No pasa un día sin que inventen algo nuevo. En política, por ejemplo. Aunque luego resulte que algunas de estas novedades son tan viejas como el hambre.
El señor Puigdemont oteando por si ve la preindependencia.
Detrás, muy negra, la postautonomía.
El otro día, por ejemplo, el señor Puigdemont, presidente de rebote de la Generalidad de Cataluña, habló de sus cosas ante un público entregado, en el teatro Romea (que no Romeva) de Barcelona. Traduzco su tesis, literalmente: Este proceso de la postautonomía a la preindependencia es un proceso que hace todo el mundo en su intimidad. Literal.
La tesis es asombrosa, en sí misma. Un análisis semántico del proceso descrito va del futuro al pasado, en sentido contrario al del orden natural de las cosas. Porque la postautonomía es lo que viene después de la autonomía, que es lo que tenemos ahora, y la preindependencia es lo que hay antes de un futuro (hipotético, como todos), la independencia, y eso que hay antes de ese futuro es lo que tenemos ahora, ¿no? No sé si me explico. Piensen y ya me dirán.
Aunque quizá me equivoque de medio a medio e interprete erróneamente la tesis del discurso. Fíjense. Este proceso [...] es un proceso que hace todo el mundo en su intimidad. Quizá se refiera no a la organización política del Estado, como cree todo el mundo, sino a la descripción de una evolución psicológica que empuja a todos y cada uno de nosotros (íntimamente, a solas) a dejar atrás nuestra autonomía personal antes de haber logrado ser independiente como persona.
Lacan, omnipresente en el discurso procesista.
Véanlo intentando comprender lo que acaba de decir.
Me recuerda, por la manera de decir las cosas, a ese postmodernismo lacaniano que nunca sabes muy bien si te engaña o te está tomando el pelo. Porque ¿realmente todos y cada uno de nosotros quiere... no sólo quiere, sino que ejecuta (aunque sin decírselo a nadie), una pérdida de su autonomía personal antes de conseguir dejar de ser dependiente (de los demás, se supone)? Pero ¿qué c... quiere decir esto? No entiendo nada.
Uno se pregunta si, como Lacan y tantos otros, se oye cuando habla, y después de preguntarse eso, se pregunta si cree en lo que dice o no cree, sin saber cuál de las dos respuestas es más preocupante, si una o la otra. Eso, hablando de psicología. Si resulta que el discurso iba de política, entonces es puro delirio y la preocupación, mayor.
Lo que quedó impreso en los periódicos es que, valiéndose de este subterfugio psicológico que he dicho, queda desvelado el método de obtención de la independencia de Cataluña tanto tiempo discutido. Será, atención, mediante la Declaración Individual de Independencia de todos y cada uno de los catalanes. Como lo oyen, tal cual.
El plan es perversamente simple e inesperado. Dado que todo el mundo está haciendo el proceso de la postautonomía a la preindependencia en la intimidad... ¿Todo el mundo? ¿Yo también? ¡No interrumpamos el discurso! Dado que todo el mundo hace eso, decíamos, todos y cada uno de los catalanes, víctimas de ese proceso, sin que haya otro remedio, empujados a ello por el destino, las circunstancias o qué sé yo, haremos una declaración individual de independencia. Ni unilateral ni pactada ni negociada ni razonada ni conseguida por la fuerza de la razón o de las armas ni nada de eso. Individual. Yo mismo mismamente dejo de ser autónomo y me declaro independiente... ¡Toma! Pero yo y nadie más que yo, y porque yo quiero.
Rousseau escribió sobre el contrato social, aunque no fue el primero.
La idea es rescindir individualmente ese contrato y ver qué pasa.
No es que uno deje de ser autónomo y se apunte de nuevo al paro, sino que, simplemente, a poco que uno puede valerse por sí mismo, le hace un feo a la sociedad y declara solemne e individualmente que el contrato social que le servía para relacionarse con los demás se lo pasa por el forro, y que no se siente obligado a cumplirlo, obedecerlo o respetarlo, en ninguno de sus aspectos. Sólo si le viene en gana cumplirá con la familia, pero ni a eso se verá obligado. Si una sola persona decide algo así, el asunto no pasa de chifladura, pero si todas (como se afirma) se proclaman ajenas al contrato social...
Fotograma de la película El señor de las moscas.
El libro es mejor y explica qué pasa cuando se retorna al estado salvaje.
Esto es filosofía clásica y el hombre ajeno a un contrato social es, por definición, un salvaje, dicho sin ánimo de ofender, sino limitándonos a una descripción unánimemente aceptada. Aristóteles, de hecho, dice que el hombre ajeno a un contrato social no es ni siquiera hombre, quede dicho, pero no me atrevo a decir tanto. En cualquier caso, ya que promovemos el estado salvaje de los catalanes, ¿qué estado salvaje será ése?
Hay que escoger entre Rousseau y Hobbes. Rousseau sostenía la teoría del buen salvaje y Hobbes, todo lo contrario, que el hombre sólo es bueno cuando vive sometido al orden social. La experiencia nos demuestra que el hombre es más bien cabrón y que las tesis de Rousseau sirven maravillosamente bien a las tiranías (y las de Hobbes, ya puestos), por lo que tenemos que deducir que el discurso del señor Puigdemont propone una inmersión en el caos y la violencia que tan bien describió Hobbes, propone un dejar atrás la civilización y plantarnos en un lugar donde cada uno mira por sí y no pierde ni un ápice de su tiempo en mirar por los demás, donde la autoridad (cualquier autoridad) desaparecerá de la faz de nuestras comarcas, que serán regidas, a partir de ese momento, por la ley del más fuerte, del que tenga menos escrúpulos y más cartuchos en su escopeta.
Ésta es la imagen que resultará de la Declaración Individual de Independencia.
La que dicen que resultará. Y yo voy y me la creo.
Una versión más light de esta idea, la que creo políticamente más próxima al ideario del señor Puigdemont, es la que se ha dado a llamar anarcoliberalismo o quizá un neoliberlismo extremo, donde se propone la máxima reducción (incluso la desaparición) del aparato del Estado, creándose una sociedad dominada por los más ricos y sustentada por una legión de pobres y desesperados personajes desprovistos de derechos sociales. ¿Va por ahí? ¡Espero que no! Aunque a neoliberales nadie gana a los antiguos convergentes.
Quizá fuera más adecuado modificar el contrato social que hemos firmado al nacer y hacer lo posible por mejorarlo y hacerlo más justo. Uno podría, por ejemplo, ponerse en la piel del más débil o desfavorecido y preguntarse qué podría hacerse para que tuviera las mismas oportunidades en esta vida que otro que tuvo más suerte al nacer. Es la tesis contraria (absolutamente contraria) a la del señor Puigdemont, que propugna, en su versión radical o en su versión light, una anarquía donde los que nacieron con suerte se rifarán a los que nacieron en un mal día. Si me dan a escoger, prefiero quedarme como estoy.
Además, el desmenuzamiento hasta la desaparición del contrato social que se propone podría dar pie a un nuevo contrato social... no previsto. Porque después del caos, cualquier cosa. Si dentro de un orden vamos como vamos, imagínense después de ese período de desobediencia generalizada. Ahí lo dejo.
Yo, qué quieren que les diga, contemplo esta tontería como quien observa un naufragio agarrado a una balsa improvisada. Cuando toda esperanza de sensatez está perdida, más vale disfrutar del espectáculo que nos ofrece tanta memez. Mientras procuro mantenerme a flote en el mar de la estulticia, me río de tanta tontería y me pasmo de que tanta gente se la tome en serio.
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