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Escrache


La asociación argentina HIJOS empleó el término escrache por primera vez para designar el acoso como acción directa.

Cada día inventan un palabro nuevo y estos días me nombran uno que no había oído nunca antes, escrache. Uno investiga y descubre que es un palabro lunfardo, de la parla del Río de la Plata, esa que asoma en los tangos y milongas y que Borges empleó de vez en cuando para asombrarnos. Se documenta escracho por primera vez en 1879. El escracho de entonces era lo que un español llama tocomocho, un timo con un billete de lotería.

El origen de la palabra puede ser inglés (to scratch), italiano (scaracio) o genovés (scaraccé). En todo caso, el término genovés se empleaba para decir retrato (fotográfico); de retratarle a alguien a hacerle una cara nueva o partirle la cara, un paso. A decir de la RAE, escrachar significa, en español, Romper, destruir, aplastar o también Fotografiar a una persona, siendo un uso coloquial argentino y uruguayo.

En 1995, el presidente argentino Carlos Ménem promulgó una amnistía a favor de los militares que habían asesinado a miles de personas durante la dictadura. Libres de pena, esos criminales regresaron a sus casas, prometiéndoselas tan felices. Es natural y comprensible que el pueblo argentino reaccionara con violencia y acosara a los criminales en sus casas o lugares de trabajo. Ese acoso se llamó escrache, por primera vez, y como tal acoso se recoge en la Academia Argentina de Letras.

Pero no fue el escrache, sino una argucia legal, la que llevó a los militares a la cárcel.

Escrache de la PAH en España, en el domicilio de un diputado del PP.

Hace poco, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) definió como escrache el acoso a los diputados del PP que, presumiblemente, votarán en contra o mutilarán la Iniciativa Legislativa Popular que ha promovido esta organización gracias a un millón y medio de firmas. La PAH considera que el escrache es pacífico, pues no se traduce en agresiones. Es decir, permítanme decirlo así, se trata de escraches donde no se escracha a nadie.

Pero, cuidado, que una cosa es lo que pide el cuerpo y otra, lo que es correcto.

Un eufemismo define el escrache como un tipo de acción directa. Es decir, como un acto violento. Habría que investigar qué es violento, pero será otro día. Baste señalar que el insulto, la coacción, la persecución, la incautación de bienes, etc., son actos violentos; la violencia va más allá de una agresión física con resultado de heridas o derramamiento de sangre; hay muchas formas de violencia y el escrache es una de ellas.

¿Es una violencia legítima? ¿Qué es legítimo? La legitimidad de algo puede ser racional, pues hacer tal cosa es razonable y no hacerla, una idiotez; puede ser carismática, pues las órdenes de un líder o la fe en una ideología justifican tal cosa; puede ser moral, pues se considera correcto y justo; puede ser legal, porque la Ley permite u ordena hacerla. La legitimidad de algo no es trivial.

La racionalidad de un acto es discutible; el azar es tan persistente que lo que comienza como razonable acaba siendo una sinrazón. Una legitimidad carismática nos aproxima a la tiranía y es fácil que sea contraria a los derechos de las personas. ¿Qué es correcto y justo? Sólo la Ley, y con muchas reservas, nos proporciona una legitimidad aproximadamente objetiva. Aproximadamente, no más. Insuficiente. Pero esta legitimidad es la única que puede ser juzgada en un Estado de Derecho, aunque las demás son de agradecer, en cualquier caso.

Escrache contra el domicilio de Gallardón, ministro.

Aquí sobreviene el problema. En un Estado de Derecho, la violencia es un monopolio del Estado y se ejerce selectivamente y con un fin, que es sostener y preservar los derechos de los ciudadanos. He ahí por qué recauda impuestos, impone sanciones o echa mano de la policía o el ejército.

La liberalización y privatización de la violencia se oculta tras las cláusulas del neoliberalismo contemporáneo. La violencia económica y social que practican las entidades financieras y las empresas, mediante coacción y despidos, por ejemplo, es querida y promovida por los fieles de esta ideología. La ley de la selva económica impone al más fuerte, violentamente.

Los neoliberales más radicales proponen hacer de la violencia un negocio. ¿No me creen? Sin salir de Cataluña, observen el crecimiento de los somatenes y presten atención a las comisarías de los Mossos d'Esquadra (policía autonómica) vigiladas por guardias de seguridad de compañías privadas.

El escrache toma formas curiosas.
Aquí llaman gorda a la presidenta argentina. Duele, ¿verdad?

El escrache como acción política sólo es posible cuando falla el monopolio que el Estado ejerce sobre la violencia. La violencia se privatiza y liberaliza, decía. Fuera de la ley, la legitimidad la proporcionan la fe en una causa o lo que uno cree moralmente justo y necesario. Pero se produce un choque entre los que piensan tal y los que piensan cual, legítimamente los dos, porque causas hay más de una y consideraciones morales, las que quieran. La frontera entre lo que está bien y lo que no lo está es aquí tremendamente gris, difusa e incierta.

