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Antonio Fraguas de Pablo, Forges (1942-2018)



Hoy me he despertado con una noticia que me ha impresionado, la que anunciaba la muerte de Forges. No exagero si digo que me ha causado una gran pena. Forges publicó su primera viñeta meses antes de que yo viniera al mundo (quizá ya estaba en él, de alguna manera) y desde entonces hasta ahora siempre ha estado ahí, conmigo. Mejor dicho, siempre han estado ahí, sus dibujos, lo que viene a ser lo mismo. Y seguirán estando.

Como ocurre en estos casos, en los obituarios uno habla más de sí mismo que del difunto y no pienso ser menos. Mi primer contacto con Forges vino de unos cuadernillos que llegaron a casa en los años setenta, unos números del Forgescedario, un recopilatorio de chistes (viñetas) de Forges. Algunos de esos dibujos se imprimieron con Franco vivo y algunos otros con Franco recién muerto. Aquélla fue la Edad de Oro del humorismo gráfico en España, donde todavía permanecían en pie algunos de la vieja escuela y salían los de la nueva (Forges entre ellos), para entremezclarse en una gran combinación que dudo mucho que se vuelva a repetir.

El niño que era reía con algunos de esos chistes; el harto de madurez que soy ahora también, pero además me inclino ante la sutil, irónica, demoledora y a la vez amable representación de la realidad española de su autor, que entonces se me escapaba un tanto. Recuerdo un dibujo en que un tipo con gabardina y gorro, con una antorcha en la mano y cara de mal humor gritaba ¡Rojos! ¡Masones! ¡Carbonarios! y un dependiente detrás del mostrador le decía que ésa no era la librería, que era la puerta de al lado, y el tipo de la antorcha soltaba un Usted perdone muy educado. Por aquel entonces, quemaban librerías, por si no lo sabían.

Algunos de mis lectores y amigos saben de mi afición por el dibujo, que dista mucho de ser profesional, pero que me hace muy feliz. Mi principal influencia en lo gráfico fue Ibáñez y en menor medida, Uderzo, sin dejarnos al genial Vázquez. Disfrutaba muchísimo, además, con las historietas mudas de Coll que se publicaban en el TBO, bellísimas e inteligentes. Pero Forges tenía algo... En una entrevista le preguntaron por qué todos sus personajes llevaban gafas y él respondió que, como dibujaba muy mal y los ojos son difíciles de dibujar, ponerles gafas redondas fue un alivio. De esa reflexión nació que los personajes que yo dibujo no tengan orejas, que sé dibujar, pero que no me interesan. También me inspiró en algunos detalles menores de mis dibujos y me señalo el camino de cómo dibujar los pies de mis personajes. ¿Dijo que dibujaba mal? ¡Menuda tontería!

Pero sobre todo fue Forges el que me abrió el mundo del humorismo gráfico en una viñeta. Gracias a él, prefiero expresarme con un dibujo que con una historieta, y sé que nunca lograré alcanzar esa cota tan alta de genialidad, simplicidad, ocurrencia y maravilla de las escenas de Forges. ¡No tienen igual! Su lenguaje es fabuloso y su expresión inigualable. Además, era culto, lector empedernido y defensor de la inteligencia, el respeto y la amabilidad, que no es poco mérito.

Ya están tardando en ponerle su nombre a una calle o una plaza, y que sea principal. ¡Cuánto lo voy a echar de menos!

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