Después de un breve paréntesis, tengo que regresar a mis apuntes sobre la Fiesta Mayor. Si no, no acabaré nunca.
Habíamos dejado a los indígenas celebrando la fiesta la noche que va del 23 al 24 de agosto. Después de los fuegos de artificio, la incursión de los bailes de pólvoras y el concierto de un par de orquestas de fiesta mayor, que tocan temas que hacen las delicias de los cazarrecompensas de la SGAE, uno se encuentra en las tantas de la madrugada y, si aguanta un poco más, hace lo que aquí llaman empalmar con la Matinal.
Perdón por la grosería, pero la Matinal no es ninguna señora, sino una procesión cívica que sale a desfilar hacia las seis de la mañana. En origen, servía para despertar a los indígenas y avisarles de la buena nueva: ¡Por fin es San Bartolomé! Desfilan carros tirados por caballos y se obsequia con claveles al público que ha tenido la paciencia de pasar la noche en vela o de hacer un madrugón.
Es una procesión que conoce el amanecer.
Esta proeza de pasar la noche en vela para poder ver la Matinal es el rito iniciático de muchos adolescentes de la Blanca Subur. Para muchos de ellos es su primera juerga, o la primera oportunidad que tienen de no separarse de él o ella durante toda una noche, intensa en emociones y, dígase, abundante en alcohol.
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