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A la vista de la crisis institucional de la Corona Española...

La última encuesta entre los lectores de El cuaderno de Luis ha sido un fiasco. Sólo cuatro entre los miles de lectores que han pasado por sus páginas durante los días de la inquisición se han molestado en manifestar su opinión. De por sí, éste es un dato importante: la crisis institucional de la Corona Española importa un comino, se le da un ardite o la trae floja, como prefieran, a los españoles (que son la mayoría de mis lectores) y al resto del mundo mundial (que forman el segundo grupo de mis lectores, cerquita del primero).

La mitad de las respuestas proponen silbar el Himno de Riego en todos los actos públicos. La cuestión es que hay mucha gente que no sabe qué es el Himno de Riego.

Les resumiré. En 1820, el teniente coronel Riego se pronunció en contra del tirano rey felón, Fernando VII, y a favor de la Pepa, la Constitución de 1812. Al grito de ¡Viva la Constitución! ¡Viva la Patria!, los soldados de Riego cantaron un poema lírico-patriótico escrito por Evaristo San Miguel, con música de origen incierto, aunque con el esquema de la contradanza. El himno hizo fortuna y fue el himno oficial de la monarquía constitucional española durante el Trienio Liberal, hasta que Fernando VII se cargó a los liberales e inició la Década Ominosa, de infausto recuerdo. Lo restauró como himno Isabel II y luego fue himno de los liberales en las Guerras Carlistas.

Es curiosísimo, pero el Himno de Riego nunca fue himno de la República Española, ni de la primera ni de la segunda. Durante la primera, hubo varios himnos a la vez, y uno de ellos era la Marcha de los Granaderos (también llamada Marcha Real); durante la segunda, se consideró que el Himno de Riego era callejero e impropio de una república (palabras de don Pío Baroja). Lo mismo se dijo en su día de La Marsellesa. Se cantó, pero nunca fue reconocido oficialmente. Franco prohibió el Himno de Riego, y, lo que hay que ver, desde entonces se ha convertido en símbolo de la República Española.

Para echar unas risas, la Escuadrilla Azul, formada por oficiales de aviación franquistas que se apuntaron a combatir el bolchevismo a las órdenes de la Luftwaffe durante la Segunda Guerra Mundial (la División Azul del aire, llámese así) fue recibida en Berlín en julio de 1941 con compañía de honor y banda, que interpretó, atención, ¡el Himno de Riego! El director de la banda fue convenientemente arrestado y se echó tierra sobre tan bochornoso asunto.

De los resultados de la encuesta se deduce que mis lectores no tienen demasiada conciencia ecológica, animalista, conservacionista, verde o similar. Ni uno sólo ha pensado en adherirse a la campaña Apadrina un elefante. Los elefantes lo tendrán en cuenta, cuidado.

Tampoco creen demasiado en las fundaciones con ánimo de lucro. Véase: ninguno ha querido aportar su granito de arena a los fines de la Fundación Nóos. No habrá querido, pero ésta, a través de nuestros líderes patrios, se ha forrado con nuestros impuestos. Ahora bien, como el asunto de esta fundación está en manos de jueces, no nos entretendremos demasiado en el latrocinio organizado de esta pandilla de malhechores y así se pudran, con la presunción de inocencia que se supone.

Tampoco se ganó un voto la opción que sostenía que cualquier medida podría ser considerada como buena. Ha sido tanta la indiferencia de mis lectores que ni el tanto me da ha sido una de sus opciones.

Una cuarta parte de los encuestados prohibiría las mujeres y el bourbon en los safaris. No faltan razones a este grupo de mis lectores. A decir de la prensa extranjera (la nacional, calla), Su Majestad se pegó el trompazo cayendo escaleras abajo a las cinco de la madrugada. ¿Qué hacía en lo alto de unas escaleras a las cinco de la madrugada? Salía del bungaló de una señora que no es su señora, ya me entienden, donde, a decir de la prensa extranjera, se lo había pasado la mar de bien. Al abandonar el lugar del pecado, Su Majestad no acertó a poner el pie en el escalón y se fue escaleras abajo.

Aunque Hemingway decía que para cazar a un elefante era imprescindible una buena escopeta y una botella de bourbon, en las cacerías reales sería conveniente prohibir una cosa o la otra, y en cuanto a las mujeres, sin querer ser acusados de machismo, con la vista puesta en la seguridad nacional, institucional y monárquica, si no quieren prohibirse, sería preciso instalarlas en bungalós sin escaleras.

Finalmente, una cuarta parte de los lectores piensan reclamar el regreso de los Austrias. Es decir, que entre mis filas existe un núcleo radical y perverso que trabaja en la sombra para restaurar la monarquía de los Haubsburgo y el Sacro Imperio Romano. Me preocupo. Lo justo, pero me preocupo.

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