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El gran batacazo


Nietzsche dijo que la historia (occidental) debe mucho a dos ataques de apoplejía, el de San Pablo y el del Lutero. Los dos, con mil quinientos años de diferencia, año más, año menos, se cayeron del burro (técnicamente, del caballo) después de ver luces y oír voces que venían de no se sabe dónde. Luego pasó lo que pasó, pero ahora resulta que la historia (nuestra historia) debe mucho más a otra caída.



El primero de nuestros antepasados era un mono torpe, que un mal día se cayó del árbol y se dio un batacazo de padre y señor mío. Sobrevivió y engendró descendencia. No queda claro si ya era listo antes de caerse de arriba abajo o si tuvo que espabilarse al descubrir que lo suyo no era andarse por las ramas. Ni lo sabemos ni lo podremos saber, pero sí que resulta evidente que el azar es nuestro padre y la estupidez, nuestra madre. 

Nuestro antepasado fue el hazmerreír de los demás monos. Era el tonto que se pasaba más tiempo por los suelos que encaramado en las alturas. Pero, y aquí interviene la casualidad, esa desventaja temporal se convirtió en una ventaja evolutiva cuando todos se quedaron sin selva. 

Algo de ese mico quedó en nuestra sangre. Ahora dicen en nuestros genes, pero ya me entienden. Algo quedó, decía, y los primeros homínidos seguían añorando las ramas allá en lo alto. De ahí viene, seguramente, nuestra afición a querer partirnos la crisma practicando el alpinismo, emulando a los pájaros con aviones, globos y paracaídas y, cómo no, con esa inclinación que tienen los niños a subirse al primer árbol que se lo pone fácil. 

Pero ¡cuidado! ¡Todos somos hijos del mono torpe! Nos subimos a una escalera y acabamos en el suelo más mal que bien. Los becarios de Leonardo da Vinci pueden corroborar con sus huesos rotos lo mal que se nos dan las alturas. Lucy se cayó de lo alto de un árbol y se mató.

Lo de Lucy tiene miga. Es (era, perdón) una hembra de Australopithecus afarensis que vivió hace aproximadamente 3,2 millones de años en Etiopía. Era bajita (un metro con diez centímetros), pesaba alrededor de 27 kg, tenía un cerebro como el de un chimpancé y lo más importante, caminaba. Fue bautizada como Lucy en honor a una canción de The Beatles y ahora resulta que se mató al caerse de un árbol, dicen los paleontólogos, después de examinar sus huesos con mucho cuidado.

Digan lo que digan los periódicos, Lucy no es nuestra antepasada. Los australopitecos se apartaron de otros homínidos, se fueron por su cuenta y se extinguieron, mientras otros homínidos sobrevivieron y se convirtieron en nuestros bisabuelos. Pero, sí, somos primos lejanos y compartimos tanto la afición de mirar hacia arriba como la de caer hacia abajo. Con la invención de los esmarfones, estamos perdiendo la costumbre de alzar la vista, pero lamento señalar que la afición a darnos grandes batacazos persiste. Quedan avisados.

Mejor pasamos página (Gran Premio de Bélgica 2016)



Ferrari está de capa caída. Este fin de semana, en el circuito de Spa-Francorchamps, comenzamos regular y acabamos mal. En la mismísima salida un topetazo nos alejó del podio y gracias a Dios que puntuaron los dos coches. Ganó un Mercedes-Benz y el otro remontó dieciocho puestos, porque salió desde muy atrás por esas cosas del reglamento. Red Bull se aleja por delante y McLaren, al fin, parece que quiere acercarse por detrás, o desde no tan atrás, porque entre los dos Ferrari puntuó un o de sus bólidos. ¡Cuidado!

Una casa de barrets



En catalán se dice una casa de barrets para decir un burdel o para decir que algo está lleno de gente que no se pone de acuerdo y es un lío. La traducción literal es una casa de sombreros, y viene el dicho de la antigua costumbre de los varones de taparse la cabeza con un sombrero. Cuando uno de esos caballeros acudía a una casa de lenocinio, se destapaba la cabeza (es una cuestión de cortesía y educación) y dejaba su gorra o su sombrero (dependiendo de si era pobre o rico) en un perchero en la entrada. Así que las casas de señoritas muy frecuentadas tenían los percheros del recibidor llenos de sombreros, y de ahí el nombre.

