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La maldición del manuscrito


Pocas cosas hay tan desesperantes como tener que editar el manuscrito de una obra que no es mala, sino malísima, y que no tiene otro remedio que no sea volver a ser escrita por uno que sepa. Pero peor es que no puedas decir que no a ese trabajo, y estás obligado por razones que no vienen a cuento a tener que hacer la comedia y el paripé del lector interesado. 

Estos días sufro una de estas lecturas horribles y no conozco pérdida de tiempo más sangrante. Alguna semejante, es cierto, pero pocas tan frustrantes. ¡Con tantas cosas interesantes que tengo entre manos!

No te dará mucho trabajo, me dijo. Ahora ya tengo oficio y no tendrás que corregir casi nada, añadió. Luego se la envías a tu agente y a ver si me la publican, porque el tipo que me publicaba [era un negocio de autopublicación] cerró las oficinas y ahora trabaja desde casa y ya no me fío. Quiero que me publiquen en serio, y como tú estás metido en el ajo...

Socorro.

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