Sigo dándole vueltas a la idea del yo interior. Mi conclusión es que no sabemos quién es ni dónde está, pero el problema va mucho más allá. Resulta que hay tanto yo por ahí suelto que, de dar con alguno, las probabilidades de que fuera el yo interior serían mínimas. A ver si será verdad el principio de Ockham, que insinúa que la respuesta más sencilla será, casi con total seguridad, la cierta, y que, en consecuencia, no puede haber tanto yo suelto.
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