El pecio de la silla



Observen atentos la imagen. Abajo, a la derecha. El pecio de la silla. Otrosí, el pez silla.

La palmera de recambio



Me cuentan que la palmera de la rectoría ya tiene un recambio. La antigua llegó a ser el ser vivo más viejo de Sitges y seguramente, el más alto. Creció, creció, creció y un siglo y pico más tarde, cras, se rompió y se precipitó al abismo de la muerte. Por el camino, se llevó la moto del señor alcalde, que la había aparcado justo debajo. ¡También es mala suerte!

Estos días plantaron una señora palmera de tallo más grueso y me cuentan que montaron una ceremonia de bienvenida digna de un dios pagano. Poemas, cánticos, bailes, discursos, fueron brindados a la palmera y al público en un acto más propio de druidas que de personas civilizadas. La palmera, si pudiera hablar, preguntaría aquí cuándo riegan y la fortuna de la vieja palmera de la rectoría fue fruto del azar (llámale destino, si no) y el azar no se repite... o sí. Precisamente, porque es azaroso. 

Suerte, palmerita. Has heredado una maceta que pide mucho de ti y si tienes que llegar tan alto como tu antecesora, yo ya no lo veré. 

La ventana del señor rector



Me gustaría que el señor rector de la parroquia de San Bartolomé y Santa Tecla (el sacerdote que representa a Dios en la Blanca Subur) saliera a la ventana y soltara un breve discurso y una bendición urbi et orbi, como las del Santo Padre. Sí, sí, es verdad, bendice los bailes en la iglesia, el mediodía del día 24, pero ahí dentro hace un calor de mil demonios y el señor rector larga unos sermones tradicionalmente interminables. La razón es que, por una vez que me llenan la iglesia... En fin, no hay que desperdiciar la oportunidad.

Pero ¿por qué no? Una bendición espontánea, breve. Un salir a la ventana, unos aplausos, un ¡Viva San Bartolomé! y un poco de agua bendita. Con tanto pecador como se agolpa ahí abajo, un perdón y una ayudita del Cielo no vendrá mal, digo yo. Tampoco el refresco. La noche del día 24 caen cubos de agua enteros, enteritos, sobre el personal, que los reclama. Pero también es verdad que entre el pregón de la Fiesta Mayor, el sermón del señor rector y la que nos largará el señor alcalde (seguro que acaba largando algo), sobrarán las palabras y los lugares comunes, y se agradecerá un piadoso silencio.

Preparando el pasacalles


Formando delante de la iglesia.
La procesión está a punto de comenzar.

Llegan con el petate. Todo a punto.

Atándose las alpargatas, a la sombra de la rectoría.

El Ayuntamiento de Sitges dice que la procesión de la Fiesta Mayor es, en español, un pasacalles. En catalán, en cambio, es una procesión cívico-religiosa (oxímoron). No es lo mismo. Un pasacalles no es serio y una procesión es lo más serio. 

Además, una procesión por partida doble. Por un lado, sacan a pasear al santo y Bartolo agradece el detalle bendiciendo a los indígenas. Por el otro lado, sacan a pasear a las autoridades, que desfilan rindiendo pleitesía al mártir. Éstas no bendicen a los indígenas. Éstas sólo sacan los dineros al público y, en año electoral, buscan sacar también algún voto. Pero ¿qué hacen las autoridades en una procesión religiosa? En un estado laico, les recuerdo. 

Chist, callen, no digan una sola palabra sobre este asunto. Aquí el señor alcalde y compañía salen todos detrás del santo, a las órdenes de la Iglesia, llueva o caigan chuzos de punta, y pobre de él quien no. Ateos recalcitrantes y pecadores irredentos desfilan lo mismo. Ésos sí que hacen pasacalles, y el ridículo. El resto del pueblo, devoto de la Fiesta Mayor (que no de la Iglesia), asiste a una procesión.

La mojiganga


Recreando la Pasión.

