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Don't Worry, Be Sad!


Los optimistas niegan la realidad y además son idiotas.

En cristiano, el título dice ¡No te preocupes! ¡Sigue con tu mala leche!

Se ha publicado hace poco, en la revista de la Association for Psychological Science (que se llama, cómo no, Psychological Science) un artículo de Joseph P. Forgas (jp.forgas@unsw.edu.au), un profesor de la Escuela de Psicología de la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Sidney, Australia. El artículo se titula Don’t Worry, Be Sad! On the Cognitive, Motivational, and Interpersonal Benefits of Negative Mood, algo así como ¡No te preocupes! ¡Sigue con tu mala leche! Sobre los beneficios cognitivos, motivacionales e interpersonales del mal humor.

Ya saben que los psicólogos hablan raro para darse importancia, pero lo que señala el profesor Forgas merece nuestra atención, porque insinúa que somos más listos, nos empeñamos más en hacer lo que hay que hacer y nos relacionamos mejor con los demás cuando vemos el mundo con malos ojos que cuando vamos de buenas. A fin de cuentas, estar de buen o mal humor es una reacción del ser humano a los estímulos del entorno que se ha ido formando a lo largo de muchos años de evolución. Imagínense un cavernícola feliz y positivo acosado por un oso hambriento; apostaría a que el oso deja de pasar hambre.

Según Forgas, un experto en el estudio de la relación entre la capacidad cognitiva y los sentimientos, afectos y emociones del ser humano, existe una sólida base experimental que demuestra, atención:

La desafección y el mal humor mejoran nuestra memoria, porque atendemos mejor a los detalles.

La mala leche reduce los errores en los juicios de valor, porque no nos dejamos deslumbrar por la primera impresión y analizamos la situación más fríamente, sin entusiasmo. Es decir, durante los días que nos descubren víctimas del pesimismo somos más rigurosos, menos ingenuos y no nos dejamos convencer fácilmente por los estereotipos.

Bajo ciertas circunstancias, el mal humor, el pesimismo o una visión negativa del mundo en general y de la mierda que me ha tocado en particular es un factor de éxito en la motivación personal y en nuestra relación con los demás. Por lo que dice el profesor Forgas, el pesimista tiende a acomodarse mejor a las circunstancias, no tiene prejuicios a la hora de valorar el entorno, soporta mejor el fracaso y la frustración, afronta los problemas con equidad y, curiosamente, se relaciona mejor con las demás personas porque es más precavido y educado al no esperar nada bueno de ninguna de ellas. En resumen, el pesimista examina y analiza mejor su entorno y prescinde de su autoestima y autocomplacencia, porque no está de humor para eso.

En cambio, un optimista siempre mira para sí, dice que todo es muy bonito y en medio de la borrachera de felicidad parece que trata a los demás como si fueran amigos de toda la vida y cuando aparece el oso hambriento, ése que decíamos, lo saluda afectuosamente y le propone discutir el tema. Naturalmente, acaba haciendo las veces de merienda y todos lo recordarán como el gilipollas que inventó el abrazo del oso.

Es bueno que alguien cuestione de vez en cuando la bondad de tantas bondades. La beatería y el panfilismo, el buen rollo, el jipijapi, son buenos de vez en cuando, pero no como norma y no hace falta ser un profesor universitario de Nueva Gales del Sur para ver que los optimistas son, las más de las veces, un peligro público.

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