Tengo el placer, el gusto y el honor de no haber pisado nunca un campo de fútbol. Me gustaría morir así, limpio de pecado, pero nunca digas que de esta agua no beberé, que el mundo da muchas vueltas. Dicho esto, ahora mismo me enorgullezco de ser ajeno a la soez afición por el balompié. Ahora que puedo, presumo de ello.
Por eso celebro como una buena noticia que el F.C. Barcelona haya decidido no dejar entrar gratis a los niños menores de siete años en el campo el día que se juegue un partido. Por lo visto, hasta ahora entraban de gorra con sus papás, que los sentaban sobre sus rodillas para que se envilecieran ya desde pequeñitos, para que se grabara en ellos a fuego el sentir de los colores y la emoción de las masas, ambas cosas tan alejadas de la crítica, la reflexión, la razón y la inteligencia como se pueda concebir.
El fútbol, un espectáculo infantil que educa en los valores cívicos.
Además, me consta, llenar el campo de niños es un peligro. Básicamente, para los niños. La excusa de cobrar entrada a los infantes ha sido, precisamente, la seguridad. Con tanto niño suelto, sería imposible garantizar que ninguno pueda hacerse daño, afirma el club. ¿Nadie había pensado en la seguridad de los niños hasta ahora? Qué maldad. ¿Se indigna el personal porque no les dejan llevar a los niños de gorra? Eso dice mucho del personal.
Gracias al fútbol, el niño adquiere hábitos sociales y de comportamiento.
Es una buena noticia. Todo lo que sea alejar a los niños del fútbol, la televisión y los toros me parece bien. Es sano.
Además, los padres podrán ir al campo a hacer el bestia lejos de la tierna mirada de los infantes. Se ahorrarán el precio de una entrada, que podrán dedicar a la cultura y solaz intelectual de las criaturas. ¿Para cuántos libros da el precio de una entrada? ¡Compren libros, caramba!
Libres de la influencia de la sarna balompédica a tan tierna edad, las generaciones futuras podrían asomar al mundo más enteras y firmes que las anteriores, más cultas e inteligentes y menos fanáticas y obcecadas con los colores y la borrachera de la multitud, quién sabe. Ojalá.
Sin fútbol, es imposible concebir una formación crítica, racional y tolerante.
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