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La Santa Catalina de Caravaggio (La corte del palacio Madama)


El cardenal Francesco Maria del Monte.

En 1598, Caravaggio vivía y trabajaba en el llamado palacio Madama. Hoy es la sede del Senado de la República de Italia, pero, en aquel entonces, era propiedad de la familia Medici desde los tiempos de León X. A finales del siglo XVI y principios del XVII residía en el palacio el cardenal Francesco Maria del Monte, pariente de los Borbones de Navarra (por lo tanto, pariente de los Medici) y embajador de Florencia en Roma. 

En aquella época, la política romana se dividía en dos partidos, el francés y el español. El primero pretendía que el papa fuera menos dependiente de la política imperial de la corona española reconociendo a Enrique IV de Navarra como legítimo rey de Francia. Cuando Enrique dijo que París bien valía una misa, el papa Clemente VIII lo reconoció como legítimo rey de Francia, al fin, porque así podría contrarrestar el inmenso poder de España en los asuntos (normalmente terrenales) de la Iglesia. Pero el rey Felipe de turno (el III) defendía su postura patrocinando al bando español en Roma, contrario a los intereses del rey Enrique. Durante años, España había ayudado a la Liga Católica en una guerra civil francesa, que pretendía el trono para el candidato de Guisa, no para Enrique de Navarra. 

Los dos partidos se enfrentaban a cara de perro en las calles. Las partidas y bandas de bravucones que se citaban para romperse la cara en los alrededores de las termas de Diocleciano estaban patrocinadas por las grandes familias italianas. Porque, en Roma, el asunto de Francia y España se había convertido en una excusa más para que las grandes familias tomaran partido unas contra otras, como siempre habían hecho. En el bando francés militaban los Medici, Sforza, Giustiniani, Aldobrandini, Crescenzi... y uno de sus capitanes era (naturalmente) el cardenal del Monte. Entre las familias que formaban el bando español destacaba una por encima de las demás, los Farnese, y el cardenal Farnese en Roma, Odoardo, era el capitán del bando español (como su hermano Alessandro había sido líder militar de los ejércitos de la Liga).

Lo que en las calles acababa a puñadas y puñaladas, provocando altercados y desórdenes públicos con relativa frecuencia (en los que, por cierto, iba a verse envuelto Caravaggio), en los palacios se trataba con guante de terciopelo.

El cortile d'onore (principal patio interior) del palacio Madama.

Asombrará a muchos que siendo capitanes de dos bandos tan contrarios y enfrentados Odoardo Farnese y Francesco Maria del Monte fueran tan buenos amigos. Consta que cuando el cardenal Farnese iba de putas (perdón), debidamente disfrazado de incógnito, era acompañado por el cardenal del Monte. Jugaban a seducir mozas fácilmente seducibles. El cardenal Farnese se plantaba delante de la casa de la moza y comenzaba a cantar una serenata; el cardenal del Monte le acompañaba con el laúd o la guitarra. El juego acababa con Odoardo en feliz fornicio con la moza y con Francesco Maria feliz de vuelta a casa, porque los gustos del cardenal en cuestiones de sexo no eran tan elementales como los de Odoardo.

(Paréntesis. Parece ser que, mientras sus facultades mentales fueron normales, el cardenal del Monte fue discreto hasta tal punto de que no pudieron señalársele aventuras galantes, fuera de las anteriormente dichas. Sin embargo, cuando envejeció... En esa época, mandaba que le trajeran niños a su habitación, los mandaba desnudar delante de él y entonces, a la vista de ellos, se masturbaba, y luego, satisfecho, los despedía, sin haberlos tocado siquiera. Los testigos coinciden en que, por aquel entonces, el cardenal ya chocheaba, víctima de algún tipo de demencia senil. Muchos historiadores sospechan que el cardenal del Monte había sido siempre homosexual, pero no pueden asegurarlo ni probarlo tajantemente. En mi opinión, su sexualidad era... ¿cómo decirlo? ¿Particular? ¿Era acaso un voyeur? ¿Un pedófilo? ¿Un poco de todo? Fin del paréntesis.)

Aspecto del palacio Madama en el siglo XVII.

La amistad entre el cardenal del Monte y el cardenal Farnese no se limitaba a las aventuras galantes en la noche romana. Compartían afición por el arte. En aquella Roma de finales del siglo XVI, el mayor coleccionista de arte de la ciudad era, sin duda, el cardenal del Monte. Atesoraba en el palacio Madama más de mil quinientas grandes obras. Si no era del Monte, era su mejor amigo, Vincenzo Giustiniani, marqués de Bassano, banquero y patrocinador del corso contra los navíos turcos, que también atesoraba otras tantas piezas en su palacio. Uno y otro, el cardenal y el banquero, fueron los grandes mecenas de Caravaggio. 

El cardenal del Monte descubrió a Caravaggio cuando pasó por la tienda de un tal Valentino, tratante de arte, que tenía su negocio en la plaza Navona. Allí pudo ver los primeros lienzos del genial pintor y no se lo pensó dos veces. Compró sus cuadros y le ofreció habitación y taller en el palacio Madama. Caravaggio, entonces muerto de hambre y pobre de solemnidad, dijo inmediatamente que sí. Del Monte y Giustiniani comprarían para su colección casi dos docenas de lienzos y conseguirían, en muy poco tiempo, que Caravaggio fuera el pintor mejor pagado de Roma (es decir, de Italia), aunque, por el momento, sólo fuera conocido por los más exquisitos coleccionistas y no por el gran público. Caravaggio saltó a la fama cuando pintó los lienzos que decoran la capilla Contarelli, en la iglesia de San Luis de los Franceses. Dos años después, abandonó el palacio Madama y se instaló por su cuenta.

