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Qué gran novedad


Uno lee los periódicos (especialmente, algunos periódicos) y arquea las cejas con cierta sorpresa. ¡Caramba! Llanto y crujir de dientes, lamentos y decepciones, y todo porque ahora se enteran que el antiguo presidente de Banca Catalana (que lo fuera también de la Generalidad de Cataluña) era, a juicio del juez instructor, el cabecilla de una organización de delincuentes formada por su propia familia. También señala el juez que la señora de Pujol, Ferrusola, era la que metía mano a las cuentas andorranas de la banda y que su media docena larga de hijos estaba en el ajo, sin duda. ¡Y lo que no sabemos! Papá y mamá gestionaban una organización criminal, con todas las letras, en la que los hijos se movían como pez en el agua, y todos sacaban pingües beneficios de ello.

Sea cual sea el resultado del juicio, estas afirmaciones las ha hecho un juez instructor. Puede que los sucesos consignados por este juez luego no se consideren constitutivos de delito, puede que las pruebas presentadas no sean al final suficientes para alejar cualquier asomo de duda sobre el delito o el delincuente, pero sí que puede decirse que lo descrito por el juez se considera probado. Y lo descrito, añado, no sorprende a nadie.

Pero un grupo de personajes intentaba salvar la figura del patriarca echando las culpas encima de uno o dos hijos descarriados. Esa estrategia ya no cuela. Definitivamente, no. A la luz de los hechos, y a ellos me remito, la trayectoria política del padre es inseparable de su trayectoria financiera y mafiosa, que se inició con el asunto de Banca Catalana. Ese asunto acabó como el fiasco bancario más grande de la historia de España (todavía), y enriqueció fraudulentamente a los Pujol. 

Para entonces, el jefe de la banda había conseguido alcanzar el poder político en Cataluña y lo empleó como coartada, como tapadera y como instrumento de extorsión. Recuerden la que organizó cuando lo llevaron a juicio por el descalabro de Banca Catalana. ¡A partir de ahora, de moral hablaremos nosotros!, dijo, después de provocar el linchamiento (por suerte, incruento) de los diputados socialistas. Tuvo el cinismo de montar una fundación para defender la ética en política, porque él se autoensalzó como referente ético catalán... y todos le dijimos que sí. Idiotas que éramos.

Quizá sus orígenes políticos fueran sinceros o meritorios, pero salió de ellos convertido en un canalla. Más pronto que tarde su ambición de poder (y dinero) se confundió con su ideología y con más cosas. Recuerden las palabras de la señora Ferrusola, cuando CiU perdió las elecciones. Indignada, exclamó: ¡Nos han echado de casa! La confusión entre la administración, el partido y el país, y su personalización en el jefe de la banca, de la banda, pudo ser casual en su origen, aunque no lo creo, pero su persistencia y explotación no fue, ni es, inocente.

De esos polvos, estos lodos. ¿Por qué estamos como estamos? Sólo hay que tirar del hilo. Que alguien no acabe de creerse todavía que hemos vivido tantos años bajo la sombra de un canalla y que tantos se han dejado engañar por él, ciegamente, y que de ese engaño nos dolemos todavía en la vida pública... Que todavía haya gente que lo niegue no es más que un síntoma de nuestra enfermedad.

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