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Barcelona étnica (3)
Guerra sucia
Deconstruyendo Aida
El cuento del velomotor yacente
¡Viva la desafección!
Contemplen la diferencia entre desafección y desapego. Si hubiera desafección, correría la sangre. Imagínense un político ante un público desafecto. ¡Qué mal lo pasaría! Con suerte, sólo sería increpado con violencia. La gente desafectada iría a por él, a por todas, y no sería agradable. La clase política tendría que esforzarse mucho, mucho, para superar una desafección del público. Para entendernos, el público sentía desafección por el Antiguo Régimen cuando asaltó la Bastilla, no desapego.
No, no sufrimos desafección, sino desapego. Imagínense un público desinteresado que se las ve con un político: cambia de canal. Porque ¿qué nos va a contar? Nada que tenga que ver conmigo, nada interesante. Sus palabras sonarán a hueco. Hoy, un político es un pelma, un personaje que vive en un mundo aparte del mío. Es un ruido de fondo, un incordio, ese invitado a la boda que nadie conoce y que nadie quiere tener en su mesa.
Sin embargo, exclama el político, qué mejor que el desapego del público: nos libera de dar explicaciones y rendir cuentas, nos permite actuar a discreción, atender a nuestros propios intereses y asegurar una estructura de poder en la que ellos no pintan nada, sólo nosotros.
El desapego es el paraíso del mediocre, el cementerio de las ideas, la jungla del estereotipo, el adocenamiento, lo gris, el tufo corrupto de una habitación sin ventilar. El desapego es una droga estupefaciente. Las víctimas del desinterés ya no piensan por su cuenta y no tienen fuerzas para luchar por lo que puedan creer justo. El desapego deja tras de sí un aire apático, resignado y ceniciento, funesto.
Queridos lectores, al carajo con el desapego. ¡Viva la desafección! Sólo así se van a enterar de lo que vale un peine, y quizá cambiemos las cosas.
Causas pendientes
Lo dijo ayer en el Congreso el Fiscal General del Estado, el muy ilustre Sr. D. Cándido Conde-Pumpido. Ahora mismo se están tramitando en España 594 procedimientos judiciales y 136 diligencias de investigación de la fiscalía contra cargos públicos por corrupción. También afirmó que están siendo procesados ahora mismo uno de cada cien alcaldes o regidores españoles.
He calculado la razón entre las causas pendientes y los concejales elegidos en 2007. Sale esto:
PSOE, 264 causas, 1,1 causas por cada cien concejales.
PP, 200 causas, 0,9 causas por cada cien concejales.
Coalición Canaria, 43 causas, 10,6 causas por cada cien concejales.
Convergència i Unió, 30 causas, 0,9 causas por cada cien concejales.
Partido Andalucista, 24 causas, 4,6 causas por cada cien concejales.
Izquierda Unida - Iniciativa per Catalunya, 20 causas, 0,8 causas por cada cien concejales.
GIL, 17 causas.
Unión Mallorquina, 7 causas, 7,3 causas por cada cien concejales.
Esquerra Republicana de Catalunya, 5 causas, 0,3 causas por cada cien concejales.
Bloque Nacionalista Gallego, 3 causas, 0,5 causas por cada cien concejales.
Partido Nacionalista Vasco, 3 causas, 0,3 causas por cada cien concejales.
Fascinación, misterio
Esto...
The Sopranos
Muchos ya conocerán el argumento. Tony Soprano es un paterfamilias con graves problemas de agotamiento nervioso y depresión, pero también un capo mafioso de Nueva Jersey que tiene que vérselas con el clan de Nueva York a cara de perro y evadir, mientras pueda, a los espías del FBI. El señor Soprano es glotón, vividor, mujeriego, amante de los suyos, pero también frío, astuto, despiadado y violento. Es una cosa y la otra y las dos cosas a la vez, porque no hay ni buenos ni malos en esta serie, sino personas grises y atrapadas en sí mismas que salen adelante como pueden. Quizá sea ése el gran mérito de la serie.
El sitio web oficial de The Sopranos es www.hbo.com/sopranos.
¡Olé!
Al volante, Juan Manuel Fangio, todo un caballero que ostenta la marca de vencedor en una de cada dos carreras en su historial como piloto de autos de carreras en la Fórmula 1, algo inédito desde entonces. Su equipo, como él decía, cabía en una sombrerera: antiparras, casco, guantes, un peto (una especie de babero para proteger de las salpicaduras de aceite hirviendo del motor) y echarle muchas ganas y redaños.
En esta película corre en Fiorano, el circuito de pruebas de Ferrari. Observen el estado del asfalto, los bordillos y eso que llaman medidas de seguridad, y como guía (maneja, decía él) Fangio: contravolante por aquí, doble embrague por allá... Disfruten.
