El USS New York.
Cuando los Estados Unidos entraron en la Gran Guerra, en 1917, la situación de Francia, Italia y la Gran Bretaña no era muy halagüeña. Italia había sufrido grandes derrotas, en Francia se había enquistado la guerra de trincheras y comenzaba a sublevarse la tropa y los submarinos alemanes hundían miles de toneladas de buques mercantes en el Atlántico cada mes.
Por poner un ejemplo, en abril de 1917, los submarinos alemanes hundieron casi un millón de toneladas de buques mercantes en el Atlántico. Los ingleses necesitaban urgentemente destructores y buques de escolta para proteger a los convoyes. ¡Qué paradoja! Tenían los buques esperando, pero no tenían marinos. Si conseguían que un grupo de acorazados estadounidenses (nuevecitos) se pusieran a las órdenes de los británicos, éstos podrían jubilar un puñado de viejos acorazados y sus tripulantes podrían manejar los nuevos buques de escolta. Los americanos accedieron a regañadientes, porque pasaban a depender de un mando británico, pero la situación en el Atlántico era tan desesperada que no había más remedio.
Cuatro acorazados norteamericanos y un destructor de escolta partieron de Virginia hacia Scapa Flow (la base naval británica de la Flota Metropolitana) el 25 de noviembre de 1917. Les pilló una galerna en medio del Atlántico que casi pone el punto final a la flota americana. Todos los acorazados sufrieron daños, pero el USS New York se llevó la palma.
El protagonista de nuestra historia, embarcó 250 toneladas de agua de mar y estuvo muy a punto de irse a pique en medio de un mar tan agitado. Estuvo tres días achicando agua y sólo entonces hubo esperanzas de mantenerlo a flote. Además, el viento se había llevado por delante las torres de avistamiento y dirección de tiro y las antenas de radio y nadie supo del acorazado hasta que despejó y pudieron otearlo los vigías. Llegó tan maltrecho a la base naval británica que se consideró casi un milagro que pudiera contarlo.
La llegada de los estadounidenses a Scapa Flow fue todo un acontecimiento.
El acorazado más cercano parece uno de la clase New York.
Los cuatro acorazados estadounidenses siguieron llamándose 9.ª División de Acorazados de la US Navy, aunque oficialmente fueron el 6.º Escuadrón de Batalla de la Royal Navy. Papeleo.
Esos monstruos acorazados tuvieron que adaptarse a las necesidades de los británicos y participar en inacabables maniobras navales para aprender sus tácticas. El almirante Rodman hizo lo posible para adaptarse a los códigos y señales de la marina británica y procurar que los acorazados bajo su mando afinaran la puntería y consiguieran tantos aciertos en las prácticas de tiro como los ingleses. Pronto destacó el mando y la tripulación del USS New York, muy por encima de los demás buques americanos.
A partir de ahí, bien poco más. La presencia de los norteamericanos hizo mucho a favor de la moral de los ingleses, es cierto, y los acorazados yanquis participaron en algunas salidas contra flotas alemanas inexistentes, escoltaron algunos convoyes, participaron en el minado de Jutlandia... pero no llegaron a disparar un solo cañón contra el enemigo. No tuvieron la oportunidad porque, de hecho, nunca avistaron a ninguno.
Aunque habrá que matizar lo dicho, visto lo que le ocurrió al USS New York.
El USS New York en 1916. Está pintado de un color gris claro, típico de los acorazados americanos de la época. En 1918, la pintura sería de un gris más oscuro.
El USS New York era un acorazado muy potente, armado con diez cañones de 356 mm (14 pulgadas) y capaz de andar a veinte nudos. Desplazaba más de 28.000 toneladas a plena carga y había pasado a ser el BB-34 de la US Navy en abril de 1914. Era, pues, nuevecito, nuevecito. Pero no había disparado una sola vez contra el enemigo en un año de guerra.
