Hay quien dice que literatura y política se llevan mal. Cítese como ejemplo a Saramago, tan malo en un ámbito como en el otro. Pero existen excepciones ante las que uno debería de quitarse el sombrero. Léase, por ejemplo, la escena de caza de Il Gattopardo, cuando Ciccio se sincera ante el príncipe Salina y maldice al señor alcalde por haberle robado el voto. Es uno de los más bellos alegatos que he leído en defensa de la democracia y el honor, que en el fondo vienen a ser lo mismo.
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