Ricardo Rodríguez, en el Peralte de Monza, en 1961.
Monza. La sola mención de este circuito ya da para recordar (a veces, añorar) esas carreras de antes, donde se corría a tumba abierta (literalmente) y algún desgraciado salía despedido del Gran Peralte para nunca más volver. Monza es el circuito de la potencia bruta, el que prefería Ferrari (Enzo) y al único al que asistía en persona, personalmente. Además, qué narices, está en Italia. Aunque los precios de las entradas son los que son, es un circuito de la vieja escuela, uno de los que más se aproxima (o se aproximó, en su día) a las carreras de automóviles como un espectáculo popular. Monza no tiene nada que ver con las obscenidades de Singapur, Dubái y compañía.
El Hombre de Hielo tomando una curva en Monza, 2016.
Los forofos italianos, esta vez, como siempre, invadieron la pista con las banderas de Ferrari y jalearon un podio. Ferrari hizo doblete... en tercera y cuarta posición. Con la que ha caído hasta ahora, no está mal, pero ¡qué bonita hubiera sido una victoria en Monza! Los dos primeros puestos fueron para Mercedes-Benz, que está ahí porque ahora mismo es imbatible y es imbatible porque es la mejor escudería hoy mismo. En todo lo demás, la carrera fue sosa casi de principio a fin y uno comienza a preocuparse por tanta sosería.
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