¿Cómo se dice en lengua española? En catalán le dicen moixiganga, pero también muixaranga, y es el origen de una voz española, mojiganga. Este baile ancestral (es decir, de finales del siglo XVIII) es una representación de la Pasión y Resurrección del Cristo. De ahí derivan, en los antiguos reinos de Valencia y Aragón (Cataluña incluída en este último) bailes de todo tipo. 

El más famoso de todos es el de los castellers, que se amontonan unos encima de otros para elevar por encima del público, lo más alto posible, a un niño, con la emoción de no saber si la criatura se romperá la crisma al subir o al bajar de la torre. La moixiganga de Sitges tiene más mérito, por ser más fiel a sus orígenes y por estar toda ella formada por varones mayores de edad. ¡Ya me gustaría ver a mí a los castellers levantando esas magníficas torres sólo con personas mayores de edad, sin abusar de los niños!

No es éste un debate que se recomiende delante de indígenas, porque puede acabar uno tragándose los dientes. Eso sí, si en medio del debate uno dice, jura y perjura que el baile que más le gusta es el de la mojiganga... ¡Cuidado! Uno se gana el respeto del personal y pasa por entendido. Así que, aunque te gusten los petardos y los fuegos de pólvoras, pon cara de circunstancias cuando pase la mojiganga y aplaude muy seriamente cualquiera de sus pasos de baile. Serás tolerado por los indígenas y hasta puede que alguno te felicite por tu buen gusto. 

Se me dirá que mojiganga no será muy correcto, porque es el nombre que se le da a una pieza de teatro breve y normalmente cómica. Aquí valen dos respuestas. 

Una, que dice que también hay mojigangas sacras y que el origen de la moixiganga de Sitges, de los castellers de más al sur y de las mojigangas sacras o profanas de Castilla y Aragón, entendidas como teatro, es el mismo. 

Otra, más irrespetuosa, pero que no ha de ser dicha jamás (repito: jamás) es que la moixiganga es un poco ridícula, ¿no? Esa respuesta sólo es admisible entre adolescentes indígenas suburenses auténticos, con edades comprendidas entre los catorce y los diecisiete años, de cualquier sexo. Eso sí, sepan las criaturas que sus señores padres se pondrán como una moto y responderán malamente a tan sentida opinión. Es peligroso sostenerla en público.

Fotografiando


Uno pasa la Fiesta Mayor fotografiando, como si uno fuera un intrépido antropólogo rodeado de indígenas, y eso es lo que es. Salvo un detalle, naturalmente, que uno no es antropólogo, ni falta que le hace, ni ganas tiene de serlo, pero todo lo demás, todo, de la cámara fotográfica (una Leica, que conste) a la observación participativa, todo lo demás, decía, ahí está.

Pero uno no es el único y los indígenas de la Blanca Subur sienten una especial predilección a que una cámara de fotos les robe el alma.


A poco que se presente un tipo con un tele de un palmo (y no les digo si es un zoom y se crece), forman las féminas de los coros y danzas del pueblo como si fueran un equipo de fútbol y se dejan hacer. Hacen lo mismo los varones, que para esto no tienen manías. Transcurrido un tiempo, el que tardaban antaño en revelarse los carretes, cuelgan en los escaparates fotografías del grupo, sonrisa al viento, arrebolados todos por el esfuerzo, los calores y el mundanal ruido, imágenes que, tan pronto sonó el clic del disparador, pasaron a ser recuerdos.



Vengan luego las autoridades, que viendo una cámara fotográfica se arriman a la voz de firmes. Es cosa de ver lo tiesos que se ponen todos, en formación, con la vara del alcalde marcando el compás y los urbanos estrenando traje de gala, de veintiún botones. Uno no sabe, a decir verdad, si el policía está donde está para evitar que huyan los políticos o para protegerlos de la general indiferencia que suscitan.


Queda el posado natural de mozas, un clásico. Bajo la atenta mirada de un hereu, posa la pubilla, reclamando el flash para evitar que se formen contraluces. La fotografía es un arte y la fotografía de pubilles, una institución en sí misma y tendría que ser protegida por el gobierno.

