He leído El buen soldado, de Ford Madox Ford, magníficamente traducida por Victoria León e igualmente magníficamente editada por Sexto Piso. Tengo que repetir magnífica otra vez, porque es, indudablemente, una obra magnífica. También he repetido los sufijos -mente... No sé qué me pasa.
El narrador, el señor Dowell, habla de los años que él y su mujer, Florence, coincidieron en un balneario alemán con el matrimonio Ashburnham, Edward y Leonora, en los primeros años del siglo XX. Y año tras año, en las mismas fechas, compartían comidas, excursiones y charlas intranscendentes. Los Dowell procedían de la costa este de los EE.UU. y los Ashburnham, de la campiña inglesa. Todos rentistas, gente de dinero, de esa rancia aristocracia de buena familia. A su manera, aquellas reuniones eran, a decir del señor Dowell, perfectas. La apariencia indolente y perezosa, las formas exquisitas, el lento transcurrir del tiempo, las rutinas perfectamente establecidas y repetidas año tras año... Pero bajo esa apariencia de perfección se desataban terribles sucesos.
A medida que avanza el relato, el narrador, que habla a un hipotético oyente, recuerda los sucesos que arrasaron aquella idílica relación. Va y vuelve constantemente del pasado al presente y en cada viaje el idílico escenario se torna más terrible, más oscuro, más triste. El autor, Ford Madox Ford, quiso titular la obra La historia más triste, pero el editor consideró que, en tiempos de la Gran Guerra, El buen soldado vendería más y quedaría mejor. Y así quedó el título.
El relato es un increíble tejido de episodios sueltos, incluso repetidos, que van descubriendo la cruel y triste realidad de esas cuatro vidas. Bajo la superficie se larvan suicidios, pasiones y locuras, luchas intestinas, amores y odios, que poco a poco irán mostrándose en un juego narrativo que es, simplemente, la obra de un maestro.
Es un novelón. Puede que no para todos los públicos, pero sí para cualquiera que guste de la mejor literatura.
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