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La dura vida del apoderado


Una foto de las primeras elecciones en España en cuarenta años.
No nos hacemos a la idea de la suerte que tuvimos... y tenemos.

Ayer repetí como apoderado. Lo más normal es que uno se saque el carnet de un partido y luego, por horarios o por lo que sea, no vuelva a asomar las narices por la sede, ni para dar los buenos días. Es lo más normal, digo, en mi partido y en cualquier otro, pero un servidor se toma las cosas un poco en serio y se dice que, ya que se apunta, algo habrá que hacer. Por eso, como por horarios o por lo que sea no puede asomar mucho las narices por la sede, se apunta para hacer de apoderado y pasarse el día en un colegio electoral. 

Es de lo más entretenido y les recomiendo la experiencia, aunque es verdad que puede ser un poco exigente lo de tener que estar todo el día y hasta las tantas de la noche al pie del cañón. Pero no me quejo, todo lo contrario. 

Por lo demás, ayer pude ver en mi colegio a un famoso periodista de prominente panza, a la candidata (ex/neo/post/no sé/ como se diga) convergente que ganó las elecciones primarias de su partido, para que luego impusieran a otro candidato (¿qué pensaría en esa jornada electoral?) y pude charlar un rato con la cuarta autoridad del Estado, un tipo muy majo, que me soltó: Oye, yo a ti te conozco, ¿no? Un tipo muy majo, ya les digo.

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