Veamos el caso de la PAH. La verdad es que lo pide el cuerpo. El Estado no se muestra capaz de ejercer la violencia necesaria sobre las entidades financieras para que dejen de practicar acciones brutales e injustificadas, como arruinarle la vida a uno echándole de su casa. No puede generalizarse, que hay desahucios justos, pero hay razones para quejarse de los abusos de bancos y cajas de ahorro, hay razones de sobra y más que suficientes, y no parece que el Estado se oponga. Así, pues, si el Estado no lo hace, ya lo haré yo. Neoliberalismo y anarquía comparten muchos principios teórico-prácticos, ya ven.

La gravísima crisis económica, la rapacidad de los bancos, la corrupción y la ineptitud de la clase política y empresarial, el paro tremebundo, el insensato e inacabable recorte en educación, servicios sociales o sanidad pública, la creciente indefensión del ciudadano de a pie, la saturación y falta de medios de los tribunales de justicia, la falta de perspectivas y un futuro más que incierto, negro, son pólvoras a las que se arriman muchas llamas. Quien crea que esto no traerá violencia, se engaña o pretende engañar. Quien crea que no asomará el populismo, es que no lee los periódicos (en Cataluña, está instalado hace años y ahora comienza a prender). Es una situación explosiva.

Otro escrache de la PAH.
Escrache, pe a hache. Cae en verso.

En estas condiciones, se entiende y se comprende que la gente se eche a la calle y emprenda acciones directas. No tiene que sorprendernos que un día asalten y peguen fuego a una oficina bancaria, por ejemplo. Pero hay que ir con mucho cuidado. El cuerpo me pide pasar por las armas a los banqueros que han arruinado mi vida vendiéndome preferentes o echándome a la calle, me pido la vez para patearle la cara a un político corrupto... Pero, aunque pagaríamos con gusto la munición, no podemos apoyar la violencia fuera del control del Estado.

El otro día vi un escrache en Barcelona, frente al domicilio de un diputado del PP. Fue entonces cuando comencé a pensar en este asunto. ¿Hasta qué punto es lícito manifestarse delante del domicilio de un diputado? No lo tengo claro, me inclino a pensar que es lícito, pero tengo muchas dudas. ¿Hasta dónde podemos llegar en esa manifestación de protesta? Aquí dudo más. La incertidumbre me agobia. Pero tengo claro que algunas cosas no pueden hacerse.

La PAH tendría que ir con pies de plomo en estos escraches, si pretende continuarlos. Puede poner en entredicho la reputación que se ha ganado estos meses y fastidiarla. La PAH está siendo observada con lupa; si comete un error, se le echarán encima con toda la artillería.

Escrache contra un médico español en Costa Rica.
El médico sostenía que la homosexualidad podía curarse.
Fue la justicia, no el escrache, quien prohibió sus conferencias.

Que yo sepa, y atención, que puedo equivocarme, los domicilios asediados son los domicilios de los diputados del PP. Pero no he visto ningún escrache frente al domicilio de un diputado de CiU, partido que defiende y ha defendido posturas tales en derecho laboral o financiero que hacen que el PP parezca un partido de izquierdas en comparación. Tampoco he visto escraches frente al domicilio de un diputado del PSOE, que no hizo nada durante muchísimos años para modificar la ley y hacerla más justa, que es responsable, tan responsable como el PP, de lo que está sucediendo ahora. ¿Qué hay de los escraches en los domicilios de los grandes banqueros o empresarios? Hay que ser justo y equitativo. O todos o ninguno.

Una especie de escrache antiabortista en Barcelona.

Quien defienda la legitimidad del escrache sería bueno que ejercitara la imaginación. Si el escrache fuera (sólo) contra diputados del PSOE, por ejemplo, ¿mantendría su postura? Si el escrache fuera para defender el derecho a la vida, que dicen, y solicitara la penalización del aborto, ¿mantendría su postura? Si el escrache se ejerciera sobre matrimonios homosexuales, a los que se acusara de pervertir los valores morales de la sociedad, ¿qué? ¿Sería lo mismo un escrache contra una iglesia que contra una mezquita? A fin de cuentas, para terminar, ¿el escrache es bueno si lo hago yo y malo si lo hacen los que van contra mí? ¿Es bueno o malo según lo que pida? Me parecerá mejor o peor, pero escrachar a alguien no será más bueno o más malo por eso.

El mayor golpe contra la actual legislación de desahucios no lo consiguió un escrache, sino un abogado, el defensor de Mohamed Aziz, un inmigrante marroquí desahuciado por CatalunyaCaixa. El juez mercantil de Barcelona, don José María Fernández Seijo, preguntó, a instancias del abogado Aziz y según su propio criterio, si las cláusulas de la hipoteca eran abusivas y qué se consideraba abusivo, en cualquier caso, para cumplir con la legislación europea. La sentencia del Tribunal de Luxemburgo sacó los colores a todo el mundo. A España, por sostener una ley injusta, abusiva y no sujeta a derecho. A Europa, por no darse cuenta de ello.

2 comentarios:

  1. El escrache es una idea mala. Desgraciadamente los políticos (todos) y los poderes fácticos (llámese capital, llámese neoliberalismo, banca, UE, Merkel, llámese como se quiera) no están dejando otra opción. Y espero estar equivocado, pero los poderes fácticos van a espabilar hasta que la cosa reviente de mala manera. Esto puede acabar como en los años 30.

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