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Un jardín de rosas


El rosal pertenece a la clase de las magnoliopsidas, y es un género de arbusto espinoso y florido, el más conocido y apreciado de la familia de las rosáceas. El rosal es el arbusto; la rosa, la flor; el escaramujo, el fruto del rosal. La voz procede del latín (rosa, rosae), pero su cultivo ornamental está documentado muchísimo antes de los emperadores romanos.

El dibujo más antiguo que se conoce de una rosa tiene 4.000 años, que no son pocos, y Héctor, el príncipe troyano, fue embalsamado con aceite de rosa. En tiempos de Roma, el 23 de abril, en la isla de Sicilia se celebraba con la ofrenda de rosas la fiesta de Venus en el monte Erice, que era entonces la Venus a la que acudían las prostitutas y meretrices, la que procuraba el goze del amor profano. Por mucho que insistan, la fiesta de Sant Jordi, donde también se regalan rosas, no tiene nada que ver con esta Venus impúdica y lujuriosa, sino con la feliz ocurrencia de algunos floristas de Barcelona en 1925. ¡Qué gran idea tuvieron nuestros antepasados...! ¡Bravo!

A lo que íbamos, la rosa es un elemento ornamental de primer orden. También simboliza el amor, la pasión... ¡Y la pureza! Por eso es la flor de la Virgen María. Los rosacruces, que no sé si son exactamente masones, esotéricos o no más que un grupo de amigos, también se sienten representados por la rosa, como los socialistas o la casa de Lancaster. La rosa estilizada se representa como una flor con cinco pétalos, que es la manera de representar con disimulo una estrella de cinco puntas, un símbolo esotérico que significa prácticamente cualquier cosa: la república o la ideología republicana, el domicilio de un alquimista, una logia masónica, el esperanto y el internacionalismo, el cristianismo y el paganismo, la proporción áurea... Mil cosas. Uno puede echar mano de una rosa para hacer bonito o para hacer la revolución, a discreción.

En Barcelona, tantísimos edificios tienen rosas esculpidas en la fachada. Paseen con los ojos abiertos y verán ustedes. Con el Modernismo llegó la edad de oro de los rosales de piedra. Como ya saben, los modernistas pretendían resucitar mitos y leyendas pretéritas y trovadorescas, en las que abundan rosas y amores; además, la mayoría eran librepensadores de cualquier logia, o republicanos, o federalistas, o socialistas, o nacionalistas, o qué sé yo o todo a la vez. Como la rosa podía pasar por una cosa cuando simbolizaba otra... uno ve rosas aquí, allá y acullá, en todas partes a lo largo y ancho de la ciudad. ¡Venga rosas!

La arquitectura barcelonesa es un jardín de rosas hasta que llega Mies van der Rohe para poner un poco de orden y viene seguido de una arquitectura republicana que ha conocido la Bauhaus. Se torció el asunto y nos llegó el fascismo arquitectónico, que tiene cosas muy interesantes, pero rosas, lo que se dice rosas, no, y la gente dejó de cultivar flores de piedra. Con la Transición llegaron las plazas duras y los rascacielos con lipoatrofia. Como dijo un poeta, son malos tiempos para la lírica y la arquitectura moderna no deja respirar ni a los geranios.

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