Niebla de pólvoras





El baile del dragón.

Contubernio demoníaco.

Lucifer haciendo de Lucifer.

A mí me puede el olor de pólvoras y el estruendo. No me da por correr desafiante bajo cáscaras de chispas, sino que me arrimo como un diletante, atento al ruido del petardo y a la cadencia de las explosiones, disfrutando del oloroso aroma del fuego de azufres. Por eso valoro tanto la niebla cegadora e irritante que dejan tras de sí diablos, demonios, grifos y dragones, que a ellos protege y a uno desampara, dejándolo a merced del pim pam pum de la artillería. Cuando eso ocurre, se alcanza una excelencia sinfónica.

El secreto de la chirimía



Dicen los que de eso saben que las chirimías suenan mejor en Sitges que en otras poblaciones vecinas, las que componen el universo mundo. Sostiene la opinión un indígena, exaltadísimo, que ensalza las virtudes del instrumento como si fuera lira de ángeles. Uno, que es de ciudad, turista, más de blues que de gaitas y ajeno a esa maravilla que, por mucho que insistan, no encuentro, uno, decía, pregunta por qué. ¿Acaso las poblaciones vecinas que componen el universo mundo no saben tocar la chirimía? Además, muchos sopladores de chirimías no son indígenas, sino mercenarios que acuden de más allá de las vías, por cobrar unas pesetillas soplando de fiesta en fiesta.

"Oiga, joven, no sea usted impertinente", es la respuesta más amable con que me obsequian. Que las chirimías se soplan en Sitges como en parte alguna es acto de fe y cita obligada entre indígenas de raíces profundas. El secreto está, me dicen, en cómo se chupa la chirimía antes del soplado, y en el vinillo que se sopla uno antes. Todo, en la justa y debida proporción. Un arte.

Gafas de Fiesta Mayor




Presten atención a las gafas de los portadores de gigantes, a las gafas de los sopladores de chirimías, a las gafas que ocultan los perniciosos efectos del alcohol en la sangre, destilado en noches de jarana y juerga, que se apoyan en las narices del personal. 

Me da que hasta las gafas andan de fiesta, estos días.

Felicidad




Observen el rostro de Lucifer bajo el cielo azul del verano suburense, tan alegre y feliz, quemando pólvoras y dejando un rastro de azufres, que para eso está. El santo, santo será, pero quien desfila primero es él, con su capa, su séquito, echando fuegos y risas, levantando gritos y correrías. El santo, en cambio, cuando asoma mucho más tarde, encuentra indígenas silenciosos, que se retiran buscando el pestífero sulfuro del ángel caído, dejando atrás el muermo envuelto en cirios de beatas y escoltado por las autoridades laicas. 

"Si lo llego a saber", confiesa Bartolo a sus más íntimos, "el año que viene me pongo el sayo, me lío la manta a la cabeza y me pido sitio entre las bestias y los demonios".

P.S.: Observen también las gafas del diablo. 

¡Viva Bartolo!


Traducción:
Dios, Uno y Trino. En honor de los santos Bartolomé y Tecla.

El protagonista de la Fiesta Mayor de Sitges es el patrono del lugar, uno de los Doce Apóstoles, San Bartolomé, Bartolo para los amigos. Su festividad se celebra en el orbe católico el 24 de agosto, pero los armenios lo celebran en diciembre y los ortodoxos, en junio. Puestos a elegir, uno se inclina a darle la razón a los armenios, porque Bartolo murió en sus manos y si ellos dicen que fue en diciembre, en diciembre será. Pero ésa es la respuesta que da la razón y vete tú con ella a un indígena suburense, quítale la Fiesta Mayor a finales de agosto, cuando la uva está en sazón, el calor aprieta y los visitantes abundan, con sus sonrosadas pieles expuestas al sol, quítale la fiesta de agosto, te digo, y acabas como el santo.

El edificio más famoso de la población, su iglesia parroquial, está levantado en honor de San Bartolomé y Santa Tecla, como bien recuerda un latinajo en la entrada. Todo parece señalar que Bartolo murió soltero (solterón, mejor dicho), pero no puede decirse lo mismo de Santa Tecla, que se agenciaba a San Pablo, ése que se cayó del caballo, por no decir del burro. 

