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«No se puede ir por el mundo llamándose MNAC»



Josep Serra, director del Museu Nacional d'Art de Catalunya, MNAC, ha declarado que No se puede ir por el mundo llamándose MNAC. ¡Caramba!

Llamarse MNAC no está tan mal, si uno se llama MOMA, por ejemplo. Sí, MOMA suena fatal, pero podría ser peor, podría uno llamarse Guguenjaim (que se pronuncia Guggenheim), como el delantero centro del Atletic de Bilbao. Bien mirado, llamarse Dolores también tiene miga y nadie se queja.

Está bien, MNAC suena como una onomatopeya y podría sonar mejor. Nadie lo discute. Pero tanto como que no se puede ir por el mundo llamándose MNAC...

Se trata de vender el que sea probablemente el mejor museo catalán tanto en España como en el extranjero, con el permiso del Museu del Barça. El señor Serra da por seguro que el MNAC ya no se llamará MNAC. Quizá con el rescate pase a llamarse Artnationalenmuseum von Katalonien, ANMK, o se vaya todo para Berlín por aliviar la deuda, pero será que no. Los expertos de márquetin quieren que se suprima Cataluña del nombre y aparezca Barcelona. El nombre de Barcelona vende más, ha dicho el señor Serra. La marca Barcelona atrae más visitantes.

Quizá no se llegue a suprimir del todo la marca Cataluña ni el adjetivo nacional, porque a más de uno le saldría una urticaria; pero entonces tendrá que disimularse para que no tape Barcelona. Algo parecido a la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña, que es la que toca en el Auditori de Barcelona, la OBC, que alguno traduce como Orquesta de Barcelona Ciudad. Lástima que el nombre de la orquesta se haya olvidado mencionar que aparte de ser orquesta sinfónica es también banda municipal, y no es broma.

Sabemos, por diferentes estudios de mercado, que la marca Cataluña no atrae visitantes, a diferencia de la marca Barcelona, que sí que los atrae. La razón es muy simple: el nivel de (des)conocimiento de Cataluña entre la población de Europa y América es apabullante y no es bueno relacionar lo que se quiere vender con algo que no se conoce. En general, las marcas locales (Lloret, Salou, Sitges) son más conocidas que la marca regional (excepto en un caso, la Toscana).

Si esto les ofende, contesten deprisa y corriendo, sin pensárselo dos veces, sin buscar en el Gúguel (Google). Señalen en el mapa a Estonia, Letonia y Lituania; seguro que se equivocan y confunden letones con lituanos, cuanto menos. Ahora, prueben con Liguria, Pomerania, la Galicia (la española, no, la otra), Eslavonia o Teruel, que también existe. Por lo tanto, si han fracasado con esta simple prueba de geografía elemental, no se extrañen del fracaso de los demás.

En cambio, les suena (o debería de sonar) Venecia, Florencia, Eurodisney, Marbella o Cannes. Ergo, la única manera de atraer turistas al museo es que lean Barcelona en alguna parte.

Hay más. El señor Serra tiene sobre la mesa un estudio que demuestra que el MNAC también es una institución desconocida por los barceloneses. ¡Esto sí que es grave! ¿Cómo pueden dar la espalda a tan magnífico museo? Del mismo modo que dan la espalda a la lectura de libros, respondería, pero los expertos de márquetin ahondan un poco más en este asunto y vuelven a echar las culpas a llamarse MNAC.

Si los barceloneses han oído hablar de MNAC, confunden el nombre con otras instituciones, como el CCCB, o el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, MACBA, porque todas suenan igual. Creen, pues, que es una cosa de ésas modernas y de diseño, un horror, vamos, y no identifican la marca con el museo de Montjuïc ni con la historia de Cataluña.

Por eso, el señor Serra dijo más exactamente: No se puede ir por el mundo llamándose MNAC, para empezar, y no se puede renunciar a una marca como Barcelona. Que se entienda: hay que cambiarle el nombre a la cosa o no nos vamos a comer un rosco en época de restricciones.

Se cuenta que el cambio de nombre coincidiría con un replanteamiento museístico. La intención es mostrar todas las colecciones que guarda el museo (que son una maravilla de ver una tras otra). Ahora mismo, esa intención se queda en las ganas, porque el MNAC sólo tiene cincuenta mil metros cuadrados para exponer las doscientas mil piezas que guarda, y no salen las cuentas.

Se está negociando con el Ayuntamiento de Barcelona, la Generalidad de Cataluña y el Gobierno de España, los paganos en este caso, una expansión del museo en la falda de la montaña de Montjuïc, donde la Feria, quizá tocando a las columnas reconstruidas de Puig i Cadafalch, que podrían servir de caballete para colgar algún pantocrátor, si dejamos que los arquitectos hagan de las suyas, esperemos que no.

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