Fernando Aramburu es un escritor nacido en San Sebastián que reside en Alemania y tiene un largo currículum de cuentos y novelas. Pero Patria le ha llevado a la fama entre el gran público. Publicada por Tusquets, lleva no sé cuántas reimpresiones (yo he leído un ejemplar de la 20.ª) y un gran éxito de ventas y críticas. También se ha detectado algún crítico descontento (siempre hay alguno), pero las quejas de estos reseñadores gruñones no parece haber tenido mucho efecto sobre el personal. Los lectores valoran muy bien la novela allá donde pueden dar su opinión y el autor se ha llevado a casa el Premio Nacional de Narrativa.
Patria narra la historia de dos familias unidas por una larga amistad en un entorno que fuera rural, que hoy es más industrial y vecino del extrarradio urbano de San Sebastián. Pero el ambiente asfixiante del nacionalismo vasco se deja sentir y acaba por captar al hijo de una de las dos familias, que acaba como miembro de ETA. La otra familia, en cambio, verá como el padre se convierte en un objetivo de los terroristas. El drama está servido y no diré más del argumento.
Hay quien tiene reparos en tratar un tema tan próximo, y no falta quien afirma que el éxito de la novela se debe precisamente a este factor. Muchas personas han afirmado que es el libro que hacía falta para comprender lo sucedido en el País Vasco durante los años del terrorismo y el acoso abertzale y que era, por lo tanto, un libro necesario. No diré que no, porque nos enfrenta a una realidad que queremos dejar atrás, y no debiéramos. Muchos que permanecieron ciegos entonces o que no conocieron esos tiempos tristes pillan ahora Patria y se llevan las manos a la cabeza, que buena falta hace.
Pero, en abstracto, un lector anónimo y extranjero que apenas supiera nada de ETA o del País Vasco leería Patria y se angustiaría o emocionaría como cualquier otro lector, porque la tensión dramática está muy bien tramada y el ritmo que se impone en el relato se mantiene a lo largo de prácticamente todo el texto. En algunos momentos, emociona y conmueve. En otros, conmociona. No deja indiferente, porque el autor sabe narrar. No hay más.
Es una obra coral, donde destaca la fuerza de los personajes femeninos. Alguna voz insinúa... Alto ahí. ¿Son personajes estereotipados? Responden a estereotipos, quién no, como casi todos los personajes de novela famosos, pero lo que importa es que son coherentes consigo mismos y con la historia, que son ricos en matices, que tienen entidad psicológica y la suficiente profundidad dramática como para no ser tópicos. El mismo final de la novela (que no desvelaré) no ha agradado a algunos lectores (a pocos, en verdad), pero es extraordinariamente coherente con la naturaleza de los personajes implicados y a poco que uno piense no podía ser otro.
El autor emplea un lenguaje casi coloquial. Cambia de narrador con frecuencia; ahora emplea un narrador convencional, omniscente, y ahora, sin previo aviso, en la siguiente frase, en el mismo párrafo, la de un narrador protagonista que habla en primera persona, como quien no quiere la cosa. Altera los tiempos verbales con el cambio, y se queda tan contento. La línea temporal del relato va y vuelve del presente al pasado y viceversa. Etcétera. En cualquier otro caso, el resultado sería un desastre. En éste, ¡ojo!, cuenta las cosas y las deja muy bien contadas. El relato fluye con una naturalidad pasmosa y se lee estupendamente bien, y resulta eficacísimo para transmitir emociones y puntos de vista. No hablamos de alta literatura (aunque no sé muy bien qué es eso, ni creo que lo sepa nadie), pero sí que éste es un libro que está muy bien.
Lo recomiendo, no ya por el retrato que hace de una sociedad herida y enferma (que también), sino por sí mismo, por la historia que narra y los personajes que intervienen en ella. Es accesible para toda clase de lectores y es, definitivamente, una buena lectura.
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