconoce sus méritos cuando suma censuras, y viceversa. 

El testamento de Napoleón habla por sí solo. Hay que notar a quién menciona y qué dice de él. Obsérvese, por ejemplo, cómo trataba a los hombres y mandos de su Guardia Imperial, o las cosas que les dice a la familia. También parece alejado de la realidad, quizá. Aunque reparte mucho dinero entre mucha gente, hay que notar que gran parte del dinero que menciona nunca regresó a la familia. Lo que pudo repartir (sus ahorros) era bastante dinero, pero no la gran fortuna que uno podría imaginar. A ojo, unos cinco millones de francos, cuando Fouché, su ladino ministro, acumulaba más de veinte sólo en activos financieros. Pero ¡vaya número, Fouché!

El asunto del duque de Enghien lo trata Walter Scott con eso que dicen santa indignación, porque el asunto es considerado por muchos como una mácula imperecedera en el historial del Corso. El duque, príncipe Borbón, fue acusado de confabular contra el entonces Primer Cónsul, que había escapado a varios atentados y golpes de Estado muy serios (véase el asunto de la Máquina Infernal o la conjura de Pichegru). Conozco el caso con cierto detalle por haberme documentado, hace mucho tiempo, para escribir mi primera novela publicada, La conjura de Perregaux y desde entonces no ha dejado de interesarme. El comportamiento del cónsul Bonaparte no fue ejemplar, en relación al duque de Enghien, pero el comportamiento de aquéllos que censuran su reacción había sido antes mucho peor y de ese antes no se atreven a decir una palabra; pero ésta es una opinión mía, discutida, discutible, y por lo tanto, juzguen ustedes mismos, que ya son mayorcitos.

No seguiré. Con decir que me lo he pasado en grande con Los últimos días de Napoleón hay suficiente. Apta (casi diría que obligatoria) para bonapartistas y aficionados.

La vida arrebatada de Friedrich Nietzsche



Errata Naturae publica un cúmulo de notas que había visto la luz como libro hace muchos años, al menos en Alemania. Las traduce Iván de los Ríos Gutiérrez (que también hace una notable introducción) y es un caramelo para alguien como yo, que siente por Nietzsche un gran interés. Un caramelo porque Franz Overbeck, el autor, era amigo del bigotudo filósofo, uno de sus pocos amigos de verdad, si no su mejor amigo.

Nietzsche, en vida, no se comió un rosco. No hablo sólo de echarse novia, sino también de ver reconocido su trabajo. Cierto que al final consiguió despertar el interés de algunos lectores, que quedaron deslumbrados por su obra y formaron un rebaño de seguidores entusiasmados, pero eran pocos en número. Nietzsche era un solitario y le gustaba hacerse el solitario, aunque a veces sería mejor sustituir el verbo gustar por otro. Aquejado de profundas jaquecas y asediado por los síntomas de una enfermedad que acabaría llevándoselo al manicomio, supongo que no estaría para paripés.

Cuando murió, justo antes y luego después, la fama de Nietzsche se desbocó y superó cualquier expectativa. De repente, se puso de moda. Arrasó. Eso fue un problema, porque el legado de Nietzsche estaba en manos de su hermana Elisabeth, una harpía antisemita (fanática, además) y manipuladora... Perdonen que hable así de ella, pero me inclino a tratarla mejor de lo que se merece... Fue un problema, decíamos, por las malas artes que aplicó su hermana sobre su obra inédita y porque salieron muchos atolondrados diciendo de Nietzsche cualquier cosa, creando un falso Nietzsche a su medida, y cualquiera que haya leído a este autor sabrá que su pensamiento es muy fácil de manipular. Por su parte, Nietzsche mismo mentía continuamente acerca de sí. Es lo que tiene ser Nietzsche.

Overbeck, que había conocido a Nietzsche, escribe sus notas cuando Europa bulle de gentes que escriben sobre su amigo sin saber de qué están hablando, básicamente. Overbeck, en cambio, no hablará de cosas filosóficas de mucha enjundia, sino que hablará de su amigo, de la persona. Entonces aparece un tipo insignificante, ególatra, incapaz de tratar normalmente con las mujeres, a veces torpe, a veces amable, siempre solitario, aturdido por sus ideales de grandeza, violencia y vitalidad y desposeído de ellos a poco que regresa la jodida jaqueca. A Overbeck no le interesa tanto la filosofía de Nietzsche (con la que difícilmente está de acuerdo en más de una ocasión), sino notar la extraña combinación entre esa gran y bullente cabeza llena de ideales y la persona (más bien, el personaje) que con tantas limitaciones ha de encarnarla. Llega un punto en que Fritzi (Nietzsche) da pena, y cuando uno piensa en su hermana y en lo que ya estaba tramando, hasta lástima.

Para los aficionados a la filosofía, la psicología, incluso la literatura o la historia, para los curiosos, que buscan textos originales, para los buenos lectores, etcétera, éste es un libro recomendable. Para los aficionados a Nietzsche, imprescindible.