Los magníficos frescos de Annibale Carracci en la Gran Galería del palacio Farnese, en Roma.

El cardenal Farnese también era un gran aficionado al arte y tenía en nómina, trabajando exclusivamente para él, a Carracci, un pintor que hoy suele pasar desapercibido para el gran público, pero un gran pintor. Mientras Caravaggio pintaba para del Monte, Carracci decoraba el palacio Farnese en Roma con unos magníficos frescos, que todavía causan admiración, aunque hay que pedir hora para verlos. El palacio de quien fuera capitán del bando español es hoy embajada de Francia, un guiño del destino que no está desprovisto de humor.

Carracci y Caravaggio juntos, en la capilla Cerasi, en la iglesia de Santa Maria del Popolo.
La obra de Carracci preside la capilla, sobre el altar, pero ante la crucifixión de Pedro y la conversión de Pablo que pintó Caravaggio suele pasar desapercibida y anónima.

Caravaggio y Carracci tenían todos los números para convertirse en enemigos despiadados uno del otro. Sin embargo, Caravaggio dijo siempre de Carracci que era el mejor pintor de Roma y le mostró respeto y admiración. Carracci, por su parte, reconoció el genio de Caravaggio y no compartió las críticas de la Academia a su trabajo. Salta a la vista que sus estilos eran muy diferentes y que tanto el uno como el otro no se dejaron influenciar ni se imitaron mutuamente. Caravaggio estaba un poco hasta las narices de ver como otros pintores de gran fama en Roma comenzaban a imitarle, si no a copiarle directamente, y todo porque el caravaggismo se había puesto de moda entre los coleccionistas. Supongo que descubrir que Carracci se negaba a ello le interesó y le gustó. Carracci, por su parte, abducido por el cardenal Farnese, vivía alejado de la hipocresía mercantilista de la Academia y no tuvo reparos en anunciar que Caravaggio pintaba como el mejor.

Tratado de perspectiva de Guidobaldo del Monte, hermano del cardenal del Monte, publicado en 1600. Es prácticamente seguro que Caravaggio leyó este libro.

En el palacio Madama, además de arte había libros. Una biblioteca magnífica. Porque del Monte no sólo era mecenas del arte, sino también de la ciencia y la filosofía. Lo mismo que Giustiniani, era aficionado a la alquimia, la matemática, la astronomía... En el palacio Madama, Caravaggio tuvo acceso a las grandes obras sobre teoría del arte y es más que probable que leyera el tratado de pintura de Leonardo da Vinci y un buen puñado de tratados de óptica y perspectiva. 

Google Maps nos ofrece esta vista aérea de los alrededores del palacio Madama. A la izquierda, el círculo más pequeño señala donde un tal Valentino tenía su tienda, en la que vendió los primeros lienzos de Caravaggio. A la derecha, un círculo más grande señala el palacio Madama, donde vivía el cardenal del Monte y donde se alojó Caravaggio. A la derecha, el palacio Giustiniani, de su otro gran mecenas, el marqués de Bassano. Unos metros hacia el norte, la iglesia de San Luis de los Franceses, donde Caravaggio se dio a conocer ante el gran público. Todo, como ven, a pocos pasos de distancia.

Porque, atención, Caravaggio era un personaje muy culto y en el palacio Madama tenía acceso a la biblioteca. Nuestro amigo sabía latín, tocaba varios instrumentos musicales y sabía leer partituras, tenía rudimentos de matemáticas, sabía algo de óptica... ¡Cuidado! No era solamente ese bruto borracho y peleón que asoma en las biografías. Además, había tenido la oportunidad de tratar con Galileo (un protegido del cardenal del Monte), con varios grandes matemáticos de la época (entre los que contar a un hermano del cardenal del Monte, Guidobaldo), con una docena de influyentes cardenales, con poetas, músicos, arquitectos y pintores de primera línea... Es posible que conociera a Rubens, incluso.

Por aquel entonces, Caravaggio ya conocía al abate Crescenzi, confesor de Felipe Neri, que tan importante papel tendría en el encargo de las pinturas de la capilla Contarelli. El cardenal del Monte simpatizaba con el Oratorio y los seguidores de Felipe Neri (algo que no hacía demasiada gracia al bando español, por cierto). Fue en el palacio Madama donde la religiosidad de Caravaggio se inclinó hacia la Chiesa povera (la Iglesia de los pobres). También fue en el palacio Madama donde conoció la doctrina de los jesuitas y donde contactó (con la ayuda de Vincenzo Giustiniani) con la Orden de Malta. Que Caravaggio fuera de putas y follones, de vinos, peleas, juergas y tabernas, no quita que no fuera, al mismo tiempo, un personaje especialmente devoto. Es uno de los aspectos del pintor que más cuesta de comprender hoy en día, pero ahí está.

Caravaggio alcanzó su madurez pictórica en el palacio Madama. Una madurez que va más allá de la técnica del pincel, una madurez que también alcanza a su intelecto, que normalmente pasa desapercibida, pero sin la cual es imposible comprender su genio y su valía.

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