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El incendio de la torre antiaérea de Friedrichshain (II)


Las torres antiaéreas de Friedrichshain fueron abandonadas a su suerte entre el 30 de abril y los primeros días de mayo. Cuando Berlín se rindió, la zona llevaba varios días sometida a toda clase de saqueos. Los berlineses buscaban comida y artículos de primera necesidad; los soviéticos, un botín para llevar de vuelta a casa. No obstante, las torres antiaéreas fueron pronto vigiladas por la policía militar y las tropas del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, eufemismo de policía política). 

La torre G de Friedrichshain meses después de la batalla. 

Los soviéticos creían que esas torres podían guardar algunos de los tesoros más codiciados del Tercer Reich, como, por ejemplo, uranio para fabricar bombas atómicas, planos de cohetes como la V-2, archivos de la Gestapo o de los servicios secretos, incluso algún jerarca nazi disfrazado entre los refugiados. Algo de verdad había en ello. SMERSH (la más secreta y terrible agencia de espionaje soviético) dio con algunos archivos de los servicios secretos nazis en la torre del Zoo que todavía dan que hablar. También encontraron mil ciento cincuenta metros cúbicos de obras de arte de los museos berlineses que tuvieron que desalojar ¡en dos días! porque los americanos, después del reparto de Berlín, se iban a quedar con la zona. 

Se encargó de ello la Brigada de Trofeos del 47.º Ejército, comandada por el coronel Boloshin y el académico Belokópitov. Las cajas de los camiones acogieron el Altar de Pérgamo, el Oro de Troya, gran parte de la Pinacoteca, un inmenso botín, y fueron yendo y viniendo del Tiergarten a Tempelhof. En cuestión de horas, partieron del aeropuerto varios vuelos especiales, uno tras otro, con las grandes piezas de los museos berlineses. Dias más tarde, trenes y convoyes. El destino de todos aquellos embalajes fue Moscú y Leningrado. Algunas de esas obras fueron devueltas a Alemania y otras, simplemente, se perdieron.

La misión de las Brigadas de Trofeos era la del saqueo sistemático de Alemania para recaudar lo que el regimen soviético llamaba reparaciones de guerra. Fábricas enteras de motores de aviación, relojes o cámaras fotográficas fueron incautadas, desmontadas y llevadas a la Unión Soviética. También, oro, joyas, obras de arte. La Brigada de Trofeos que se encargó de apropiarse de las obras de arte de Berlín fue la Brigada de Trofeos del 47.º Ejército. Fue ella la que se dio de bruces con la catástrofe.

El panorama después de la batalla.
La torre G, abajo, y la L, arriba, de Friedrichshain.

Aunque las torres estaban vigiladas, la vigilancia dejaba mucho que desear y tanto militares como civiles entraban y salían de las torres sin que nadie les llamara la atención. La torre que mereció la atención del NKVD fue la del Zoo, pero la de Friedrichshain quedó prácticamente abandonada. Fue saqueada. Las colecciones de los museos de Berlín estaban guardadas bajo llave, en unas celdas, pero cualquiera habría podido forzar alguna cerradura, saltarla a tiros o volarla con una granada. ¿Fue así? Se sabe que tanto el día 3 como el día 4 de mayo las colecciones permanecían en el interior de la torre, aparentemente intactas. Así lo atestiguan tanto cuidadores alemanes de los museos que, después de la batalla, se atrevieron a preguntarse por la suerte de sus colecciones como oficiales soviéticos que inspeccionaron las instalaciones junto con ellos.

En algún momento entre la tarde del día 5 y la mañana del 6 de mayo se incendió la torre L. Aunque era un monstruo de hormigón armado, no faltaba combustible en su interior. A decir de los oficiales alemanes, el suficiente para que los generadores eléctricos funcionaran a pleno rendimiento durante dos o tres meses. Además, toda clase de munición, enseres de todo tipo... El incendio arrasó el interior de la torre. Como era tan gruesa y poco ventilada, el incendio convirtió la torre en un horno, que alcanzó temperaturas muy elevadas. Dentro, recordémoslo, había cientos de delicadas obras de arte.

El mismo día 6 de mayo, alertados por un desesperado conservador de los museos de Berlín, acudieron los oficiales de la Brigada de Trofeos del 47.º Ejército a la torre L de Friedrichshain. En efecto, había habido un incendio. No pudieron penetrar en la torre, debido al calor acumulado. Cuando lo hicieron, buscaron los depósitos de las obras de arte. No fue inmediatamente, dejaron pasar unos días. 

Descubrieron un panorama desolador. Forzaron las puertas de varias celdas para descubrir en su interior los restos calcinados de lienzos y retablos, perdidos para siempre. Un testimonio estremecedor es el de un oficial soviético que abrió la puerta de una de estas celdas y contempló por última vez la colección de esculturas renacentistas italianas de los museos de Berlín. El mármol, debido a las altas temperaturas, se había convertido en cal y cuando el oficial abrió la puerta de la celda dejó entrar el aire fresco y el oxígeno. Delante de sus propios ojos, literalmente, esculturas y bajorrelieves quedaron echas polvo y desaparecieron de una vez y para siempre.

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