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Qué pena, penita, pena


Este verano quedé para cenar con unos amigos de toda la vida, gente que conoces desde que dejaste los pantalones cortos. La jornada se presumía feliz: viejas amistades, aventuras que contar, una comida estupenda, el mar, una terraza fresquita... Regresé a casa con el corazón encogido. No tanto por los estragos que provoca el paso del tiempo (todos tenemos una edad), sino por los estragos que ocasiona la política. En efecto: a algún imbécil se le ocurrió mencionar el prusés y la liamos en un pispás. 

Cierto que el alcohol ayudó. Admito que el punto de vista de un abstemio sobre una discusión de gentes animadas (ejem) por el alcohol es más pesimista de lo habitual, y como un servidor no prueba una gota de alcohol ni en broma... Pero lo que asomó a gritos fue el odio, un odio ideológico e irracional, un enfrentamiento a cara de perro entre ellos y nosotros que me hizo regresar a casa verdaderamente asustado y apenado, sin haber abierto la boca, además. Tuve miedo, ésa es la verdad. ¿Qué os han hecho? In vino veritas, suele decirse, y aunque no fue vino, sino un combinado de ginebra, el resultado puede considerarse equivalente.

Días después, y esta vez sin alcohol de por medio, una conversación informal entre varios conocidos se convirtió en otro monólogo a gritos. Alguien pisó el prusés y con un conocido de carácter normalmente afable y delicado se encendió él solito, vertió por su boca (a gritos) ese caldo bilioso formado por nosotros y ellos, supremacismo, intolerancia e irracionalidad, y me volvió a arruinar el día. Cualquier intento de civilizar el encuentro fue inútil y suerte que llegó la hora de irme, que ahí siguieron chillándose, animándose unos a otros, ellos solitos.

Había vivido episodios parecidos, pero no tan intensos como los de este último mes. Me siento rechazado, extraño, en mi país, y desconfío. Sólo me faltó una sesión parlamentaria que resumo en las malas formas y evidente desequilibrio emocional de la presidenta del Parlamento de Cataluña. Con ver su cara y comprobar su falta de educación (¡en sede parlamentaria!) está todo dicho. Las formas, las formas... Lo de leyes, reglamentos y violaciones de derechos se desprende de manera evidente si observamos sus formas y no creo que haga falta un dictamen técnico para ver que eso no pudo ser bueno.

Pena, pena, mucha pena, no me cabe sentir nada más que pena por lo que nos han hecho.

1 comentario:

  1. Eso es lo que sentían los alemanes de bien en los años 30. Sorpresa por lo que sus vecinos eran capaces. Pena de lo que veían a su alrededor. Miedo de lo que les podía ocurrir a ellos. Silencio. Y más tarde, horror.

    Le recomiendo que vaya pensado en salir de Cataluña. Esto no va a acabar sin que alguien acabe en lágrimas.

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