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Las manitas de los mecánicos republicanos


Carros T-26 avanzando por alguna parte de los alrededores de Madrid.
Su presencia se imponía en el campo de batalla.

Se ha hablado mucho de la ayuda que la Unión Soviética prestó a la Segunda República Española durante la Guerra Civil. En parte, porque es un asunto polémico. Stalin envió material de guerra y personal militar al tiempo que reforzaba la influencia del Partido Comunista en España. Luego está el asunto del oro de Moscú, porque Stalin no vendía barato. Parte del material era de segunda, como por ejemplo miles de fusiles Moisin-Nagant que llegaron a España con el águila bicéfala de los zares grabada en los cañones y más guerra a cuestas que la pólvora. Pero también llegaron modernos aeroplanos y carros de combate. Finalmente, parte de estas discusiones giran alrededor de cuánto material y de qué tipo llegó a España procedente de la Unión Soviética. Aunque algunos de los archivos de Moscú ya son accesibles y han aclarado algunas cosas, todavía se discute sobre cuántos tanques o cuántos aviones de tal o cual tipo fueron empleados en España. 

Camino del frente, con infantería a cuestas.
La llegada de estos carros fue muy oportuna y ayudó a salvar Madrid.

Cuando parte del ejército se rebeló y proclamó el Alzamiento (así, con mayúsculas), la República se vió muy apurada. Por eso, la llegada de carros de combate de la Unión Soviética fue tan bien recibida. Si la República ponía modernos carros de combate en el campo de batalla, equilibraría la balanza, que entonces se inclinaba peligrosamente a favor de las tropas sublevadas. Los carros soviéticos llegaron muy pronto. Entre autoametralladoras y fusiles de cerrojo del año de la catapún, llegaron docenas de T-26. 

Éste era el carro de combate que estaba protagonizando la mecanización del Ejército Rojo. Estaba basado en un diseño de Vickers (británico). Lo habían diseñado pensando en acompañar a la infantería (como casi todos los carros de su época) y era barato. Los rusos fabricaron miles y miles. Los primeros T-26 montaban sólo ametralladoras, pero los ingenieros soviéticos le instalaron la copia de un cañón alemán de 37 mm recalibrado para tirar proyectiles de 45 mm, que contenían más explosivo que los originales. Pesaba unas diez toneladas y su motor de 95 CV podía moverlo a unos 30 km/h. Con diferencia, con mucha diferencia, fue el carro más peligroso de la Guerra Civil Española.

Si observan la torreta, veran que este T-26 ha perdido la antena que llevaban los carros del comandante de batallón. A fin de cuentas, la radio no funcionaba y la antena no hacía más que molestar.

Los primeros T-26 llegaron a Cartagena el 12 de octubre de 1936. Eran cincuenta y venían acompañados de cincuenta y un voluntarios rusos (sic) y más material. La urgencia hizo que fueran enviados al frente con prisas. El 27 de octubre ya estaban dando guerra, pese a que los soldados republicanos españoles apenas sabían conducir y no habían pasado por más entrenamiento que un paseo por el campo. Pero ¡no había tiempo para nada!

Pronto se formó el 1.er Batallón de Tanques, con quince T-26 y algún automóvil. Fue enviado a Madrid y se estrenó en Seseña. Se suponía que era un batallón de élite, pero su primera batalla fue... En fin, peculiar.

Una ofensiva republicana, en otoño de 1936, al sur de Madrid.
Al frente, los T-26, que pronto dejarán atrás a la infantería.

Los nacionales habían plantado minas en la carretera y averiaron tres carros republicanos. Nadie había previsto lo de las minas. Pasaron por alto (o no vieron) una batería enemiga y siguieron adelante. En Seseña mismo, el batallón perdió otro tanque cuando fue alcanzado por botellas de gasolina y se incendió. En algún momento, la infantería se quedó atrás y los carros siguieron avanzando a solas, desprotegidos.

Atravesaron el pueblo y se encontraron en la retaguardia del enemigo. Esta vez sí, esta vez la vieron y cargaron contra una batería de artillería enemiga, que desbarataron en un abrir y cerrar de ojos. Luego dieron buena cuenta de tres tanquetas italianas, que no tenían más que ametralladoras para detener a los carros. Una de ellas fue literalmente arrollada por uno de los carros republicanos, que le pasó por encima. Era tanta su superioridad que ¡no se molestó ni en disparar! Se perdieron las tres tanquetas, no hay ni que decirlo.

