Su Majestad, saludando al final de una de sus últimas actuaciones.
La maldición juancarlista. Los actores se han visto superados por el papel.
Peor me lo ponen cuando prestamos atención a los guiones y las producciones en las que se ha movido esa interpretación. Uno concluye que no somos capaces de hacer un biopic decente, aunque se recuerde con mucho cariño la vida de Santiago Ramón y Cajal, por ejemplo. Pero tal estaban las cosas en la televisión que una serie sobre el último (que no el actual) rey de España estaba condenada al ridículo más espantoso, incluso al fracaso comercial. Así parece que sucedió no una vez, ni dos, sino algunas más. Añado, sin embargo, que se trataba de un fiasco anunciado y previsible. ¡No se esperaba otra cosa! y, en esas concidiciones, no podía ser de otra manera.
Ahí lo tienen, a la izquierda, posando para la posteridad.
El cabreo de Puigcorbé fue agrio, monumental.
Dejó constancia de ello echando las culpas a todo el mundo.
Su reacción fue desagradable.
Lo cierto es que el actor hacía un tiempo que andaba tonteando con la política, había pasado por socialista y progre cuando tocaba serlo (por ver qué caía) y ahora que el PSOE anda en horas bajas (bajísimas) ha optado por una opción republicana e independentista, muy de moda, que proporciona grandes actuaciones y bien pagadas, y que además tiene a la prensa (local) echándote una mano a base de críticos subvencionados. Sucede lo dicho: Que quien hiciera de rey de España salga ahora haciendo de correveidile de su desintegración en forma de varias repúblicas no deja de ser madera de chiste.
¡Hola! El actor cambia la pantalla por un sillón en el Ayuntamiento, mejor pagado.
Es que la comedia sólo da que hambre y disgustos.
En los mentideros de Barcelona corren dos teorías que explican ese comportamiento y su apuesta por la República Catalana. Dos, y no sé con cuál quedarme.
Una sostiene que el actor era una persona políticamente indiferente (era socialista cuando estaba de moda serlo) que aceptó encarnar al rey en un biopic televisivo. Salió lo que salió ¡y mira que le avisaron! Se le echaron encima y le llovieron palos por todas partes. Quedó tan escarmentado que se sumó a la opción política que le pareció más antimonárquica y antiespañola que encontró (ERC, en este caso). Un drama humano y político que podría convertirse en una serie televisiva de humor ácido y esperpéntico, muy de vodevil, o en algo digno de Sofocles, con el héroe aplastado por su destino y gritando, crítica en mano, ¡Oh, dioses! ¿Qué he hecho yo para merecer esto?
La segunda teoría, en cambio, sostiene que Puigcorbé ya era republicano cuando aceptó el papel de rey y que su lamentable actuación fue en verdad brillante y subersiva, hecha a posta. Se trató, dicen, de una campaña de desprestigio de la monarquía, cuidadosamente orquestada por los poderes ocultos a favor de la Tercera República. Prosiguió la conjura montando una cacería. Pusieron los elefantes, la señora de labios hinchados bien a mano, cera en las escaleras del bungalow y... C'est voilà! No llegó a caer la monarquía, pero el rey se llevó un costalazo de padre y señor mío. Qué guión.
No será por falta de ideas que no hacemos buenos dramas en España.
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