Que un parque temático permita a los visitantes comprar la entrada conectándose a internet y poniendo en compromiso los números secretos de su tarjeta de crédito no es ninguna novedad, pero aquí queremos pasar por modernos y se publica la noticia como si fuera la cosa más extraordinaria del mundo. Es notorio, además, que la prensa publica la noticia sin molestarse en disimular la copia de la nota de prensa que les ha pasado la Fundación de la Junta Constructora del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. ¿Para qué molestarse en poner la letra si la música ya viene cantada?
Hoy en día, la política cultural se limita a la gestión de parques temáticos. La modernidad exige satisfacer al homo ludens antes que al homo sapiens, a la masa antes que al individuo, a las necesidades fisiológicas antes que a las intelectuales, a la emoción antes que a la reflexión, etcétera, y más si lo primero pasa por lo segundo. Para ello, nada como una Disneylandia cultural, que me perdone Disney. El museo ya no es un templo donde se conservan reliquias que los entendidos adoran, colecciones que uno explora para buscar un sentido a la estética, sino un parque de atracciones donde se organizan espectáculos en los que se proporciona el discurso, mejor si un tanto simple, no sea que el visitante piense por su cuenta. El éxito de la Sagrada Familia se explica por esta hábil combinación de turismo, publicidad, espectáculo y una (fina) película de enjundia cultural que oculta el hecho de que Gaudí apenas pasó de la cripta y la mitad de cuatro torres y que el resto es una interpretación de los restos de unas maquetas a cargo de Fulanito o Menganito.
No es baladí señalar que el parque temático de la Sagrada Familia sumó más de tres de visitantes el año pasado, superando al hasta ahora imbatible Museo del F.C. Barcelona, grandísima atracción cultural de la ciudad, lo que nos afirma en nuestra idea: la política cultural de nuestros días se aleja del cultivo de una élite y se aproxima a un dar de comer a las masas.
No tendría que ser noticia que yo pueda comprar un billete para visitar el templo por internet. Menos, si se trata de la entrada (carísima) de un parque de atracciones. Se trata de pagar más de doce euros por pisar el recinto, más dos euros y medio por el ascensor para subir a las torres, más no sé cuántos euros por una visita con auriculares que van rezando las cosas que uno está viendo... El negocio es redondo y le puede salir a uno por veinte euros darse una vuelta por el templo.
Comparemos precios: Los Museos Vaticanos (Capilla Sixtina incluída) cuestan, como mucho, quince euros y subir a lo más alto de la cúpula de San Pedro en Vaticano, cinco euros (con ascensor). El Museo de los Uffizzi en Florencia cuesta seis euros y medio. El Museo Británico es gratuito. El Museo del Louvre cuesta diez euros, pero por catorce euros tiene usted derecho a un billete combinado que da mucho juego. El Museo del Prado cuesta también diez euros, o diecinueve y medio si compra también la guía oficial del Museo. Etcétera.
La visita a la Sagrada Familia no es barata. Sólo por las entradas, la fundación recauda docenas de millones de euros al año, y no creo que la idea de pasar por taquilla sea la propia de un templo expiatorio, pero en este caso, querido Sancho, con la Iglesia hemos topado.
Se dice que se venderán las entradas por internet para evitar la muchedumbre de turistas que se apretujan en los alrededores del templo. Doy fe de ello. El gentío es considerable y las colas, larguísimas. En verano, no se puede andar por la calle. En invierno, casi se puede. ¿Aliviará la técnica internáutica tantas aglomeraciones? Personalmente, lo dudo.
La nota de prensa dice más cosas. Por ejemplo, que al señor Rigol le queda poco como presidente de la fundación. También se hace pública una amenaza: el templo podría terminarse en diez o quince años (es decir, antes que el AVE). La nota no especifica cómo se cortará la calle Mallorca ni que será de los vecinos que tendrían que ser desalojados de sus viviendas para que se termine un templo que comenzó siendo de Gaudí y que hoy lleva la firma de Disney, y que me perdone Mickey, que él no tiene la culpa.
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