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El adversario



Emmanuel Carrère escribió L'Adversaire en 1999 y lo vio publicado en 2000. Jaime Zulaika lo tradujo para Anagrama ese mismo año y se publicó en español. He leído la versión para la colección Compactos de Anagrama (algo así como su edición de bolsillo) publicada en 2013.

El adversario sigue la línea de A sangre fría de Truman Capote al narrar un crimen que sucedió realmente. Un personaje llamado Jean-Claude Romand mata a sus padres y luego a su mujer y a sus niños, en 1993. Luego intenta quitarse la vida y fracasa en el intento. A poco que investigan el caso, los policías descubren que la vida de Romand ha sido toda ella una gran mentira, una apoteosis de falsedades que se han sucedido una tras otra hasta provocar la tragedia, que se presenta inevitable.

Carrère, ensayista y guionista de cine, se enfrentó a la historia del asesino buscando el origen del mal, ése que dicen que habita en todos nosotros. Pero Romand era un personaje tan banal... Cuentan que Carrère se angustió y deprimió hasta tal punto después de entrevistarse con Romand y plantearse el caso que tuvo problemas psicológicos relativamente serios y se negó a publicar lo escrito durante mucho tiempo.

Salto de lo que me cuentan a un punto de vista estrictamente personal. Desconocía la obra y no he visto las películas (una francesa y otra española) que se han inspirado en esta historia. No me sonaba Carrère y he leído El adversario con curiosidad, pero sin grandes expectativas.

La historia es espeluznante, es cierto, pero al principio, aunque interesante, me dejó frío. En la parte del medio comenzó a alargarse demasiado hasta que, de repente y sin previo aviso, comenzó a despertar mi interés, a medida que se aproximaba la tragedia, el crimen múltiple y horrendo. Una vez cometido el crimen, el interés comienza a disminuir y hacia el final ha desaparecido completamente.

He leído críticas muy buenas del libro y sus lectores se muestran todos a la vez horrorizados y fascinados, decididamente impresionados. Ponen notas altísimas al libro, un no da más. Pero yo no puedo sumarme a esta corriente. Reconozco que el relato se lee bien y deja cierto regusto amargo, como la tónica que se toma un poco caliente. Pero, como esa tónica, creo que podría haberse servido mejor, con algo más de hielo y limón.

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