Seguro que conocen el argumento. Imagínense un pueblo en medio de los EE.UU., en lo que llaman América Profunda, lejos, bien lejos, tanto física como espiritualmente, de las grandes urbes. En éstas, llega un forastero y comienza a hacer preguntas. Recelo, desconfianza... Más pronto que tarde se adivina que todo el mundo tiene algo que esconder, que nadie va con la verdad por delante. El ambiente enclaustrado, agobiante, que huele a rancio, no disimula que el forastero dice una cosa, pero luego resulta que es otra, y lo mismo podría decirse de los paisanos del lugar. A medida que avanza la trama, vemos que debajo de las alfombras se esconde mucha porquería, que nada es lo que parece... El final mejor no descubrirlo, pero sucede como con la pólvora: la mecha quema lenta, lentamente, y de repente ¡pum!
Ahora cambien el escenario. Ya no nos enfrentamos a los grandes espacios del Medio Oeste, sino a la Cataluña profunda (la que uno encuentra saliendo del área de influencia de Barcelona, lo que en catalán televisivo llaman territori). En este caso, el escenario se insinúa próximo a zonas de montaña, pero podría ser en cualquier parte. Mompuig, tal es el nombre del imaginario pueblo, recibe la visita de un forastero y muy pronto corre la voz de su presencia imprevista. Pretende, se dice, comprar un Cadillac que guarda una de las vecinas en un cobertizo. Pero, claro, hay más, porque en el fondo pretende otra cosa, y los vecinos, otra, cada uno la propia, y entre todas las cosas que todos pretenden se teje una trama que revienta al final, ¡pum!, como ya he dicho.
Joan Carreras ha escrito una novela de estructura clásica, que no puede ocultar la influencia de los escritores americanos de género, como J. M. Cain y El cartero siempre llama dos veces o 1.280 almas, de Jim Thompson. En las formas, el lector se enfrenta a un texto cargado de diálogos llenos de entredichos, sobrentendidos, indirectas... Es un relato que van tejiendo narradores protagonistas; cada uno de los personajes narra su parte del diálogo, y van turnándose los narradores y puntos de vista, como un diálogo de narradores superpuesto al diálogo de los personajes. El narrador omniscente de toda la vida, apabullado por estos intercambios de puntos de vista, tiene que limitarse a ser un narrador heterodiegético (perdón) y conformarse con la descripción de las acciones de los protagonistas entre tanto. Es un enfoque formal arriesgado y original.
Poquito a poco, el lector ha de ir reconstruyendo lo que no parece tener sentido, aunque lo tiene. ¡Vaya si lo tiene! El pastel se descubre hacia el final, donde... No diré más. Quédense con el ¡pum! Ésta es una estratagema narrativa propia de la novela negra clásica, como también ese aire maldito y pesimista, desesperanzado, de todos los personajes, que sazona el texto de arriba abajo.
El autor, compañero de estudios, tuvo a bien dedicarme su obra. Gracias.
Tarde o temprano, alguien tendrá que levantar la alfombra. Aquí la alfombra es muy extensa y muy gruesa.
ResponderEliminarSaludos
Francesc Cornadó