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Querido, querida...

El muy honorable señor don Artur Mas, presidente de la Cosa, ha enviado una carta por correo electrónico a todos los que tienen una dirección de correo electrónico de la Generalidad de Cataluña. Un enviar a todos, que se dice. Los periódicos la comentan mucho, la carta, pero es darle vueltas al vacío, porque no dice nada. Una vez leída, uno se queda con la sustancia del mensaje, que se expresa arqueando las cejas y preguntando al vecino, que también ha leído la misiva, qué querrá decir el texto. Percibimos el aliento de una amenaza y sentimos el desaliento que provoca la falta de un enunciado claro. Si pretendía tranquilizarnos o animarnos, le ha sonreído el fracaso.

Sin embargo, la carta merece un análisis de texto que ponga en evidencia algunas de las manías de la política contemporánea. Me quedo con el encabezado de la misiva y el asunto de las personas colaboradoras. Véase.

La carta dice, en su primer párrafo (traduzco): He creído que éste era un buen momento para haceros llegar un mensaje personal a todas las personas colaboradoras de la Generalidad...

¿El adjetivo personal se emplea porque se dirige a las personas colaboradoras o porque ha sido el presidente que se ha arrancado por peteneras y nos ha escrito desde el AVE, camino de la Moncloa, en un arrebato de sinceridad y camaradería? No queda claro. Pero el asunto de la camaradería no cuela, ya lo digo yo ahora.

Lo que me revienta es persona colaboradora por alguno de los genéricos siguientes: trabajador, asalariado, funcionario o lo que sea. El término persona colaboradora es de una vaguedad espantosa, y es un comodín de la apabullante estulticia de la corrección política, que confunde género y sexo y provoca confusión. Puesto a ser malvado, el señor Prenafeta ¿es una persona colaboradora? ¿No colaboran todos los catalanes con su paciencia y sus impuestos? ¿Qué se entiende por colaborar?

Lo mejor (o lo peor, según se mire) es la aposición inicial, que se da de bofetadas con el resto del mensaje. Empieza la misiva con Benvolgut, benvolguda, que se traduce por Querido, querida. El caso es que el texto no se dirige al lector ni con el tú ni con el usted, sino con el vosotros. No es un mensaje personal, sino uno dirigido a un colectivo. En alguna ocasión, el escritor se suma al vosotros con el nosotros, por aquello de compartir (o diluir) responsabilidades. Habla una vez de los catalanes y otra del Gobierno, en tercera persona (el objetivo del Gobierno es y será, la gente espera). El escritor habla alguna vez de él mismo en primera persona (he creído, confío), pero nunca asegurando nada. Todo lo demás es un vosotros constante, y algún nosotros.

Véase:

Querido, querida,

Bla bla bla... para haceros llegar un mensaje... bla bla bla... Como sabéis bien vivimos... bla bla bla... sufrimos... bla bla bla... vemos... bla bla bla... nuestra voluntad... bla bla bla... nuestra identidad colectiva... bla bla bla... para haceros llegar... bla bla bla... agradeceros... bla bla bla... vivimos... bla bla bla... vuestra colaboración y ayuda... bla bla bla... necesitamos asumir... bla bla bla... tenemos que hacer... bla bla bla... no les podemos defraudar... bla bla bla... nos permitirá... bla bla bla... recibid... bla bla bla... por vuestra labor... bla bla y bla.

Si uno empieza con un Querido, querida, o se dirige a uno del que desconoce el sexo o se dirige a dos, a él y ella. Esta última opción es la única que permite considerar correcto el vosotros que utiliza este documento de principio a fin. En caso contrario, si el muy honorable señor don Artur Mas se dirigía a todas las personas colaboradoras (sean quienes sean), tendría que haber dicho Queridas (personas colaboradoras), y no Querido, querida. Manteniendo el Querido, querida, tendría que haber utilizado el tuteo o el usted, siendo más propio del cargo y del hablar con desconocidos el usted.

Pero la gente ya no presta ninguna atención a estas cosas. Cada vez menos. Son tiempos bárbaros.

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