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Crónica de Travnik



Ivo Andrić, con acento en la ce, qué cosas, fue un gran escritor que puso a Yugoslavia en el mapa de la literatura del siglo XX. Es famoso por haber ganado un Premio Nobel (el único yugoslavo que lo ha ganado), pero tendría que serlo aún más por su obra, que es excelente. Murió en 1975, dejando tras de sí una obra muy digna de ser leída, que puso el serbo-croata entre las lenguas literarias.

Había conocido la prisión austríaca durante la Primera Guerra Mundial y fue en prisión donde comenzó a escribir. Defensor de la unión de serbios, croatas y eslovenos, bosnio de corazón (pues, decía, Bosnia es la esencia de Yugoslavia) promovió esta nueva nación y participó activamente en política. Fue diplomático yugoslavo hasta la Segunda Guerra Mundial, que le sorprendió como embajador en Alemania, ahí es nada. Esos años de guerra, que pasó en Belgrado, vieron nacer sus mejores novelas. Una de ésas, Crónica de Travnik, traducida por Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pistelek, ha sido publicada en DeBolsillo. He leído la segunda edición, de enero de 2012.

Poco antes de Austerlitz, llega a Travnik, una ciudad bosnia perteneciente al Imperio Turco, un cónsul francés, Daville. El diplomático se enfrentará con un cosmos aislado del resto de Europa, violento a su manera, ferozmente anclado en tiempos pretéritos, donde conviven todas las religiones, credos y creencias en un espacio claustrofóbico, pero también simbólico. En fin, en un mundo tan diferente al que Daville conoce o puede conocer que pueden imaginarse el resto.

Es una deliciosa novela coral, donde los personajes secundarios son todos protagonistas y donde los protagonistas no son más que una piececita de un engranaje (en apariencia) incomprensible. El transcurso de la acción es lento, pero delicioso, porque la lectura se asienta sobre el relato de las costumbres y las personas, que retrata magníficamente. Es una gran novela, de verdad les digo, pero de ésas que conviene leer sin prisas.

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