En esa confusa melée, los republicanos perdieron tres carros más a manos de las botellas de gasolina y los cañones enemigos. Otros tres carros sufrieron averías o daños que les obligaron a retirarse. Habían muerto cuatro tanquistas soviéticos, cuatro españoles y se contaba media docena de heridos en el batallón. Pero los sublevados habían recibido de lo lindo. Los tanques rusos habían provocado la fuga de dos batallones de infantería enemigos, más dos escuadrones de caballería. Habían destruido diez piezas de artillería de campaña (y capturado dos más). También habían destruido dos docenas de camiones, varios automóviles... En fin, una escabechina.

Pero el ataque no llevó a ninguna parte, porque la infantería republicana no pudo seguir a los carros de combate y afianzarse en el terreno conquistado. Los tanques tuvieron que regresar como pudieron a sus líneas después de haberse impuesto en el campo de batalla, porque no podían quedarse ahí, solos y aislados. Haciendo números, perdieron dos tercios del batallón en la incursión y la línea del frente no se movió. La guerra acorazada todavía estaba muy verde.

Un T-26 en Belchite, dando apoyo a la 11.a Brigada Internacional.

Así se emplearon los carros de combate en la Guerra Civil, operando al contragolpe cuando pintaban bastos o al frente de las ofensivas republicanas. Lo más normal es que los carros acabaran luchando por regresar a sus líneas, porque la infantería no tenía manera de seguirlos de cerca y acababan asediados y desprotegidos ante las botellas de gasolina y los cañones contracarro. En 1937, las bajas entre los carros republicanos eran superiores a dos de cada tres enviados al frente. Pero allá donde asomaban, se imponían sobre el enemigo.

En total, combatieron en España unos 280 T-26. Los últimos desembarcaron en 1938. Fue el carro más potente de la Guerra Civil Española, es verdad, pero era un cacharro. Sólo hay que leer los informes que los carristas soviéticos enviaban a Moscú. Estaba mal ventilado. Los periscopios y las mirillas estaban mal diseñados y cuando llovían las balas y se cerraban las portillas blindadas, el carro iba casi a ciegas. El motor estaba mal protegido y bastaba con arrojar una botella de gasolina sobre la rejilla del capó para que prendiera y se incendiara. La radio se desajustaba sobre terreno bacheado y se convertía en un trasto inútil a poco de poner el motor en marcha, por las vibraciones. El blindaje no era suficiente. Y la mecánica... Ay, la mecánica.

Soldados rusos intentando arrancar un T-26. ¡No hay manera!
Es un modelo de 1933, provisto con dos pequeñas torretas con ametralladoras.
Los T-26 que se enviaron a España tenían una sola torreta, artillada.

En un mundo perfecto, el T-26 tenía que pasar por los talleres para una revisión a fondo después de 150 horas de funcionamiento. A las 600 horas, la revisión exigía que fuera enviado a una fábrica, donde se le cambiarían muchas piezas y se revisaría de punta a rabo. Las cadenas y el tren de rodaje quedaban hechos polvo a los mil kilómetros; tenía que cambiarse el cambio de marchas y el diferencial, reajustar las ballestas, ¡volver a alinear el motor! Pero en verdad era todo mucho peor, porque la calidad de la construcción era pésima. Los planes quinquenales de Stalin habían primado la cantidad por encima de la calidad y el resultado daba pena verlo.

T-26 abandonados y capturados por el ejército sublevado. 
Algunos, en un estado mecánico lamentable.

Los asesores soviéticos escribían informes a casa donde lamentaban estos fallos mecánicos. Mantener en marcha un T-26 era casi un milagro después de una semana en el frente. Pero acto seguido, relataban con asombro la capacidad de los mecánicos republicanos para conseguir que esos cacharros continuaran funcionando. En diciembre de 1936, la mayoría de los T-26 del frente de Madrid ya llevaban más de 800 horas de marcha. ¡800 horas! ¡Qué milagro conseguía que todavía funcionara alguno! Como no podían llegar por su propio pie al frente (se habrían quedado la mitad por el camino), los llevaban hasta ahí en camiones. Luchaban, se averiaban (no era para menos), los volvían a subir a los camiones, se los llevaban a la retaguardia y ya corrían los mecánicos a ponerlos en orden de funcionamiento para el día siguiente.