Protagonista bajo la cúpula, un retablo gótico con marco barroco nos recuerda al santo.
A los pies del altar, el pendón de Bartolo y una bandera que, curiosamente, también es un pendón.

Bartolo y Tecla forman una extraña pareja. Por mucho que digan, Santa Tecla no tiene nada que ver con internet (bajo el patrocinio de San Pedro Regalado) o la informática (bajo el paraguas de San Isidoro de Sevilla), pero, puesto que era Tecla de Iconio, quizá tenga que ver con el guasap, no desfallezcamos. Para disimular su relación con San Pablo, fue elegida como modelo de castidad desde muy temprano, lo que sólo puede querer decir que la castidad entonces no era como nosotros decimos que tendría que ser. 

En cambio, el sino de Bartolo fue desgraciado. No conoció mujer (y si la conoció, le dio calabazas) y murió víctima de la envidia. Su paso por Armenia secó los ríos a base de bautizos y los sacerdotes de los templos paganos, viendo que se quedaban sin clientela, acudieron a su rey. Bartolo, que en su vida había roto un plato (pero sí alguna escultura pagana), fue despellejado vivo por alterar el orden público y atentar contra la libertad religiosa en Armenia.

El cuchillo de despellejar y la palma del martirio.

Ahí lo tienen, con el cuchillo en una mano y la palma del martirio en la otra, Patrón de curtidores, como no podía ser menos, aunque hay crueldad en la elección. ¿Es también patrón de los cirujanos estéticos y de los tatuadores? ¿No lo será de los guiris despellejados por el inclemente sol de las playas suburenses? ¿Por qué no promoverlo para el cargo?

Bartolo se da una vuelta por la ciudad el día de la Fiesta Mayor y mejor será que lo dé en agosto, cuando hay luz y vino nuevo. Su milagrosa presencia quizá procure alivio al guiri achicharrado y sonrosado hasta la rojez, que ve caer su piel a tiras. Hay que proteger el turismo, que es lo único que nos queda, y si Bartolo nos echa una mano, bienvenida sea.

El eterno retorno



El pasado ya no existe, lo mataron los relojes. Quedan los recuerdos, llamados por la memoria, que sobrevive como puede, alimentando la caldera de la melancolía. El regreso es también el retorno, pero, como se sabe desde Heráclito, el río ya no es el mismo que fue, una manera como cualquier otra de decir que ya tenemos una edad. Mejor así. Si el río fuera siempre el mismo, sus aguas se estancarían, y es mejor que corran frescas y transparentes.

Cosas de la estadística



Leído en una nota de prensa del Centro de Estudios de Opinión: 

En el resto de consideraciones sociales subjetivas es mayoritaria la opción mayoritaria.

Vale. Bien. Viva el vino.

Una cuestión capilar


Quien sigue atento al desarrollo del llamado proceso en Cataluña sabrá que pasó por una crisis capilar sin precedentes. El Gran Timonel, don Artur Mas, perdía la batalla contra la alopecia y su cabello, hasta el momento uniformemente negro, comenzaba a mostrar canas discrepantes y pelos que abandonaban la causa, afectando gravemente a la imagen de fortaleza del procesionismo. 

Como cualquier hijo de vecino podrá apreciar, como consecuencia de esta grave situación capilar, el tupé del Gran Timonel fue complicándose hasta convertirse en un remedo mediterráneo del pelaje à la Trump. La situación se volvió insostenible (y el tupé, casi también).

Cambio de tupé por flequillo en el puente de mando.

Ya sabemos el resultado. Se tomaron medidas excepcionales. El Gran Timonel fue apartado del puente y su lugar lo ocupa hoy un guitarrista yeyé, un personaje con un flequillo que parece el telón del Vistarama Palace, el señor Puigdemont. 

Sin embargo... El pasado 11 de julio, don Artur Mas, ahora desprovisto de timón, concedió graciosamente una entrevista al órgano de propaganda correspondiente. En este caso, TV3. Para pasmo de propios y extraños, apareció luciendo una pelambrera negra, negrísima, como ala de cuervo. Ni una cana. Tan severa fue la estupefacción, que nadie se quedó con lo que dijo (pero, tranquilos, no dijo nada interesante).

