Creo que ya les he contado alguna vez que trabajo a media jornada en una fundación que ejerce la tutela judicial de ancianos incapaces de defenderse ellos solos en esta vida. No me dedico a la cuestión social, sino a trabajos de soporte, como llevar sus cuentas, realizar gestiones, redactar informes sobre su actividad económica y cosas por el estilo.
En este trabajo viene un turno de guardia en el que he de estar pendiente las 24 horas del día de un teléfono, por si alguien nos avisa de una urgencia. Si una de las personas tuteladas acaba en las urgencias de un hospital o algo parecido, gestiono los acompañamientos, me intereso por su estado y cuando sea necesario, autorizo las intervenciones necesarias. También informo a la familia de todo. El otro tipo de urgencia es la defunción. Cuando nos avisan de la muerte de una de esas personas, realizo todas las gestiones relacionadas con su entierro, además de avisar a la familia y allegados.
Es lo que hay. Este trabajo me permite escribir y leer profesionalmente con cierta tranquilidad.
Como soy ingeniero, llevo una estadística de las urgencias. Calculo algunos ratios, hago gráficas y cosas así. No es que se las miren demasiado, pero a mí me sirven.
Les mostraré una de las gráficas de este año, hasta hoy mismo. Aquí la tienen:
1 es enero, 2 es febrero, 3 es marzo, etcétera.
En negro, las defunciones.
En rojo, los ingresos hospitalarios, las urgencias médicas, por cualquier causa.
En amarillo, el total.
Los recortes y la mala gestión en los servicios sociales y en el sistema sanitario, en las residencias de ancianos y en la atención primaria, tienen estas consecuencias.
Recuerden, lectores míos, cuando les toque votar, quiénes han apoyado esos recortes, preparado esos presupuestos y apoyado a quienes los llevan a (mal) término. No antepongan las palabras a los hechos, también lo pido.