Un T-26 atrapado en una trinchera, en los alrededores de Teruel.
Con las portillas cerradas, se conducía casi a ciegas.

La admiración por los mecánicos republicanos fue en aumento. En el frente de Teruel, entre diciembre de 1937 y febrero de 1938, lucharon 104 T-26. Hagan cuentas. Se registraron 586 reparaciones de importancia en 65 días. De media, cada uno de esos carros pasó por el taller una vez cada once días. En su mayor parte, se reparaban roturas de las cadenas o averías en el motor. Pero hubo 63 carros que pasaron por reparaciones de gran envergadura: 58 cambios de motor, seis de transmisión, 15 de cambios de marcha, 22 cambios de diferencial... Los carristas soviéticos seguían considerando imposible que los T-26 republicanos pudieran seguir funcionando. Pero ¡ahí estaban! Dando guerra.

La gran retirada. Un T-26 republicano en el exilio, adentrándose en Francia.
Que a estas alturas todavía pudiera llegar a Francia dice mucho a favor de los mecánicos republicanos.

El Desfile de la Victoria por la Diagonal de Barcelona, en 1939. 
En esta época, los T-26 capturados se habían reparado y sumado a las tropas franquistas.
El T-26 continuó en servicio en España hasta los años cincuenta.

(Otro tanto podría decirse de los mecánicos franquistas, que habían capturado una docena de T-26 y los mantenían en marcha por encima de todo pronóstico. Éstos, además, sin más piezas de repuesto que las que salían de los carros de combate abandonados por el enemigo.)

¿Qué aprendieron los soviéticos de los mecánicos republicanos? Poco, a decir verdad. A modo de ejemplo, cuando los rusos invadieron una parte de Polonia, en 1939 (mientras Hitler invadía el resto), perdieron quince T-26 en acciones bélicas y 302 por averías graves. Uno de cada cinco carros soviéticos quedó severamente inutilizado por avería en poco más de una semana de marcha por carretera, en algo más parecido a un desfile que a unas maniobras. 

En Finlandia, las averías diezmaron a los T-26 soviéticos.
Éste es un último modelo, de 1939.

Poco después, en la guerra contra Finlandia, uno de cada tres T-26 se perdió por culpa de una avería severa. En los primeros dos meses de combate, 570 de un total de 1.570 carros fueron baja por problemas mecánicos severos. Cuando se firmó el armisticio, ya sumaban 1.275 pérdidas por avería. Por cada carro que los finlandeses pusieron fuera de combate, los mecánicos soviéticos perdían otro por avería grave.

Un T-26 equipado con la radio de comandante de batallón. La antena es esa especie de barandilla alrededor de la torreta. Es un modelo de 1934 o 1936. El T-26 que aparece al fondo en un modelo de 1939. En 1941, la Unión Soviética disponía de 10.000 T-26 en su arsenal.

En 1941, la Unión Soviética tenía unos 10.000 T-26 en su arsenal, que no son pocos. Pero sólo uno de cada diez se consideraba en perfecto estado de funcionamiento. Y éstos, los que se suponía que iban bien, ya sumaban 100 horas en marcha de media (recuerden que a las 150 horas se precisaba un mantenimiento de importancia en el taller de reparaciones). Un tercio de los carros necesitaba reparaciones menores (pero urgentes) en el motor o las cadenas. Una décima parte estaba, literalmente, para chatarra. 

Un T-26 modelo 1939 defendiendo Moscú.
Sólo uno de los tres carros de la fotografía llegaría a disparar contra los alemanes.
Los otros dos, quedarían por el camino, averiados, y uno se perdería para siempre.

En julio de 1941, los alemanes invadieron la Unión Soviética con poco más de 3.000 carros de combate. El ejército soviético se llevó la peor parte. En noviembre de 1941, menos de la mitad de los tanques soviéticos que habían sobrevivido a cuatro meses de lucha podían ponerse en marcha, y sólo había sobrevivido uno de cada tres. En algunos frentes, sólo uno de cada seis. 

Los alemanes capturaron miles de T-26. En su mayor parte, averiados o sin combustible, abandonados por su tripulación. No se lo pensaron dos veces y los destinaron directamente a chatarra.

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