No deja de llamarnos la atención que los dirigentes procesistas, una y otra vez, hablen de la bondad de sus personas. Pero no es que A diga que B es una persona (cito) buena, honesta, seria, responsable, honrada, etcétera, sino que es A quien dice que A es un dechado de virtudes. El caso más exagerado es el de Junqueras hablando de sí mismo en voz alta a la que le ponen delante un micrófono, pero no se libra nadie, nadie.
Los libros publicados por los principales dirigentes procesistas destacan principalmente por ese onanismo moral que afirma sin cesar qué bueno que soy. Por esa misma razón, porque soy muy buena persona, es injusto que la justicia me castigue. ¡Mírenme a la cara y muéranse de vergüenza por haber condenado a prisión a un padre tan amoroso, a un hombre tan virtuoso, a una persona tan bondadosa como yo!
Se olvidan, sin embargo, que la justicia no juzga las cualidades morales de una persona, como tampoco juzga su bondad; la justicia se limita a juzgar unos hechos y si ese dechado de virtudes se ha saltado la ley, tiene que apechugar con las consecuencias. Es lo que hay. ¡Cuántos ladrones, asesinos, estafadores, evasores fiscales, violadores, etcétera, son padres amorosos, dulces esposos, hijos encantadores, amables vecinos o amigos entrañables! No son pocos.
Por lo demás, los delincuentes están en su perfecto derecho de mentir y afirmar que yo no he sido, que pasaba por ahí como de casualidad, que era una broma, que no iba en serio... Eso hay que reconocérselo. Pero agradeceríamos, también, algo de realismo y autocrítica.
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