En 1990, Igor Golomstock publicó Totalitarian Art, un libro que se ha convertido en un clásico para comprender el mecanismo que hace del Arte una máquina publicitaria de las tiranías. Golomstock (un especialista en Picasso y Cézanne, hoy profesor en Oxford) tuvo que esperar a que se derrumbara el comunismo para poder publicar Totalitarian Art.
El libro marcó una revolución en este particular estudio, pues desmontó las tésis que sostenían que, por ejemplo, el realismo socialista siguió un camino y los artistas arios a las órdenes de Goebbels, otro. Golomstock defiende que las tiranías del siglo XX tienen todas un mismo estilo, no estilos diferentes. La tésis de Golomstock es noticia porque, por fin, en 2011, el libro ha podido publicarse en los EE.UU. y andan todos pasmados con las tésis de Totalitarian Art.
Cuentan que Golomstock alumbró su tésis en los años sesenta. Trabajaba en el Museo Pushkin, en Moscú, y dio con un volumen de arte nacionalsocialista, procedente, seguramente, del saqueo de Berlín. Mostró algunos cuadros que aparecían en el libro a sus alumnos (que no habían estudiado otra cosa que realismo socialista). Ya saben: campesinas rubias, felices y sonrientes labrando los campos, obreros del metal bellos y musculosos... Los alumbos de Golomstock, sin saber lo que estaban viendo, comenzaron a mentar nombres de artistas soviéticos: ése es de Gerásimov, ése de Tomskyi, de Muchevich... ¡Creían vérselas con cuadros soviéticos y eran cuadros nazis!
Es decir, que los totalitarismos comparten una estética semejante, que en el siglo XX es casi única, pues, según Golomstock, existe un estilo internacional de la cultural totalitaria, que llama realismo total. Existe un paralelismo sorprendente en la pintura, la escultura, la arquitectura... incluso el cine. Sólo a partir de los detalles raciales, étnicos o geográficos presentes en las obras, dice el profesor, podremos determinar si una obra creada bajo el totalitarismo pertenece a tal o cual país.
El arte totalitario nace porque el Estado considera que el arte en particular y la cultura en general son armas ideológicas. Por eso, sostiene Golomstock, crea un aparato que dirige y controla las artes y la cultura. Si puede escoger entre varios movimientos artísticos, elige el más conservador (en el fondo, el que llega a más gente) y declara ese movimiento nacional, oficial... prácticamente obligatorio. Cualquiera que siga otro estilo será un reaccionario, un degenerado, un enemigo de la clase, la raza, el Partido, el Estado, el progreso... Será poco menos que un delincuente, una persona psicológicamente deforme.
La tésis es más atrevida. Golomstock sostiene que esta tendencia es clarísima en los totalitarismos, pero que se da (o puede darse) también en democracia, pues el Arte Totalitario se asocia al poder, así, en general. Véanse, si no, los ministerios de Cultura aquí o allá, y no hay que ir muy lejos para ver cómo se gastan las subvenciones, por ejemplo.
Hablar de arte delante de un retrato de Franco con capa, del padrecito Stalin, de Mao en plan mesías o de Hitler iluminando el futuro de la raza aria, por no mentar Italia, Bulgaria, Rumanía, Irán... da repelús. Porque la intención de eos cuadros era criminal, era la sistemática eliminación de la crítica y del pensar uno por sí mismo. Y éso ¿no es el fundamento del Arte? Quizá sí, pero quizá no, y aquí es donde comienza uno a plantearse muchas cosas.
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