La Gran Mentira o un montón de mentiras, una detrás de otra, durante años. Ahora las llaman post-verdades, aunque dos millones de personas creyeron en ellas, con los ojos cerrados, dejándose llevar, sin dar muestras de sentido crítico (tampoco de sentido común) y dando rienda suelta a algunos demonios de la peor calaña, que haberlos, haylos, defensores de un nacionalismo supremacista y exclusivista (valga la redundancia), dando por bueno un concepto de las leyes y la democracia cuanto menos peculiar.
Entre estos dos millones ¿hubo gente de buena fe? Naturalmente, la mayoría, jamás diré lo contrario. Pero se hacen muchas barbaridades con la buena fe por delante. ¡Cuántos se dejaron engañar y se engañaron a sí mismos! También se dieron sobradas muestras de panfilismo e ignorancia entre el rebaño. El sesgo de confirmación les daba siempre la razón y en algunos (siempre demasiados) apareció la bestia negra del fanatismo y el odio. Ciegos, sordos, se dejaron arrastrar por la Gran Mentira... y ahí siguen instalados.
De sus líderes no puede decirse nada bueno, ni nada nuevo, porque todo era sabido, todo era evidente. O mintieron a posta para beneficiarse de alguna manera o creían en lo que decían. No sé cuál de las dos opciones es más alarmante. Queda una tercera opción, que es psicológicamente interesante y muy posible: que se creyeran sus propias mentiras, que vivieran aislados en un mundo de luz y de colores, ajenos a la realidad. Entonces, la preocupación que siento por ellos y por todos sube algunos enteros.
Han destrozado todo lo que han tocado. El prestigio del país y sus instituciones ha quedado por los suelos; la economía, perjudicada; la política, desprestigiada y herida; el honor, si tal cosa vale mencionarse, ni está ni se le espera, porque salió corriendo a la primera de cambio. Han despertado lo peor de las banderas, de todas las banderas, las de aquí y las de allá. Si alguien creía que la Gran Mentira no era peronismo de derechas (incluso, según yo creo, de extrema derecha), si creía que era progresista o europeísta o social o chachi, que compruebe sus efectos en España y en la misma Cataluña. Le felicito, joven, que diría aquél después del estropicio.
La Gran Mentira... Ahora, dos millones de ciudadanos se enfrentan a las fases del duelo. Algunas podrán darse a la vez. Me cuentan que esas fases son:
Una fase de negación, en la que sostendrán que no ha sido una Gran Mentira, en la que continuarán engañándose a sí mismos con los argumentos más inverosímiles. Estamos en ello y muchos no saben salir de ésta. Confusión, ridículo.
Una fase de enfado, indiferencia o ira, en la que comenzarán a cabrearse y buscarán culpables. Esperen a las elecciones y verán. Se tienen unas ganas entre ellos... Van a salir traidores de hasta debajo de las piedras y las puñaladas serán moneda corriente.
Una fase de negociación, donde intentarán salvar lo que se pueda de la Gran Mentira, para que no se pierda del todo y poder seguir creyendo en ella, aunque ya comienzan a reconocer que no era verdad; con eso están tentando, por ejemplo, a la señora Colau, que, reconozcámoslo, creía en la Gran Mentira como los demás.
También hay una fase que llaman de dolor emocional, que es cuando te pones triste y te deprimes y te lamentas y tal. No hay para menos. Añadiría la vergüenza, pero no se da entre los dirigentes de la Gran Mentira.
Queda la fase de aceptación, en la que se reconoce que la Gran Mentira era eso, una mentira muy grande, y no queda más remedio que comérsela con patatas y seguir adelante como sea, enfrentándose a la realidad. Para ésta todavía falta y la veo lejos.
Aún así, es posible que ganen las elecciones los promotores de la Gran Mentira. Porque la fase de negación pesa mucho, y la de negociación, también. Pero la Gran Mentira es ya, indiscutiblemente, una mentira muy grande.
Llegados a este punto falta, por cierto, una historia de la Gran Mentira en su verdadera dimensión, que es trágica por las consecuencias, pero altamente cómica, por ridícula, surrealista, inverosímil y estúpida, en la que no se salva nadie, ni de un bando ni del otro, y que quizá concluya con el cambio de peinado de Puigdemont, como se inició con el cambio de peinado de Mas, cuando, ¿lo recuerdan?, comenzó a disimular las entradas y las canas mientras pactaba con el PP la reforma laboral y recortaba los presupuestos sociales a destajo. Luego rodearon el Parlamento de Cataluña unos jóvenes justamente cabreados y ya conocen el resto.
¡Lástima, qué lástima, que nos falte quien pudiera explicar la Gran Mentira en su verdadera y absurda dimensión! Porque sólo se me ocurre para contarla alguien como Chiquito de la Calzada, que en paz descanse. ¿Se imaginan? Va Puidemón por la gloria de mi madre y el fistro le dice...
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