La tarde del 14 de octubre de 1918, el USS New York escoltaba a un convoy en un rincón del Atlántico llamado Pentland Firth. De repente, el acorazado se estremeció todo él, de quilla a codaste o de arriba abajo, como prefieran. Y después de este golpe por estribor, otro. Comenzó a vibrar el eje de la hélice de ese lado y no tardaron en descubrir que la hélice había perdido dos palas. Pararon las máquinas de estribor. Con una sola máquina y una sola hélice, el USS New York redujo su andar a 12 nudos.
¿Contra qué habían chocado? Porque habían chocado contra algo, de eso estaban seguros. ¿Contra un arrecife? ¿Contra los restos de un naufragio? El canal de Pentland Firth era tan profundo en ese lugar que se descartaron ambas posibilidades. Por extraño que parezca, el acorazado estadounidense ¡había arrollado a un submarino alemán! Lo había abordado sin querer y lo había echado a pique. Al examinar los daños en la quilla y la hélice se comprobó que, en efecto, así había sido.
¡El único buque hundido por los acorazados americanos durante la Gran Guerra había sido un submarino alemán abordado sin querer! Ay, perdone, que no le había visto.
Un submarino alemán de la clase UB III, que desplazaba unas 2.000 toneladas.
Tanto el UB 113 como el UB 123 eran de la clase UB III.
Sólo después de la guerra se pudo intentar identificar al submarino. Hay quien se inclina por el UB 123, un submarino del tipo UB III que servía en la III Flotilla, pero hay quien sostiene que fué otro submarino, el UB 113, de la II Flotilla.
No acabó ahí la aventura del USS New York. Porque averiado tan malamente por la pérdida de una hélice puso proa a Rosyth al día siguiente, el 15 de octubre. El 16, a la una de la madrugada, los vigías dieron la voz de alarma. Habían visto tres estelas de torpedos dirigiéndose hacia el acorazado. Todo fue tan deprisa que no hubo tiempo para esquivarlos.
En su segunda batalla naval en tres días, el USS New York tuvo mucha suerte. Los torpedos fallaron, los tres. Los expertos coinciden en señalar que el USS New York se salvó precisamente por estar averiado. Los acorazados solían navegar a una velocidad de crucero de 16 nudos y el capitán del submarino alemán calculó esa velocidad al apuntar los torpedos. Pero el USS New York sólo tenía una hélice e iba a menos de 12 nudos. Los torpedos llegaron primero y pasaron de largo. El acorazado cruzó su estela poco después. ¡Le fue de muy poco!
En Rosyth pudieron reparar los daños del acorazado en el dique seco y confirmaron la noticia: El USS New York había chocado contra un submarino alemán... y casi seguro que lo había hundido.
El USS New York fue modernizado en los años veinte. Se cambiaron sus torres de rejilla por trípodes y se cambió la ubicación de los cañones de pequeño calibre. Aquí lo tienen, en 1932, en una parada naval.
Pasaron los años y el USS New York fué modernizado y combatió en la Segunda Guerra Mundial. Entonces ya era viejo en comparación con los nuevos superacorazados y portaaviones, pero hizo lo que se le pidió que hiciera y lo hizo bien. Se empleó para formar marinos y oficiales y cuando hubo necesidad se presentó en las costas de Casablanca, Iwo Jima y Okinawa para ayudar en los desembarcos. Derribó varios kamikaze en el Pacífico, pero en toda su carrera no volvió a vérselas con un buque enemigo. Nunca disparó sus cañones contra otro buque.
Así quedó el USS New York después de soportar dos explosiones nucleares.
Declarado viejo y obsoleto, la vieja dama del mar (así la habían bautizado sus marinos) sobrevivió a dos explosiones nucleares en Bikini, en 1946, una aérea y otra submarina. Se mantuvo relativamente intacto, pese al vapuleo. Durante meses estuvo en Pearl Harbour, donde estudiaron los efectos de las explosiones nucleares sobre el viejo acorazado y varios métodos para limpiarlo. Al final, en 1948, el USS New York se empleó como blanco de cañones, torpedos y bombas de aviación. Se hundió el 13 de julio a 40 millas al sudoeste de la base naval. Les costó hundirlo.
Los últimos momentos del USS New York, panza arriba, yéndose a pique.
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