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We love Lloret



No es nada nuevo. Ya lo dijo Nietzsche, que Alemania era una bestia rubia ebria de cerveza.

La cadena de televisión alemana Pro Sieben ha emitido durante todo el mes de julio y lo que llevamos de agosto un programa de televisión de ésos que ensalza la cultura germánica y el hacer de nuestros vecinos del norte. En la línea de las aficiones teutonas, el programa es eso que llaman un reality show (pronúnciese una mierda de programa) basado en juntar en una misma casa de 250 metros cuadrados (Villa Fiesta) una Partytruppe (una tropa de fiesta, sic) formada por cuatro machos y cuatro hembras de la raza germánica. El programa se titula We love Lloret.

Para que la cosa tuviera más emoción, se comprobó que ninguno de los personajes sabía por dónde caía Lloret de Mar. Más exactamente, sólo uno de ellos acertó a señalar España en un mapa de Europa, gesto que estuvo a punto de descualificarlo. Entre todos suman menos luces que una bombilla, pero sus cuerpos son capaces de iluminar las fantasías eróticas del común.

El resumen de las aventuras de la Partytruppe se emitía cada jueves a las diez y media de la noche. Los críticos alemanes se llevaron las manos a la cabeza, por considerar el programa inmoral, soez y más malo que la quina. Eso no hizo más que incrementar su audiencia entre los adolescentes germanos.

El programa muestra la grandísima afición de los tudescos a la oferta cultural que les ofrece Lloret de Mar. Visten los trajes regionales (bañador y camiseta escasa), aprecian el saber culinario del lugar (se ponen ciegos de alcohol) y procuran compartir con los nativos su cosmovisión particular (para llevárselos al huerto). En resumen, se emborrachan, practican el sexo inseguro e indiscriminado y amanecen con resacas de campeonato. El sol y el solaz no hacen más que complicar la situación (la sangre germana se enciende pronta cuando se achicharra al sol) y los ocho teutones ora aparecen en la cama del prójimo, ora echándole pestes.

En resumen, We love Lloret es un programa de éxito. Cada vez más alcohol y menos ropa, se quejó un crítico, y he ahí el porqué.

Sin embargo, el Ayuntamiento de Lloret de Mar se ha indigestado con el programa de televisión, porque se les ha metido en la cabeza que Lloret de Mar ofrece un destino tranquilo y reposado para el turismo de familia. El señor don Jordi Orobitg, que es teniente de alcalde y concejal de Turismo de la población catalana, asegura que el programa ofrece una imagen pervertida y distorsionada de Lloret de Mar. Irritado, pide que se multe a Don Francis, que le caiga un paquete de consideración.

Y éste, Don Francis, ¿quién es? Don Francis es un alemán que se llama, en verdad, Francis Hage, y que vive de una imagen disoluta y exageradamente gamberra, y de un local, I love Lloret, que ofrece exactamente lo que esperan encontrar sus compatriotas alemanes en la costa catalana. En el programa de televisión, Don Francis hacía las veces de Virgilio en la Divina Comedia, pero en vez de acompañar a Dante a los infiernos, acompañaba a la Partytruppe a Lloret de Mar, arrasando con la cerveza a su paso.

Los munícipes de la población se vengan con lo que tienen más a mano. No podemos actuar contra la cadena alemana porque no tenemos competencias, pero Don Francis vive en Lloret y tiene un negocio aquí, dice el señor Orobitg, amenazador. El caballero quiere que a Don Francis le caiga una multa de Padre y Señor mío, por fomentar el turismo de excesos, y harán lo que se pueda, ordenanzas mediante, para vengarse. Puro odio, pura rabia, todo un matón. En sus declaraciones, el teniente de alcalde no se anda con chiquitas: Lloret es una marca de éxito en Europa y hay gente que se aprovecha para mal de ello. Son como unos parásitos.

Pero Don Francis piensa de otra manera. Preguntado por ello en televisión, se lo tomó a guasa y dijo de We love Lloret era una campaña de publicidad (sic). Añadió, por si no lo habían entendido, lo siguiente: Cuando esa gente no viene a Lloret, los hoteles están vacíos. No somos Tenerife, vivimos de Lloret y hacemos dinero con esa gente, aunque nadie les quiere.

No le falta razón. Nos guste o no nos guste, Lloret de Mar no es más que el resultado de una política tenaz, larga y continuada de promoción oficial y oficiosa de un determinado tipo de turismo. Es, también, una metáfora del país, que ha preferido vender, aunque sea barato, a apostar por la calidad, la excelencia o la innovación. Lo que ha pasado con el sector industrial catalán (que ya casi no existe) está a punto de suceder con el sector turístico, escuchen esto que les digo.

Si saben alemán, pueden ilustrarse sobre este asunto en:


Si no saben alemán, no se preocupen: pillarán el intríngulis del asunto como si lo supieran.

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