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El Panteón de París


La imponente fachada neoclásica del Panteón.

La iglesia de Santa Genoveva, patrona de París, mandó construirla Luis XV, el de madam Pompadour y la Enciclopedia. Tardaron 26 años en levantarla y la acabaron en 1790. En ésas, ya había estallado la Revolución Francesa y la Asamblea Nacional Francesa decidió convertirla en un mausoleo en honor a los grandes hombres de la patria. Aux grands hommes la patrie reconnaissante, reza la inscripción en lo alto.

Una maqueta de la cúpula modificada del Panteón, bajo la pequeña cúpula de una capilla lateral.

La cúpula, allá en lo alto.

El péndulo de Foucault, que pende de la linterna de la cúpula.
Este experimento demuestra la rotación de la Tierra y la existencia de la fuerza de Coriolis; además, funciona como un reloj de precisión extraordinaria. La Ciencia, protagonista en el Templo Laico.

La cúpula original (semiesférica) fue sustituida por esta cúpula con un gran tambor con columnata y una cúpula más alta que la original. Es más imponente, reconozcámoslo, y ha sido imitada, por ejemplo, por el Capitolio de Washington, D.C. Este mausoleo nacional todavía no había sido consagrado como iglesia cuando se terminó su remodelación (1793) y se convirtió, poco más o menos, en un templo laico. 

En el altar, un homenaje a la Convención Nacional, primer gobierno republicano francés.
No muy lejos, un relicario contiene una copia de la actual Constitución Francesa.

Que no falte la tricolor.
En este caso, preparando el centenario del final de la Gran Guerra.

A lo largo de los años, a medida que iban alternándose los regímenes, el Panteón fue iglesia y dejó de serlo. Se consagró por primera vez como iglesia en 1806, bajo el Primer Imperio. La monarquía de julio (1830) volverá a echar a la Iglesia del templo, que sería Templo de la Gloria hasta ser luego Templo de la Humanidad en 1848. Pero cuando en 1851 el sobrino de Bonaparte se convierte en Napoleón III e inaugura el Segundo Imperio, el Panteón se convierte una vez más (y exclusivamente) en iglesia católica, porque Napoleón III inauguró un régimen muy conservador. Llegó la Comuna (1871) y el lugar fue desacralizado de nuevo y en él se luchó a muerte durante días. No volvió a ser iglesia, pero en sus paredes se aprecian los períodos en los que gobernaron los partidos del Orden Moral (una derecha carca y ultracatólica, que llenó las paredes de frescos con historias de santos franceses) y su final hacia 1881, cuando, de nuevo, una vez más y parece que definitivamente, el Panteón regresó a su función original y primigenia, la de ser tumba y monumento de los ciudadanos más ilustres de Francia.

El templo, hay que reconocerlo, es espectacular.

Me da envidia el sentido de Estado que tienen los franceses y una envidia que me sobrepasa contemplar un templo laico dedicado a aquellas personas que han hecho grandes cosas por Francia. No imagino nada parecido en España. 


Las galerías de la cripta del Panteón, cementerio nacional.

Los héroes militares tienen su lugar en los Inválidos, aunque aquí también se rinden honores a los caídos por Francia. Pero el Panteón está dedicado a los artistas, escritores, filósofos, poetas, políticos, hombres de negocios, científicos o ingenieros que tanto han hecho por Francia (y por el mundo, si nos ponemos). El matrimonio Curie yace a pocos pasos de Victor Hugo, Alejandro Dumas y Émile Zola; ahí yace Condorcet; ahí Voltaire, y Rousseau; ahí al lado Simone Weil, Louis Braille... El mariscal Lannes, quien dicen que fuera el único (o mejor) amigo de Napoleón Bonaparte fue enterrado en el Panteón en 1809 por orden del Emperador. Un día relataré su trágica muerte, pero hoy me limitaré a señalar que su tumba sigue llena de flores (como las del matrimonio Curie o las tumbas de Hugo y Dumas).

La tumba de Voltaire, enfrente de la de Rousseau.
Ambas son prácticamente idénticas.


La tumba del mariscal Lannes destaca sobre muchas otras.
Sólo hay que verla.

Un viejo amigo y conocido.

El sarcófago que contiene los restos de Dumas.

Condorcet, víctima del Terror.

Otro gran escritor.

Zola comparte habitación con estos dos inquilinos.
¡Qué tertulias deben de darse ahí...!

Fue (al menos para mí) una visita muy emocionante. ¡Tantos conocidos ilustres...! Al salir, compré las Cartas Filosóficas de Voltaire en francés, en una edición de bolsillo a precio ridículo. También me vinieron ganas de cantar la Marsellesa y tomar la Bastilla, pero pude contenerme.

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