Algunos periodistas malintencionados (redundancia) publicaron la noticia en la prensa. ¡Don Artur Mas se tiñe el cabello para disimular las canas! Qué gran conmoción.

Viene la prensa diciendo que tan pronto saltó la liebre faltó tiempo a los encargados de comunicación del partido, del proceso, del gobierno y del propio don Artur Mas para desmentir la noticia. ¡El señor Mas no se tiñe el pelo! Literalmente, fue un efecto de la iluminación del plató de televisión.

Y voy yo y me lo creo. ¡Que lo vi con estos ojos! Por favor...


Arriba, en el plató de TV3.
Abajo, unos meses antes.
Juzguen ustedes mismos.


Y eso fue lo que pasó



Natalia Ginzburg tiene una segunda oportunidad, quizá una tercera, en lengua española, porque este año se celebra el centenario de su nacimiento y son varias las editoriales que publican o vuelven a publicar algunas de sus obras. Otras no se han traducido todavía y algunas otras asomaron las narices en los años setenta, con Franco muriéndose o recién muerto, y hasta hoy no han vuelto, aunque siempre hay excepciones. En pocas palabras, la que es una autora consagrada en lengua italiana y una de las mejores escritoras del siglo XX italiano, es relativamente desconocida en España por el gran público, sólo relativamente.

Su marido murió a manos del fascismo italiano en 1944 y su familia y ella misma, en parte judía, en parte católica, casi toda de izquierdas, sufrió el destierro y la persecución durante la guerra. Eso dejó huella en su literatura y explica su implicación en la política: tenía sus razones. De origen triestrino (qué hay en Triestre para engendrar tan buenos escritores), muy ligada a Turín toda su vida (otra ciudad literaria), su obra incluye novelas y cuentos, ensayos, memorias, cartas (magníficas), teatro y unas exquisitas traducciones al italiano de Proust, Flaubert o Maupassant, por ejemplo. ¿No han leído nada de Natalia Ginzburg? ¡No saben lo que se pierden! Lo digo muy en serio.

Acantilado publica Y eso fue lo que pasó (È stato così) traducida por Andrés Barba, su segunda novela, que he leído y disfrutado con grandísimo placer lector. Es una novela dramática, triste, muy realista, impactante, escrita en un lenguaje (aparentemente) sencillo en primera persona por una mujer que confiesa... Lo que confiesa no lo diré, pero sí les diré que está escrito en la primera página del relato y es una tremenda sorpresa. ¡Pum! ¡Caramba! Y a partir de ahí, la novela. Brillante. Muy, muy recomendable.

Oro en sable


A la izquierda, Homer, de EE.UU.
A la derecha, lanzándose a fondo, Szilágyi, de Hungría.

Como un servidor es alumno de la Escuela Húngara de Esgrima de Barcelona, el oro olímpico de Áron Szilágyi ha sido celebrado como propio. El húngaro ha batido a un norteamericano, Homer, en una emocionante final. Sablazo va, sablazo viene, fueron 15 tocados a 8 a favor del húngaro. ¡Felicidades!

El saludo al final. Bravi!

Ay, el amor...


Alexander Pieter Cirk, esperando a que se le sequen los calcetines.

El protagonista de esta historia es un hombre enamorado. Consta que, al principio de la misma, estaba realmente enamorado. Si sigue enamorado, ahora mismo, eso ya no lo sé, pero sospecho que no. Alexander Pieter Cirk, que así se llama el sujeto, traspasó la delgada frontera que separa amor y locura y sufrió por ello.

El paciente enamorado, espera que te espera.

Los periódicos explican que Alexander Pieter Cirk es un holandés de 41 años y las imágenes de una televisión local china, la que ha hecho correr la noticia, nos lo muestran más bien alto, desgarbado, feo, con inclinaciones alopécicas que compensa con una cola de caballo. Lo vemos cuando su situación es ya apurada, descalzo y agotado, dejando que sus pinreles se ventilen mientras se secan los calcetines, que imagino lavados de cualquier manera en los lavabos del aeropuerto de Changsha, en la región de Hunan, China.

