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Tratado teológico-político



Es cierto que atreverse con los clásicos requiere cierto valor y se agradece una buena preparación para ponerse a ello con garantías de éxito, pero también les diré que la experiencia es muy de agradecer. Además, qué caray, no conviene exagerar. Muchos de esos autores se explican la mar de bien y plantean sus ideas de tal manera que se entienden. A veces, las expresan con notable claridad y limpieza, cosa de no poco mérito. Baruch Spinoza (al que, en mi Historia torcida de la Filosofía llamo Benito Espinosa, por su origen hispano) es uno de esos autores que se expresa con precisión y claridad. Con un poco de paciencia y reflexión, su obra nos dejará una profunda huella, y merece dejarla, porque es uno de los grandes filósofos de la historia.

Sin embargo, es un filósofo maldito. Es un racionalista que sigue (críticamente) a Descartes y que comparte opiniones políticas con Hobbes. Es judío, pero es expulsado de la comunidad, y no se integra en las comunidades cristianas, sean católicas o protestantes. En ese sentido, se permite estudiar la religión con una cierta distancia y equidistancia, y sin empacho alguno. Y aunque es persona respetuosa, las deja ir de gran calibre y conseguirá ser rechazado por todos, especialmente por su corpus teológico. 

Spinoza se ganaba la vida trabajando como óptico. Sus investigaciones filosóficas las publicó anónimamente al principio, e hizo bien, porque causaron un gran escándalo. Con el tiempo, sin embargo, la conmoción inicial dio paso a la admiración y muchas universidades europeas tentaron al filósofo para que fuera a enseñar a sus aulas. Spinoza siguió puliendo lentes y escribiendo, alejado de la vanidad de una cátedra.

Este libro en concreto, el Tratado teológico-político, causó mucho revuelo y en parte se escribió como respuesta al fanatismo que iba adueñándose de Holanda. Porque Holanda, aunque era una especie de paraíso en medio de una Europa religiosamente fanatizada, también conoció episodios de fundamentalismo, y Spinoza presenció algunos de ellos. La censura católica, Índice mediante, y las diversas censuras protestantes, que iban del feroz calvinismo a la permisividad (siempre relativa) de Holanda o Inglaterra, se pusieron muy nerviosas ante las tesis de Spinoza.

El filósofo dedica una obra extensa a analizar la Biblia y concluir que es un libro escrito por hombres para hombres, y que tiene que ser estudiado más por lingüistas e historiadores que por profetas, sacerdotes o predicadores. Mientras católicos, protestantes y judíos se recuperan de la impresión, Spinoza añade leña al fuego que alimenta el racionalismo. El mensaje de la Biblia es y debe ser simple e inteligible, muy alejado de tan sutiles discusiones teológicas y metafísicas. Es un mensaje acorde con la razón, puesto que, si no estuviera acorde con ella, no podría ser obra de Dios. El mensaje nos invita a ser justos y compasivos, y eso es todo (y no es poco). Un exhaustivo repaso a la Biblia sirve para subrayar sus tesis (repaso que, para un lector contemporáneo, quizá se haga pesado, eso hay que decirlo).

Spinoza va más allá de una crítica evidente a los teólogos y niega que existan los milagros. Un milagro, sería, en esencia, algo contrario a la naturaleza, pero esto querría decir contrario a Dios, pues la naturaleza es en Dios y no puede ser de otra manera. De existir los milagros, éstos serían la prueba de que la naturaleza no se rige por ley alguna, lo que negaría a Dios. El milagro es algo tan simple como un fenómeno natural que todavía no entendemos, porque no conocemos la ley que lo rige o su causa, y que interpretamos a nuestro albur para reforzar nuestra opinión sobre Dios.

Dejando a un lado la idea de Dios que tenía Spinoza (un tema apasionante en sí mismo), lo que sigue es un tesoro. Spinoza describe la raíz del contrato social de manera muy semejante a la de Hobbes, aunque por distinto camino, y defiende también que el Estado tiene que ser absoluto, pero ¡cuidado! Ningún Estado puede ir en contra de la libertad de sus súbditos, y ningún súbdito será libre si desobedece las leyes de ese Estado. La libertad que define Spinoza es la primera de todas, la libertad de pensamiento, de opinión, de expresión, la libertad religiosa. No tiene que juzgarse a nadie por sus ideas, sino por sus actos; no puede obligarse a nadie a pensar o sentir de una determinada manera, pero sí se le puede obligar a la piedad (es decir, se le puede obligar a actuar de acuerdo al bien común).

Etcétera. Esta reseña la interrumpo aquí y se me ha quedado corta e incompleta. Lo único que me interesa subrayar es que Spinoza bien merece una oportunidad de ser leído. Es uno de los grandes de la historia de la Filosofía, un brillante filósofo que aportó ideas brillantes que hoy todavía nos iluminan, o deberían hacerlo. 

Atrévanse a conocerlo. Lo agradecerán.

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