Llàtzer Moix es crítico de arquitectura en La Vanguardia, lo que no está nada mal. Además, entiende de arquitectura, lo que está mucho mejor. Sin ánimo de ser exhaustivo, dedica un libro, escrito como si se tratara de un reportaje, a lo que llama la arquitectura milagrosa.
Cójase una ciudad de Bilbao degradada, pónganse muchos millones, móntese un museo de arte contemporáneo de primera fila y que sea un arquitecto de mucho lustre el que diseñe un edificio como no hay dos. Así nació el Guggenheim y el milagro de Bilbao. Ahora, cópiese el modelo; es decir, contrátese a un divo de la arquitectura que tenga la cabeza llena de pájaros, gástese usted un pastón que no les cuento en montar un edificio singular, lo más original posible y especialmente espectacular, y verá como luego ya se le ocurrirá qué hacer con la construcción, justo cuando comiencen a venir los turistas para ver qué barbaridad ha hecho usted en (o con) la ciudad.
Si la flauta sonó en Bilbao, no tiene por qué sonar en Madrid, en Barcelona, en Zaragoza o en Santiago de Compostela, nos dice el señor Moix. Si sonó de casualidad o de chiripa, o si fue porque el flautista sabía lo que se hacía, son cuestiones todavía por dilucidar, pero este último decenio hemos visto verdaderas burradas arquitectónicas que se han llevado por delante, literalmente, cientos de millones de euros del erario público... ¿y de qué han servido?
En Barcelona, tenemos el Fórum Internacional de las Culturas, una maragallada avalada por Pujol, Aznar y tutti quanti que nos costó una verdadera fortuna. Nadie que conozca ha sido capaz hasta el día de hoy de definirme qué era el Fòrum o para qué servía, y todavía no sabemos a ciencia cierta qué hacer con él. Peor lo tienen en Valencia, con un Calatrava suelto que ha sepultado en cemento centenares de millones de euros, un personaje en el punto de mira del señor Moix, por cierto, un personaje avalado tanto por los socialistas como por los populares, que el hombre los camela con pasmosa eficacia. Etcétera.
El relato pone los pelos de punta. Se deja ver por qué España está como está, por ese malgasto público y esa tontería que se adueñó de nuestros gobernantes. Además, Moix cuestiona el papel de una arquitectura espectacular, milagrosa, con apenas un poco de sentido común.
Aunque no sea el no da más del periodismo, es interesante. Proporciona mucha pólvora para los cañones del ciudadano cabreado, y eso que el señor Moix no ha hecho más que arañar la superficie de la corrupción urbanística, y entiéndase corrupción en un sentido muy amplio.
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