Han tomado la calle

La procesión cívica es la primera procesión de la Fiesta Mayor. En esta procesión, las diferentes colles de danzarines y grallers se dan una vuelta por el pueblo para anunciar su intención de rescatar a San Bartolomé. Tal hacen. Se plantan en la casa del personaje que guarda el santo, lo toman, al santo, y lo llevan corriendo a la iglesia, de donde saldrá al día siguiente para darse una vuelta por el pueblo y purificarlo, protegerlo, bendecirlo o lo que sea que hacen los santos patronos, en la línea de los más ancestrales ritos paganos.

Pero ésta, la de la víspera, se llama procesión cívica. A saber por qué. Seguramente, porque las autoridades civiles, militares y eclesiásticas no desfilan esta vez, sino sólo los indígenas que, ataviados de particular manera, bailan al son de chirimías y tamboriles, o queman pólvoras y remueven cielo y tierra con el ritmo de los tambores. Si sólo desfilan los ciudadanos, sin considerar ninguna autoridad que no sea la de los grallers, ¿merece ésta el nombre de procesión cívica? ¿No sería procesión ciudadana? ¿O acaso deja de ser cívica cuando desfilan las autoridades? ¿Por qué, porque las autoridades no se comportan con civismo?

El forastero no encuentra respuesta a tantas preguntas, y las deja apuntadas por si algún día consigue descubrir una respuesta.

Sea como sea, los turistas despistados tropiezan con una vorágine folclórica súbita y concurridísima. El humo de las pólvoras les previene de acercarse, la curiosidad les pierde. Los bailarines han tomado la calle y les ha pillado la fiesta.