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Nos quedamos sin diplodocus


In situ, por el autor.

Los niños de Barcelona lo llaman el elefante, aunque sea un mamut. Era, supongo que sigue siendo, tradicional sentarse en su trompa o balancearse en sus colmillos, lo que explica que esta escultura en hormigón haya sido restaurada tantas veces. Las últimas, a mediados de los 60, a principios de los 80 y casi acabados los años 90. Desde entonces no se ha vuelto a restaurar.

Los más curiosos se preguntan qué hace un mamut (o un elefante, si lo prefieren) en medio del Parque de la Ciudadela. Ilustrarnos, diría su promotor. Porque hubo un tiempo en que Barcelona era culta e inquieta, cuando los burgueses patrocinaban la ciencia y la cultura. A la que uno hacía dineros, iba al Liceo a escuchar óperas, compraba obras de arte, conseguía que un gran arquitecto contemporáneo pudiera levantar un edificio a su costa, financiaba a músicos y escritores y (ojo al dato) se sumaba a cualquier iniciativa que fomentara la ciencia y la ilustración. Los ricos (y los nuevos ricos) presumían de estudiar ciencias y patrocinar estudios científicos; la burguesía llenaba las salas de conferencias para escuchar a los grandes sabios del momento. ¡Como ahora! ¿verdad?

Al acabar la Exposición Universal de 1888, el naturalista Norberto Font (hoy Norbert) propuso reproducir en piedra algunas especies de animales prehistóricos y dejarlas por todo el Parque de la Ciudadela, aquí y allá. Considérese que el parque era entonces lo que el Fórum hoy en día, un lugar que (como dicen los entendidos) carecía de contenidos. Qué frase tan idiota. Lo de llenar el parque de bichos prehistóricos gustó y se pusieron todos manos a la obra. Así habría contenidos, digo yo.

Don Norberto era un tipo notable. Comenzó siendo escritor y periodista, pero luego estudió geología y llegó a ser catedrático, en 1904. Introdujo la espeleología en España y de la mano del Centre Excursionista de Catalunya elaboró el primer catálogo espeleológico del país. Ése y otros trabajos lo convirtieron en luz y faro de los espeleólogos hispanos. Escribió en catalán y español y cobró una merecida fama entre los geólogos por sus cursos de geología dinámica. Por el camino, se ordenó sacerdote, en 1900, y escribió un libro preguntándose qué decía la geología sobre el Diluvio Universal. Qué lástima que no sé qué dijo don Norberto en esa obra. Supongo que buscaría trazas del diluvio en toda clase de sedimentos, pero es un suponer. Murió joven, con 36 años, en 1910. 

Don Norberto, decía, quiso llenar el parque de bichos antediluvianos y la Junta de Ciencias Naturales de Barcelona aplaudió la idea. Miquel Dalmau, un escultor de cierta fama, hizo la maqueta del mamut y ¡allá vamos! En 1907, el mamut de hormigón se instaló allá donde lo ven y se iniciaron los trabajos para esculpir un diplodocus.

Qué pena que don Norberto muriera tan joven y que con él se fuera también el diplodocus. Se suspendió el proyecto, pero quedó el mamut. ¿Puede sentirse añoranza de algo que no ha llegado a existir? Porque ¿se imaginan al diplodocus alzando el cuello en medio del parque? ¡Qué maravilla!

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