La astronauta errante
Dicho así, les da vergüenza
No nos hace gracia constar en ninguna lista, dice un donante. Varios empresarios ya nos han dicho que no nos van a dar más dinero, dicen los del partido, en voz baja. El diagnóstico es muy claro: a ninguna empresa le gusta salir en el periódico al lado de un partido político, asegura la misma fuente anónima que se chivó a El País. Una empresa constructora se apresura a responder al periodista que las donaciones que aparecieron en prensa eran cosa de los propietarios, que el grupo empresarial no tiene datos que aportar ni conoce los motivos de estas donaciones (sic). Pues qué bien.
Les da vergüenza que se sepa quién da dinero a quién. Mal asunto, se mire como se mire.
Lenguaje perverso
Hoy puede leerse en el Avui (www.avui.es o www.avui.cat, tanto monta, monta tanto) una de estas provocaciones al debate en forma de entrevista. El preguntado es el inefable Carod-Rovira, que una línea tras otra dejar ir palabras con un significado que no es el suyo, y a eso, en puridad, se le llama perversión del lenguaje. Es muy grave, y más grave por frecuente, en política. Quiero decir que este caballero es uno más, uno de tantos que sufre empacho de eufemismos y malversación de significados y prevaricación de metáforas, uno de tantos a los que tendría que lavarse la boca con jabón, y haberlos haylos en todas partes, de todos los colores y en todos los estamentos de nuestra mediocre clase política. No sólo él, que conste, aunque hoy venga al pelo como ejemplo.
Me quedo con un pedacito de la entrevista, por ver si pillan una de tantas perversiones lingüísticas. Traduzco: Porque, si no, lo que puede pasar es que los catalanes seamos una minoría nacional en Cataluña, donde haya marroquíes, argentinos, uruguayanos, rumanos, españoles y catalanes. Unos catalanes que son un grupito pequeño que conserva con formol determinadas esencias y yo no quiero esto; no quiero ser minoría en mi país, sino mayoría, que ser catalán sea la expresión mayoritaria de esta sociedad, cosa que quiere decir una nueva expresión de catalanidad.
(En original: Perquè, si no, el que pot passar és que el catalans siguem una minoria nacional a Catalunya, en què hi hagi els marroquins, els argentins, els uruguaians, els romanesos, els espanyols i els catalans. Uns catalans que són un grupet petit que conserva amb formol determinades essències i jo no vull això; no vull ser minoria al meu país, sinó majoria, que ser català sigui l’expressió majoritària d’aquesta societat, cosa que vol dir una nova expressió de catalanitat.)
Olé, mis huevos, y perdonen la expresión. Los catalanes no podemos ser minoría en Cataluña (excepto quizá en verano, por el turismo), porque, dígase así, todos los que vivimos en Cataluña habitualmente somos catalanes. Una minoría nacional... Pues, depende. Depende, básicamente, de lo que alguno entienda por catalán, por nacional y por minoría, y ésas son cosas muy abiertas a la interpretación cuando se pervierte el lenguaje.
Hasta donde yo sé, ser catalán es un hecho administrativo. Se requiere, para serlo, un DNI y un empadronamiento en Cataluña. Definiciones más permisivas se limitan al empadronamiento. A partir de ahí, un catalán (un ciudadano) puede pensar lo que le dé la gana, actuar como le parezca y sentir según le ha ido. La Ley tiene la obligación (teórica) de defender el derecho de cualquiera de nosotros a pensar, sentir y actuar a su gusto y discreción, y debe ser la misma para todos.
Defender que sólo es ciudadano (o catalán) ése que piensa o siente o actúa de determinada manera, y no otro, plantea dos cuestiones muy serias. La primera, quién determina cómo piensa, siente o actúa un ciudadano (o un catalán, ya puestos), y cómo, y cada cuánto tiempo. La segunda, si cumplir o no cumplir con estos requisitos implica un trato diferente por parte de la ley o del Estado, considerando que estos requisitos pueden ser arbitrarios y discrecionales.
Ser ciudadano es un derecho en democracia, un derecho que se adquiere cumpliendo ciertos trámites administrativos que presumen de objetividad. Por ejemplo, la residencia habitual. No podemos excluir de la ciudadanía a nadie porque sea de un sexo u otro, como tampoco porque sea de una religión u otra, y del mismo modo tampoco lo excluiremos por ser de izquierdas o de derechas, por pensar así o asá o sentir de esta o de esta otra manera. Esas distinciones no son objetivas y además, a quién le importan.
La ley o el Estado no puede obligarte a ser feliz, pero tiene que garantizarte el derecho a serlo, si te apetece. Ni la ley ni el Estado pueden obligarte a amar a tu patria, sea cual sea, ni a sentirte orgulloso de ella, ni nada por el estilo; al contrario, la ley y el Estado tienen que protegerte cuando, abrazándote a la libertad de expresión, cargas contra la vergüenza que sientes por compartir patria con algún que otro sinvergüenza, por poner un ejemplo, aunque seas la única persona que piense así y te ganes la antipatía pública. Que sientes morriña por la tierra que te vio nacer, que te gusta más el blues que la jota, que prefieres la túnica a los pantalones... no importa, mientras respetes la ley, y no hay más. Me aburre el fútbol y me asquea el Barça, no le veo ninguna gracia a la sardana, la Nova Cançó me da grima y pienso que es una burrada eso de hacer castells, pero me enamora el Mediterráneo, las seques amb botifarra y pasear por Barcelona. ¿Soy más o menos catalán por eso?
Cuando uno afirma que sólo será ciudadano quien piense, sienta o actúe como uno diga, estamos delante de un estado totalitario. A los estados totalitarios me remito, por no extenderme. La esencia misma de la democracia, de la libertad, la igualdad y la fraternidad, del Estado de Derecho, de una socidad abierta o como quiera llamarse, reside en el hecho de pensar, sentir y actuar como uno quiera y procurar que la Ley y el Estado no discrimine a nadie por una u otra elección personal, en lo bueno y en lo malo.
Lo demás, pamplinas. O mala fe.
(Puede leerse la entrevista original en:
http://www.avui.cat/cat/notices/2009/11/_8220_pot_passar_que_els_catalans_siguem_una_minoria_nacional_al_pais_8221_78185.php.)
La isla
Minúscula edita libros preciosos y La isla es uno de ellos. A decir de los stuparichianos, es su mejor relato; en mi opinión, es un relato bellísimo, escrito con una precisión y una simplicidad que pone los pelos de punta. Lo he leído en español y en italiano. Puedo asegurar que la traducción es excelente. Me ha conmovido tanto la primera como la segunda vez.
La isla es la historia de un viaje. De un viaje y mucho más. Un padre ruega a su hijo que le acompañe unos días. Quiere visitar la isla donde nació, donde se hizo hombre y de donde partió para comerse el mundo. Vuelve débil y enfermo al paisaje de su juventud; un cáncer lo está matando. Éste es el argumento de La isla, que narra unos pocos días entre el viaje de ida y el de vuelta. Stuparich adopta ahora el punto de vista del padre y luego el del hijo, y pasa del uno al otro con naturalidad. Así, el contraste entre la vida y la muerte, entre la plenitud y la decadencia, es más acusado, o más nítido, como el cielo azul de la costa de Istria.
La cosa pinta...
Sueldos y salarios
Érase que se era
Suerte que es un cuento, ¿verdad?
Desayuno
Satiricón
Fuera este Petronio u otro cualquiera, el Satiricón es un clásico de la literatura latina, que RBA publica en edición económica y de bolsillo, cosa que agradecemos muchísimo. Lo traduce Lisardo Rubio Fernández y es el mismo texto que publica Gredos con tapa dura y señorial.
El Satiricón es una novela fragmentaria. Es decir, para que nos entendamos, que se conserva a trozos. Se han perdido páginas enteras y tenemos que reconstruir el argumento. No importa. El texto es burlesco, satírico hasta el cinismo o la burla escatológica, no respeta a nada ni a nadie. Es una novela de pícaros escrita por una persona extremadamente culta y gamberra. Describe con insultante precisión la vida del vulgo, burlándose de todo lo establecido mostrándolo tal y como es. El banquete de Trimalción, sus páginas más celebradas, son una burla del nuevo rico que no conoce igual. Gitón, por mentar otro personaje notable, objeto del deseo de unos y otros, vende su culo al mejor postor sin ninguna vergüenza, y se apropia de hembras ajenas con el mismo desparpajo. Los protagonistas se cepillan niños, niñas, sacerdotisas vírgenes, mujeres casadas, los unos a los otros y hasta caen diosas en sus abrazos, con una afición que no conoce límites, y la carcajada (burda y grosera) siempre acechando en estos lances. Leer el Satiricón es anticiparse a la picaresca del Siglo de Oro, que le debe mucho, y vemos pasar criados espabilados, caballeros aparentes, ladrones descarados y Celestinas que nos recuerdan a Quevedo, Cervantes y Rojas.
El texto está lleno de episodios hilarantes, irreverentes y absolutamente desquiciados, pero también de repentinos apuntes de poesía y filosofía. Es Roma en estado puro, pero no la de mármol, sino la de los romanos. Si le gusta Roma, léala.