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Comer sano es bueno si eres rico


La fabada, parte de la dieta mediterránea.
Eso me han dicho.

De un tiempo a esta parte, se le dan muchas vueltas a la llamada dieta mediterránea. De entrada, uno se pregunta qué es la dieta mediterránea. Desde que un tipo proclamó, muy seriamente, que la fabada asturiana era, clara y evidentemente, parte de la dieta mediterránea, uno puede esperar cualquier cosa. 

¡Aquí hay tomate!

De hecho, qué es o qué no es una dieta mediterránea merecería varios volúmenes de discusiones y reflexiones. A modo de ejemplo, creo que nadie le negaría al tomate ser uno de los ingredientes estrella de la dieta mediterránea. ¡Pues poco tiene de mediterráneo! 

Es americano, de entrada. Luego está el asunto de su historia, que no lo tuvo fácil. Aunque los italianos ya decían que el tomate podía consumirse cocinado como las berenjenas hacia finales del siglo XVI, era tan raro, caro y amarillo entonces que se consideraba una manzana de oro, y de ahí su nombre en italiano, pomodoro. En el resto de Europa, especialmente en el norte, donde comen que dan pena, se consideró que el tomate era incluso tóxico y su consumo no comenzó a ser tolerado hasta finales, muy finales, del siglo XVIII. 

El tomate no fue verdaderamente popular hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX en algunas zonas del Mediterráneo, cuando nace la pizza margarita en Nápoles (cocinada por vez primera por el cocinero Raffaele Esposito de la pizzería Brandi, en honor a la reina Margarita de Saboya, en 1889) o el pan con tomate en Murcia, que luego se exportaría a Cataluña, en la década de 1920.

Para mí que la dieta mediterránea es lo que se metía Epicuro entre pecho y espalda, cultivando el huerto de su escuela filosófica, El Jardín. Hortalizas, hierbajos y, si la pillaban, alguna aceituna, algo de fruta y poco más. Por no hablar del vino, por el que sentían una especial afición. Sólo de vez en cuando, pero muy de vez en cuando, algo de carne o pescado. En cantidad, poca. De ahí a la fabada asturiana, pues, hay mucha historia, como pueden ver. Y lo del vino... Hoy sabemos que mejor no beber vino, ni una botella ni una copa ni .

Un buen plato de pasta no puede faltar en una dieta mediterránea.
Si no, no vale la pena vivir.

Cuento todo esto porque los dietistas e investigadores han estudiado una y otra vez las ventajas de una dieta mediterránea, entendiendo ésta como una dieta rica en cosas de color verde, un poco de aceite de oliva, muy poca carne, buena fruta y un modo de vida más alegre y tolerante que ése que gastan los del norte, vaya tropa. No entraré en el detalle, pero la gente que se dedica a esto seriamente (no hablo de vendedores de dietas para la operación bikini, sino de científicos) afirma que vivir bien y comer sano es bueno... pero mejor será si, además, tienes dinero.

Que la dieta mediterránea tiene algo, es evidente. A modo de ejemplo, The New England Journal of Medicine publicó el pasado 10 de abril un artículo titulado Primary Prevention of Cardiovascular Disease with a Mediterranean Diet, firmado por dieciocho investigadores de Predimed (Prevención con dieta mediterránea), que anunciaba la disminución de hasta un 30% de las cardiopatías entre las personas que seguían esta dieta; y en Annals of Internal Medicine, ya habían publicado Prevention of Diabetes With Mediterranean Diets donde decían que la dieta mediterránea iba tan bien que en algunos grupos de edad era capaz de reducir los casos de diabetes en un 40% entre personas con alto riesgo de cardiopatías. Poca broma.

Pero ahora sale el International Journal of Epidemiology y nos chafa la guitarra. Unos investigadores italianos, gracias a disponer de datos de una muestra de más de veinte mil personas que siguen esta dieta, publicaron High adherence to the Mediterranean diet is associated with cardiovascular protection in higher but not in lower socioeconomic groups: prospective findings from the Moli-sani study (que traduzco libremente como El seguimiento de una dieta mediterránea está asociado a la prevención de cardiopatías entre los ricos, pero no entre los pobres: Hallazgos en la prospectiva del estudio Moli-sani) y llegaron a la siguiente conclusión: la dieta mediterránea es muy buena para la salud si tienes dinero; si no tienes dinero, es buena, pero no tanto, ni mucho menos.

Para una vida saludable, mejor esta pasta que la otra, dice el estudio.

Por ejemplo, verifican una vez más la bondad de la dieta mediterránea. Pero descubren (¡horror!) que si ingresas menos de 40.000 €/año, la probabilidad de sufrir un infarto es una vez y media más alta que si ingresas más de 40.000 €/año. También existen diferencias en cuanto al peligro de un catapún según sea tu educación. Si has pasado por la universidad y tienes un título universitario en el bolsillo, o dos, o los que sea, tienes la mitad de probabilidades de llevarte un susto que otro que se haya quedado con el bachillerato, o la mitad y un cuarto menos de otro que apenas haya pasado por la escuela.

¿Por qué? A ver... Los firmantes de artículo dicen que la gente más formada está mejor informada y sabe cuidarse mejor; la gente más rica, además, puede comprar mejor comida, más sana y de mejor calidad, suele cuidarse más, tiene a quien le cuide y vive mejor, sin tantas preocupaciones, etcétera, etcétera. Los que tienen menos, viven que no llegan a final de mes y además tienen que comer aquello que pueden comprar, que no es tan sano, y acaban dándole a la bollería industrial y llenándose el buche con carnes procesadas llenas de grasas saturadas y esas cosas tan ricas (y tan malas) que comen. Que comemos.

Esto no es nada nuevo. Multitud de estudios médicos y sociológicos dicen que el nivel de renta es un factor determinante para la salud. En Barcelona, sin ir más lejos, más de diez años (¡más de diez!) separan a la esperanza de vida de Sarrià-Sant Gervasi, barrio rico, de la esperanza de vida de los barrios más pobres. La pobreza mata. La pobreza es, además de un problema moral, un problema sanitario.

Concluyo por mi cuenta y riesgo que este estudio demuestra que más culto eres, menos riesgo cardiovascular llevas encima. No sé si será verdad, pero me he recetado una buena lectura frecuente. Hagan lo mismo. Si tengo razón, vivirán mejor; si no la tengo, no habrán perdido nada y habrán ganado mucho.

Lean, lean.


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