¿Qué hacía Alexander Pieter Cirk en el aeropuerto de Changsha, en tan poco elegante situación? Como diría un novelista, es largo de explicar.

Don Alexander Pieter Cirk tuvo la suerte o la desgracia de conocer a una chica por internet. Una mujer china, según todos los indicios, o que vivía en Changsha, lo menos. En fin, que conoció mujer por internet (no en sentido bíblico, se entiende) y quiso conocerla en persona (ahora sí, en cualquier sentido). ¿Por qué? Porque se había enamorado de ella. Por lo que se ve y conoce, perdida, intensa, tontamente. Le dijo ¡Voy p'allá! y fue.

No sé si el amor mata, pero mira cómo dejó al holandés.

Diez días, diez, pasó Alexander Pieter Cirk en el aeropuerto de Changsha, preguntándose por qué su cariñito no iba a recogerle, por qué no aparecía, dónde se habría metido... Él, espera que te espera y ella sin aparecer. Diez días, insisto, diez, hasta que las autoridades lo recogieron del suelo (literalmente) y se lo llevaron a un hospital, con graves síntomas de agotamiento físico. Al parecer, el personaje era diabético y eso lo complicó todo un poco más. De su estado mental, que suponemos ya alterado y dolido, no habla nadie.

La fotografía de la señorita Zhang, en el teléfono móvil de su enamorado. Como pueden observar, tiene un grave defecto en el rostro, un pixelado que estaba operándose cuando llegó su amorcito desde Holanda en avión.

La noticia saltó a la televisión de Hunan y pronto apareció la fémina, el objeto del amor de Alexander Pieter Cirk. Se llama Zhang, tiene veintiséis años y tenía la cara pixelada, lo que explicará lo que ocurrió después.

La mujer confirmó que, en efecto, conocía (no en el sentido bíblico) al varón y que sabía que iba a presentarse de un día al otro. Previendo tal contingencia, para estar más guapa cuando fueran a conocerse (en el sentido que ustedes quieran), se sometió a una operación de cirugía plástica. No se especifica qué se operó, si la nariz, el mentón, los pómulos, las tetas o si procedió a dejarse liposuccionar, pero fuera lo que fuera, fue en otra ciudad. Pero dijo que después de ésa necesitaba tiempo para recuperarse. Fuentes bien informadas han explicado a El cuaderno de Luis que pretendía quitarse el pixelado de la cara, apreciable en las fotografías.

La pregunta es automática: Mujer, ¿no sabías que venía?

Hubo un problema de comunicación. La china recibió un mensaje con números y letras que no supo interpretar. La señorita Zhang, en vez de preguntar qué significaba tan críptico mensaje a su enamorado holandés, fue a lo suyo. Esa combinación de letras y números no era otra cosa que el vuelo que iba a tomar su amado para conocerla. 

Otra versión de la historia es más cruel y por lo tanto, más fiable. Zhang confesaría delante del televisor que cuando vio la fotografía del billete de avión que le envió Alexander Pieter Cirk creyó ¡que era una broma! Además, no volvió a ponerse en contacto conmigo, se excusaría delante de los micrófonos. ¿Dice la verdad? ¿El holandés pasó diez días en el aeropuerto sin enviar ni un mensaje a su queridísima Zhang? Si lo envió, no pude enterarme. Estaba en otra ciudad y fuera de cobertura, porque le estaban quitando los píxeles de la cara. Valiente excusa.

El final de esta historia era previsible. Tan pronto como Alexander Pieter Cirk fue dado de alta en el hospital, pilló el primer avión de regreso a Holanda. Zhang quedó en China para vestir santos, mientras insistía delante de las cámaras de Hunan TV que ella no da por acabado tan intenso romance y que mantiene las puertas abiertas (bonita metáfora) para su amante holandés. Pero no creo que éste ahora quiera conocerla, ni en el sentido bíblico ni en cualquier otro sentido. Que diez días son diez días, caramba.

¡Menudas vacaciones!

Ya lo dicen: Amor es muy travieso.