Estos últimos días he leído en los periódicos que la desigualdad social ha crecido tanto en Cataluña. Lo diré de otra manera: los catalanes más ricos son más ricos ahora que antes de la crisis y los pobres, más pobres, y no les cuento el suplicio y decadencia de la clase media.
Entre 2007 y 2012, los catalanes con rentas por debajo del umbral de la pobreza han aumentado un 48%. La demanda de becas-comedor en las escuelas se ha doblado. El índice de Gini, que mide la diferencia entre las rentas más altas y las más bajas, muestra una desigualdad grave y además, creciente. Sólo el índice de Gini de Madrid es más preocupante que el de Cataluña.
Véase de otra manera: La mitad de la riqueza de Cataluña se concentra en uno de cada cinco catalanes. La renta disponible por los otros cuatro será más baja que la renta per cápita. El catalán más pobre de estos cinco sólo dispondrá de una renta veinte veces inferior a la renta per cápita.
Para más recochineo, el 5% de los catalanes más ricos son responsables del 80% del fraude fiscal. Eso es tanto como decir que el fraude fiscal de los catalanes más ricos equivale a todo el presupuesto de la Generalidad de Cataluña. Todo: hospitales, escuelas, juzgados, ayudas sociales, carreteras, policía... Todo. ¡Eso es déficit fiscal y lo demás, puñetas!
Las ayudas sociales en Cataluña, en cambio, se sitúan en la parte media-baja de la lista de ayudas sociales por habitante. La Generalidad de Cataluña dedica 275 euros por habitante y año a esta causa. Andalucía, 271 euros por habitante y año.
Pero hay que señalar una gran diferencia entre Cataluña y Andalucía. La Junta de Andalucía dedica un 10% de su presupuesto a las ayudas sociales. La Generalidad de Cataluña, en cambio, poco más del 5%. El esfuerzo de los andaluces por ayudar a quien tiene menos es dos veces el esfuerzo de los catalanes. Reflexionen un poco sobre este esfuerzo. El actual Gobierno de los Mejores está entre las cuatro Comunidades Autónomas que dedican una parte menor de su presupuesto a los más necesitados; se da la mano con Madrid y Valencia, que también da pena verlas.
¿A quién le importa? A la sombra de las banderas, se sublima el mal gobierno y los más pobres sufren las consecuencias. Lo social y lo nacional siempre han sido excluyentes. Si no creen en la teoría, compruébenlo en la práctica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario